Inventó la mercromina, pero no resolvió sus cuestiones patrimoniales. El día 30 de este mes se iniciará en el Juzgado de Primera Instancia número 33 de Barcelona el juicio por la “demanda de petición de herencia” que han presentado dos de los hijos del científico, industrial y falangista José Antonio Serrallach Julià contra los patronos de una fundación holandesa que actúa como propietaria del imperio empresarial familiar. Solo la matriz Lainco (Laboratorio de investigación Coloidal) está tasada en un valor de más de 200 millones de euros.
Este litigio, para el que la juez ha reservado tres días de vista oral, se inició con probabilidad antes de la defunción de José Antonio Serrallach sobre cuya figura conviene detenerse.
Personaje histórico
Serrallach Julià es uno de los químicos más prestigiosos que ha proporcionado España. A los 28 años ya atesoraba distintos doctorados en física y química por las más prestigiosas universidades de EEUU y Alemania, país este último en el que vivió durante los años 30 del siglo XX.
En 1934, fundó en Barcelona junto a su mujer --la multimillonaria colombiana Monserrat Carulla Soler-- la compañía Lainco. Pero las inquietudes de este personaje único no se detenían sólo en el desarrollo de proyectos empresariales. En plena guerra civil, se alistó en la Centuria Catalana Virgen de Monserrat y partió al frente de Burgos para luchar del lado franquista. Poco después, y ya militando activamente en la Falange, se alineó con el sucesor de José Antonio Primo de Rivera, Manuel Hedilla, de quien acabó siendo su mano derecha.
Serrallach, agente secreto
Sin embargo, en 1937, Hedilla, Serrallach y otros falangistas fueron detenidos por el intento de asesinato del entonces general Francisco Franco en Salamanca. Serrallach fue el encargado de fabricar la bomba que tenía que acabar con la vida del militar. Pena de muerte para todos, pero el químico catalán se libró. Una llamada telefónica a Franco desde la cúpula del nazismo propició un cambio de condena. El empresario fue sentenciado a 15 años de cárcel, de los que sólo cumplió tres gracias a un posterior indulto. Efectivamente, Serrallach trabajaba para los servicios secretos alemanes, esto es, para el mismísimo Adolf Hitler.
Ya en libertad y acabada la contienda civil española, retornó a su proyecto en la empresa Lainco. Esta compañía subió como la espuma gracias a patentar, fabricar y comercializar la popular mercromina y el no menos conocido laxante Emuliquen. Durante las décadas de 1950, 1960 y 1970, la compañía se trasformó en un gigante industrial.
En 1987, Serrallach murió y dejó la tutela de la herencia en manos de su secretaria particular, Pilar Serrano Freixes, que tenía que pilotar el trasvase de la compañía a manos de los hijos o nietos del fundador según los designios expresos de éste. Pero la mujer se hizo con las riendas del negocio, sin dar opción alguna a los hijos, alegando que era la “heredera de confianza” y que así lo había dispuesto su jefe. Serrano no encontró el momento de permitir el acceso de los hijos al control de la compañía.
Testamento de mano en mano
Serrano murió en 1998 sin descendencia. Un día antes de su fallecimiento, estando ingresada en la barcelonesa Clínica Quirón, dos directivos de Lainco, Emilio Daura y Josefina Ferrer, consiguieron que firmara un documento por el que les cedía la condición de “herederos de confianza con carácter de sustituto”. Desde entonces, ambos han dirigido la boyante Lainco. Lo han hecho tras constituir una sociedad en Holanda llamada Lainco Holding, tutelada por una fundación denominada LAINCO Stichting, cuyos dos patronos son precisamente Daura y Ferrer. Contraviniendo los designios del fundador, los rectores del grupo farmacéutico han impedido el acceso a la dirección de la empresa a los hijos de Serrallach.
Millones constantes
De forma ininterrumpida, los beneficios anuales de Lainco, unos seis millones de euros después de impuestos y amortizaciones, van a parar a esta fundación holandesa.
Los hijos, Eugeni y Albert Serrallach, reclaman que se cumplan los designios de su padre y reclaman el control de la compañía, uno de los líderes mundiales en el sector de los fungicidas orgánicos y de los productos desinfectantes. Los herederos de confianza sustitutos no han querido negociar, y por eso los hijos de Serrallach les han llevado ante los magistrados.