El servicio en las agencias de espionaje ya no es lo que era. La acción, dicen, es más bien informática y las intrigas internacionales, más pélvicas que bélicas. La teórica sesión de lluvia dorada de Donald Trump en un hotel de Moscú es el último episodio de Desde Rusia con amor, una saga que ha puesto al FSB (antes KGB) en el punto de mira de la CIA, la NSA, el Mossad, el MI6 y el CNI. Putin ha dicho que las prostitutas rusas son las mejores del mundo, pero que no cree que su admirador Trump cayera en una trampa de esas características. Inequívoca señal de que el magnate está cogido por los huevos y también de que los hackers rasputinos contribuyeron lo suyo contra Hillary Clinton. La ciberguerra ha suplido al puente de Glienicke, de ahí que Edward Snowden se parezca más a un friki del internet profundo que a Daniel Craig en 007.



(Hay excepciones claro. Un reportaje de Miguel González en la edición de El País del 1 de diciembre de 2013 relata el asesinato de siete agentes del CNI en Irak. Y hoy mismo El Español sirve una pieza sobre cómo trata el Gobierno a los policías que murieron en el cerco talibán a la embajada de Kabul).



La degeneración de los analistas viene de antiguo, tal como demuestran los papeles de la CIA sobre la Transición española y la incapacidad de la agencia estadounidense de acertar pronóstico alguno. En aquellos tiempos del último cuarto del siglo pasado, el Centro Nacional de Inteligencia (CNI) se llamaba Centro Superior de Información de la Defensa (CESID) y el Rey Juan Carlos, el motorista de la curva que auxiliaba a los conductores varados, según corría la leyenda urbana. Algo de verdad había puesto que según ha desvelado esta semana Ok Diario, el monarca agarraba la moto para reunirse con la artista Bárbara Rey, de normal María Margarita García García, Totana (Murcia), 1950.



El sustrato es el papel del CESID en la protección reputacional del Rey y el trasiego de pasta a cambio de material comprometedor con el que Bárbara hacía caja en Luxemburgo a fin y efecto de tapar las acometidas reales cuando dejaron de producirse, allá por el 94. El Español añade a estos detalles otros tales como que Juan Carlos le pidió a Suárez que le presentara a la artista, que rivalizaba con Agata Lys y Nadiuska por el título de macizorra del destape. La Rey, tan mona, registraba en audio los encuentros en su chalet de Boadilla, donde le hacía la paella al Rey. La dicha paella no es una técnica sexual tipo muelle, sino el controvertido plato de arroz.



(Excursus: El chorizo y la paella. Manual de cocina profesional El Práctico de Ramón Rabasó. Página 459, epígrafe Paella valenciana: "En el momento deseado se mezclan todos los ingredientes o la cantidad necesaria, además agregar guisantes verdes cocidos, pimientos morrones, cuartos de alcachofa salteadas, puntas de espárragos, chorizos riojanos pasados un poco por el horno y luego cortados en tajadas y poco azafrán".)



De las grabaciones, el resumen es que el Rey se mostraba abrumado ante la situación española. Aquello era la escena del descanso del guerrero y Dios da pan a quien no tiene dientes. Hablar de política con Bárbara garantizaba al Rey una seguridad absoluta porque la buena señora no debía saber si Carrillo era comunista, confidente de la CIA o las dos cosas a la vez, como publicara hace ya tiempo La Vanguardia.



En el caso del Rey y la vedette, en el pecado se lleva la penitencia, que pasó por darle a Bárbara Rey (dineros a banda) hasta un programa de cocina en la televisión valenciana, aquel Canal 9 de Tómbola. Ni que decir tiene que el espacio fue un fracaso a la altura de la osadía de preparar la paella campechana (como la Parellada) en la patria del arroz con cosas.



De todas maneras y en aquel tiempo, el príncipe Carlos quería ser el tampax de Camila, en los medios se teorizaba sobre la sexualidad de Alberto de Mónaco, la princesa Estefanía salía con un trapecista y en Telecinco hacía furor el tío Leandro Ruiz Moragas y Borbón, hijo de Alfonso XIII y la actriz Carmen Ruiz Moragas.