Bartolomé Cursach Mas dedicaba las tardes de los lunes al póker o al parchís, disciplinas que para el profano vienen a ser tan antagónicas como ir al fútbol o a misa. Que al señor Bartolomé, alias Tolo y también conocido por sus siglas BCM, le guste el parchís es uno de los singulares datos de la vida del rey de la noche de Mallorca, propietario de salas de fiestas, chiringuitos, un gimnasio, hoteles y, en tiempos, una aerolínea que pretendía ser la guinda de un pastel que también incluyó el club de fútbol de la isla. Dado el poderío, Tolo llegó a jugar al pádel con Jaume Matas y tenía unos contactos políticos y policiales que velaban por sus intereses por el sistema indirecto de freír a inspecciones y multas a la competencia.
Como en las películas, don Bartolomé era de orígenes humildes. Su padre, conserje de un club de tenis, y él, cuando muchacho, recogepelotas y mandadero de la flor y sobrasada de la casta insular, ocupaciones subalternas que le abrieron los ojos al vasto y poco trillado entonces mercado de los gustos, vicios y apetencias de la beautiful people que frecuenta los negocios del ocio estival. Pero a diferencia de la gran mayoría de emprendedores de la hamaca, el patín acuático y la paella seca, nuestro hombre se hizo el amo de las tinieblas porque lo del sol y playa ya estaba pillado y había poco campo para la I+D+i.
Hasta aquí, lo mismo podía aspirar a la gran cruz laureada del mérito turístico que acabar en la trena, que es lo que finalmente le ha ocurrido en el curso de la instrucción de un sumario que impele al juez a portar pistola para que lo sepan quienes puedan estar tentados de cerrar el caso por el procedimiento sumarísimo de atar una piedra al cuello del titular del Juzgado de Instrucción número 12 de Palma de Mallorca, Manuel Penalva, y lanzarlo al mar a modo de cebo de tintoreras.
El empresario Tolo Cursach, a su llegada a los juzgados de Palma
Sobre la mesa del magistrado se amontonan los delitos de prevaricación, cohecho, extorsión, falsedad documental, agresión sexual, solicitud de favores sexuales, uso de información privilegiada, contra la salud pública, omisión del deber de perseguir delitos, obstrucción a la justicia, coacciones, amenazas, encubrimiento y asociación ilícita, ocultación y destrucción de pruebas, entre otros y todos ellos aliñados con maratones de drogas, sexo y tecno pop.
A modo de ejemplo y según recoge El Español en su última crónica del caso, "a finales de 2014 una joven de nacionalidad rumana declaró ser menor de edad cuando empezó a trabajar en un puticlub nada más llegar a la isla: 'los policías nunca pagaban y había fiestas con políticos', afirmó. Bacanales con horario exclusivo que empezaban a las cinco de la tarde. Cuenta un policía que prestó declaración que fue testigo de cómo un compañero suyo arrastró a una prostituta hasta meterla en el contenedor de la basura, en presencia de varios policías y un fiscal".
Cayó el pachá, al que se investigaba desde 2012, porque todo lo que sube baja y la ley de la gravedad no es como la de enjuiciamiento criminal, sino de aquellas que rigen la naturaleza imperturbable de la física, como las relativas al balconing y al mamading en Magaluf del que advirtiera hace un par de años el Diario de Mallorca.
Parejos imperativos gravitatorios son los que asuelan a Silvio Berlusconi, que pasó del bunga-bunga en la cama que le regaló Putin a tomarse el otro día un zumo de naranja en un McDonald's tras un exhaustivo repaso de la carta del romano establecimiento, "ahora triste en la pendiente/solitario y ya vencido" el líder de Forza Italia que fue Trump antes que Donald y, como Tolo, empezó de la nada. Pulverum revertis.