Nada más salir la nota de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM) sobre el comportamiento machirulo de la dirigencia podemita, la portavoz morada Irene Montero ha puesto los brazos en jarras y ha asegurado "no reconocerse" en el comunicado, que alude a la "campaña sistematizada de acoso personal y en redes a profesionales de los medios de comunicación".
Eso de no reconocerse es un rasgo típico de la adolescencia, cuyos pacientes se miran al espejo y desconocen el careto torturado por el acné de quien les devuelve la mirada. O también la reacción de quienes son grabados en los reality de cocina maltratando al personal y sometidos después a un visionado familiar de sus tropelías en la que todo el mundo dice que ése no es Paco, o sí, pero que antes era un tipo encantador que cedía el paso a las ancianas y se lavaba las manos antes de ponerse a cocinar y después de utilizar el servicio.
Pablo Iglesias, cuyo catálogo de declaraciones, tuits y discursos incluye soeces perlas, exabruptos macarras y amenazas variadas, tuvo que emplearse a fondo en el último Salvados de Jordi Évole para justificar el imparable ascenso de Montero más allá de la relación sentimental que mantiene con ella. O ella con él. Posiciones al margen, Évole encerró a Iglesias con cinco votantes de su partido que le cantaron las cuarenta y echaron agua al vino en el cuento del partido distinto y mejor que los demás, más abierto, democrático y transparente.
Exhibido por los concurrentes el fantasma de Íñigo Errejón, sobre cuya sábana apuntó el líder que tomaba nota para suavizar futuras purgas, salió el caso de Darth Vader, Juan Carlos Monedero en la vida real, a quien Pablo defendió como a su Irene, sin el gracejo del yo por mi hija mato de Belén Esteban, pero con la mirada de malote de quien está a punto de morderse la lengua en sentido literal de la rabia que le da.
Pablo es muy de besar a sus colegas, como Domènech, y hacerles cucamonas, pero como es un tigre, una palmada suya en la espalda puede tener funestas consecuencias. Le sobra amor, como a Junqueras, pero también tiene su lado Hannibal Lecter, que es lo que denuncia la APM que preside Victoria Prego.
Con Évole, Iglesias se contuvo porque no es un periodista cualquiera, sino un prescriptor moral tan reputado como respetado entre la mayoría de los electores de Podemos. De ahí que se metiera el político en la boca del lobo para que una gente a la que no conocía de nada se dedicara a meterle el dedo en el ojo porque como clientes de Podemos tienen derecho a saber qué se hizo de su voto. Es un formato a la desesperada al que ninguno de sus pares se le pasaría por la closca aceptar. Eso es bueno para la televisión y malo para Iglesias, que ha perdido algo más que la inocencia entre el plató de La Tuerka y La Sexta.
La jauría tuitera del partido olió sangre y se cebó con la selección de invitados, con las preguntas, con los comentarios, con la iluminación y con la información. Tal vez no estaba preparado, pero la pregunta de Évole sobre por qué Iglesias no ama a los periodistas fue el preludio del duro comunicado de la APM en contra de la "campaña sistematizada de acoso personal y en redes que viene llevando a cabo contra profesionales de distintos medios, a los que amedrenta y amenaza cuando está en desacuerdo con sus informaciones".
La carrera de Podemos ha sido meteórica, pero no aguanta bien las calmas electorales. No está claro que vayan a tomar ningún palacio, pero no es descabellada la estrategia de demonizar el periodismo. Por una parte, hay razones para ello. Por otra, Trump y sus enganchadas permanentes con la CNN y The New York Times enseñan uno de los caminos hacia el triunfo. Con gran énfasis se apuntaba que Trump no podía ganar con los medios en contra.
A la misma hora de lo de Iglesias, Mercedes Milá llamaba "gordo" al bioquímico José Miguel Mulet, invitado por Risto Mejide para ilustrar a la estrella mediática sobre los peligros de teorías como que clorar el agua es malo y la leche, lo peor. "Que te leas el libro (uno sobre enzimas en la comida que sustenta tales tesis) y adelgaces", le espetaba Milá al ciudadano. ¿Y cómo van a caer bien los periodistas si le llaman gordo y botarate a un probo racionalista?