Hace 40 años, según datos de la Conferencia Episcopal Española, el país contaba con 97.383 monjas y frailes. Hoy, no llegan a la mitad: 42.885 (32.670 mujeres y 10.215 hombres). La sangría se ha acelerado de tal manera que desde enero de 2015 han cerrado 350 casas de religiosos, una cada dos días. Con este panorama celebra la Iglesia Católica su jornada sobre la vida consagrada, aquejada de ausencia de ingresos y de una sequía general de vocaciones.
Los novicios y novicias apenas suman 344, una revitalización a todas luces insuficiente. La edad media de este colectivo, 64 años, vaticina que dos tercios de los 800 monasterios existentes en España cerrarán definitivamente sus puertas a no mucho tardar. Así lo cree el sacerdote claretiano Eleuterio López, director de Claune, un instituto pontificio dedicado a solventar las carencias materiales y formativas de los conventos españoles.
Ruina económica
Un extenso informe en la revista Vida nueva subraya que las donaciones de los católicos han aflojado. También apunta que son insuficientes los trabajos y productos artesanales que tradicionalmente hacían las monjas. Incluso flaquea la venta de hasta 200 productos a través del torno online, como las yemas y dulces de las clarisas, la ropa de bebé y canastillas de las carmelitas, las encuadernaciones y pastelería de la dominicas, los licores de los mercedarios descalzos y las figuras religiosas de las hermanas de Belén.
La crisis se ha cebado hasta en productos como las obleas sacramentales, las hostias. Las carmelitas descalzas de Puzol (Valencia) han visto peligrar este negocio hacia el que se habían reorientado tras el descenso en la venta de dulces y textiles artesanales. Según un diario económico levantino, actualmente apenas producen 10.000 unidades diarias frente a las 30.000 de otros tiempos. Culpan a los fabricantes chinos, italianos y polacos que las venden hasta el 40% más baratas.
En venta o alquiler
La realidad es que en muchas congregaciones los ingresos ya no dan ni para reparar los históricos monasterios ni para hacer frente a las cuotas de la Seguridad Social, en las que están dados de alta los religiosos como autónomos a efectos de jubilación desde 1977. Incluso hay conventos, según Eleuterio López, que se han visto obligados a recurrir a bancos de alimentos.
Los religiosos suelen abandonar los pueblos para reagruparse en localidades más importantes. Pero, a veces, no se salvan ni las casas religiosas de las grandes ciudades. Tras el cerrojazo se quedan sin uso a la espera de que alguien las compre o alquile. También se han convertido en algún caso en objetivo de vándalos y okupas que las degradan.
Milagros vacacionales
Algunas congregaciones escapan al problema. Es el caso de las clarisas de Lerma, un convento del siglo XVI. Hace cinco años se produjo el “milagro vocacional” de la llegada de 177 postulantes, entre las que se cuentan médicas, arquitectas y abogadas, que asombraron y recibieron las alabanzas del cardenal Antonio María Rouco Varela.
Otro caso llamativo es el de Santa María de Sijena, el polémico y viejo monasterio oscense, por el que los ejecutivos de Lambán y Puigdemont mantienen un largo contencioso a cuenta de la venta/expolio de obras de arte sacro. Una treintena de jóvenes religiosas de la orden de Belén lo mantienen desde 1985, incluso abierto al público un día por semana como manda la ley.
También han florecido vocaciones en los monasterios de las clarisas de Belorado y Soria o el de las benedictinas de Monserrat. Pero son la excepción. En cualquier caso, la mayoría de novicias proceden de otros países, sobre todo entre las religiosas contemplativas o de clausura que apenas abandonan su convento para atención médica o para ir a votar. Son unas 12.000 monjas con una edad media que ronda los 75 años. Dependen directamente del Vaticano.