Una de las dudas que no despeja el fallo del caso Nóos es si la absolución de la infanta Cristina es el triunfo del amor o el comienzo de una secuencia de sentencias blanditas en materia, por ejemplo, del proceso, tendentes a preservar el infundado rumor de que la justicia es igual para todos. La infanta estaba y está tan enamorada de su marido, Iñaki Urdangarin, que firmaba lo que fuese, a ciegas y con la mano en el fuego si hubiera hecho falta. ¿Qué iba a saber de los manejos del balonmanista? ¿De qué le están hablando? ¿Pero qué le están contando? 



Hasta quinientas veces dijo que no y que no, así como que no en el largo interrogatorio al que fue sometida por el juez instructor José Castro. La sentencia valora la alteración de la infanta. Está enganchada hasta las cachas, por su Urdangarin, mata, y lo que suele ser un trastorno transitorio, el enamoramiento, en su caso es permanente.



De haberse inventado antes la "doctrina Cristina", es más que probable que la tonadillera Isabel Pantoja se hubiera librado de la cárcel porque ella también, ciega de pasión rociera, dientes, dientes, no sabía lo que se hacían ni ella ni Julián Muñoz, a quien el talego ha destrozado. Quien sí podrá disfrutar de los efectos de la nueva eximente es Ana Mato, que tampoco se enteraba de lo que hacía su exmarido, aunque en este caso debía ser más por desdén o desinterés que por enamoramiento.



El efecto del fallo del caso Nóos se dejará notar sin duda en las próximas citas mediáticas ante los tribunales, copadas por las corruptelas púnicas y gurtélidas, los eres andaluces, el tres per cent y el proceloso expediente catalán. Y en estas circunstancias, una condena a Mas o cualquier medida contra la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, serían munición para odiosas comparaciones. Además, Carme, como Artur, la infanta, Ana Mato, Joana Parks, Irene Rigau, Quico et altri, también puede argüir que es una ignorante de la vida, un ser puro al que el desconocimiento de la ley exime de su cumplimiento porque toda regla tiene sus excepciones.



Maldito cuñado, murmura Felipe VI en el trono. Es ajeno al dolor de su hermana, al trance que deberá sufrir cuando, tal vez pronto, Urdangarin ingrese en prisión para cumplir alguno de los seis años o de los tres meses a los que le han condenado por yernísimo del ex Jefe del Estado y as de los negocios en el levante peninsular. Será cosa de ver si una infanta de España se llega hasta el talego como la Mari de Javi El Tenazas para dar consuelo a su hombre. Lo único que está claro es su maromo no llegará a cuñadísimo, con la ilusión que le hacía.



Cristina es una esposa coraje y si no se apartó de su Iñaki a pesar de las presiones del rey padre, menos lo va a hacer ahora, cuando los muros de un presidio, las rejas, los gritos y los gemidos de la cárcel se perfilan en el horizonte vital de su amado. Dicen en la Corte que si hubiera dependido de Felipe VI, una década a la sombra no se la quita nadie al marido paquidermo de su hermana. Pasa que no se le ha hecho mucho caso porque el cortafuegos se activó en tiempos de don Juan Carlos y una hija es una hija, aunque el marido sea un tarambana que nunca le cayó ni medio regular así como el elefante que más daño ha hecho a la monarquía, por encima del blanco de Alfonso Armada en el 23-F y del ejemplar abatido en Botswana en el año 12.