Con su peculiar sistema y manejo de las urnas, el próximo día 14 la Iglesia católica española elegirá nuevo líder. El ungido como presidente de la Conferencia Episcopal Española deberá afrontar durante los próximos tres años los retos de un país más complejo, sin la cómoda mayoría del PP y con una sociedad cada día más alejada de su doctrina.
Los principales expertos en la materia no ven un claro favorito en las tradicionales quinielas. Pero creen que, a pesar de las zancadillas del sector más conservador pastoreado por el cardenal jubilado Antonio María Rouco, el nuevo guía saldrá del trípode en España del papa Francisco: los cardenales Ricardo Blázquez (Valladolid) y Carlos Osoro (Madrid), y el arzobispo de Barcelona, Juan José Omella.
Blázquez, la opción más cómoda
Algunos apuestan porque el prelado vallisoletano será el reelegido. Tiene en su haber el paso sereno y pacificador durante 15 años por la diócesis de Bilbao, donde fue recibido en 1995 por el entonces líder del PNV y antiguo sacerdote Xavier Arzallus que se refirió a él con un despectivo “un tal Blázquez”.
Pero el todavía presidente cumple 75 años el 15 de abril, y a partir de esta edad debe presentar su renuncia a Francisco. Sus partidarios confían en que el Papa prorrogará su permanencia en activo para que pueda optar a un tercer mandato. Recuerdan que, tras el teólogo Fernando Sebastián, fue el segundo cardenal nombrado por este Papa en España para apuntalar su reforma.
“Su disponibilidad es manifiesta. Cabe la renovación y cabe la elección de otro presidente”, reitera con su calculada ambigüedad el portavoz de la institución, José María Gil Tamayo. O sea, mejor no ir a uno fijo en la quiniela.
Osoro, el renovador
Si la mayoría de los 80 obispos con derecho a voto apuestan por la renovación, el cardenal Carlos Osoro es el primero en la lista. Actual vicepresidente de la Conferencia Episcopal, es considerado el “hombre de Francisco en España”. Es joven para este oficio (71 años), afable y una especie de “sonrisa del régimen”, como se decía del ministro franquista José Solís. También evita discusiones tozudas y declaraciones políticas destempladas. Es compañero íntimo y paisano del santanderino padre Ángel y amigo de los banqueros Botín.
La tríada se completa con el arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, a quien Francisco le encargó una de la diócesis más destacadas y delicadas por la división ante el proceso independentista. Se le considera hombre de confianza y delfín del pontífice argentino. Dicen que Bergoglio suele llamarle a menudo por el móvil. Pronto recibirá el capelo cardenalicio.
El teólogo progresista Juan José Tamayo duda de que estos candidatos sean aperturistas y de que sigan los pasos de Francisco. “Sus pertinaces y recalcitrantes actitudes homofóbicas, por ejemplo, muestran una posición en contra del ritmo de la sociedad. Parece que no hay otra alternativa que continuidad conservadora”, lamenta.
La quiniela se completa con el arzobispo castrense Juan del Río, y los de Sevilla y Compostela, Juan José Asenjo y Julián del Barrio, para la renovación de otros 40 cargos menores.
Situación política singular
En cualquier caso, de puertas para fuera, al nuevo mandamás del Episcopado le espera una España sin la rendida mayoría absoluta del PP y un combinado de fuerzas políticas que ponen en solfa su actual modelo de financiación. A la cabeza figura el encaje en el pacto educativo de la asignatura de religión y de los conciertos de sus 2.600 centros confesionales, con 123.000 trabajadores, 100.000 profesores, casi dos millones de alumnos y 30.000 docentes de religión.
La nueva aritmética parlamentaria reivindica que, de acuerdo con la ley de transparencia, la Conferencia Episcopal Española sea auditada como otras instituciones por el Tribunal de Cuentas. El objetivo es conocer con detalle el destino de los 11.100 millones de euros anuales de subvenciones que la Iglesia recibe del Estado, según cálculos de Europa Laica.
Podemos y sus confluencias, y con más tibieza el PSOE, reclaman el fin de los 350 millones que cada año recibe esta confesión través de la casilla del 0,7% del IRPF, y de los acuerdos Estado-Vaticano de 1979, la exención del IBI y otros impuestos.
En el terreno doctrinal se vislumbran duros debates en proyectos legislativos en marcha sobre nuevos modelos de familia, gestación subrogada y muerte digna.
El nuevo jerarca del catolicismo también se encontrará con el reto de frenar la caída en picado de vocaciones de sacerdotes, monjas y frailes. Un ejército espiritual en retirada que apenas suma 60.000 efectivos y con una edad media que supera los 60 años. En España hay 20.071 parroquias, de las que al menos 5.000 no disponen de sacerdote permanente.
El horizonte se completa con negros nubarrones como la creciente secularización de la sociedad. Dos datos oficiales dan una idea. Según el INE, apenas el 15% de las bodas en España (el 11% en Cataluña) se celebran por el rito católico. Hace una década era el 60%. Y según el CIS, sólo el 13,7% de los españoles se declara practicante habitual, es decir, cumple con sus preceptos.