Marianne lloraba en una pequeña tienda de la isla griega de Hydra cuando Leonard se acercó a ella, le pasó el brazo por los hombros y comenzó a pensar en una canción que se llamaría "So long, Marianne". Ella y su pequeño hijo habían sido abandonados por un escritor noruego, Axel Jensen, padre de la criatura, y Leonard se hizo cargo. La cara b de la historia, según Diego A. Manrique, es la de un frívolo intercambio de parejas. Axel se encontró con Lena, la novia de Cohen, y Marianne, la mujer de Axel, con Leonard, el hombre de Lena. Nada más. Siete años duró la relación bajo el sol de Hydra, un peñón pelado convertido en refugio secreto de la bohemia artística internacional.



Los obituarios sobre el cantautor somnífero subrayan que era un mujeriego, que un día había quedado con Brigitte Bardot en el Chelsea Hotel y acabó con los pantalones en los tobillos, pero en la cama de Janis Joplin. Suzanne Elrod fue, tras Marianne, la compañera del poeta y la madre de sus dos hijos, Adam y Lorca. No llegaron a casarse porque Cohen tenía pánico al compromiso, como pudo comprobar en 1994 Rebbeca de Mornay cuando el bardo se ordenó monje budista para eludir una promesa de matrimonio.



Kelley Lynch fue otra de las grandes mujeres en la disparatada vida de Cohen. Kelley era su representante, su secretaria, su agente, su contable y alguien en quien el artista confiaba ciegamente. En 2004, Lorca, la hija de Cohen, comenzó a sospechar de la gestión de Kelley. El asunto acabó en los juzgados. Se consideró probado que Kelley le había levantado cinco millones de dólares a Cohen, que se quedó tiritando, con 150.000 dólares en su cuenta corriente y la necesidad urgente de volver a la carretera a los 70 años.



Sea como fuere, Leonard siempre quiso a Marianne. Enterado el pasado verano de que ella sufría una enfermedad terminal, le transmitió, según la crónica de Manrique en El País, el siguiente mensaje: "Bien, Marianne, hemos llegado a este tiempo en que somos tan viejos que nuestros cuerpos se caen a pedazos; pienso que te seguiré muy pronto. Que sepas que estoy tan cerca de ti que, si extiendes tu mano, creo que podrás tocar la mía. Ya sabes que siempre te he amado por tu belleza y tu sabiduría pero no necesito extenderme sobre eso ya que tú lo sabes todo. Solo quiero desearte un buen viaje. Adiós, vieja amiga. Todo el amor, te veré por el camino".



Descansen en paz y descanse también Cristina Ortiz Rodríguez, de nombre de guerra La Veneno para la triste historia de la televisión y la prostitución en España. Cuando Cristina aún era José, en 1989 y con 24 años de edad, fue proclamado Míster Andalucía. Un año después comenzó su transformación. Emigró a Madrid y se asentó como prostituta en el parque del Oeste hasta que Pepe Navarro la descubrió para salvar su programa Esta noche cruzamos el Mississipi, un late night que hasta la aparición de La Veneno era un proyecto fallido.



La fama televisiva no la libró de la calle ni de la mala vida. Se acaba de publicar un libro sobre su vida, escrito por su amiga y periodista Valeria Vegas. ¡Digo! Ni puta, ni santa, las memorias de La Veneno es el título del volumen, que agotó antes de salir a la calle las dos primeras ediciones. Cristina había vuelto, pero fue el último suspiro. El otro día, a principios de semana, fue ingresada de urgencia en el hospital de La Paz con un grave traumatismo craneal. Se especula sobre una pelea con su último novio. Incluso se apuntó el suicidio. Entre todos la mataron y ella sola murió. La Veneno tomaba ansiolíticos y bebía whisky. Volvía a estar en el candelero. Dejó colgada (estaba en coma) una máquina de la verdad en Telecinco. Un juez ha ordenado una segunda autopsia, por lo que se ha tenido que retrasar su entierro en Adra. Ella quería que la quemaran y esparcieran sus cenizas en el parque del Oeste, donde dijo que un día fue "una prostituta feliz".



Perico Fernández también se ha ido. Tenía alzhéimer. El campeón del mundo de los superligeros se crió en un hospicio y vivió la caída en la cama prestada de un burdel. Otro juguete roto con grandes historias, tal como recuerda el obituario de Libertad Digital. El 21 de septiembre, día de San Mateo, de 1974 ganó en Roma el título mundial de los superligeros ante el nipón Lion Furuyama. Franco, que estaba a un paso de estirar la bota, le recibió en El Prado y le felicitó por su título de campeón de Europa, a lo que Perico replicó que él le felicitaba por haber llegado al grado de capitán. Silencio glacial. Un ayudante de cámara apunta al viejo Generalísimo que el tosco maño es campeón del mundo, no de Europa. Franco rectifica y el boxeador también. Quería decir capitán general.



Perico sabía ganar pero enseñó a los niños de los 70 lo que significa perder. Las dos palizas que le dio el tailandés Suansak Muangsurin, la segunda en 1977, marcaron el declive de la mano de hierro de la España de la Transición. El boxeo comenzó a morir y luego Cardeñosa falló a boca de gol contra Brasil. Menuda infancia, jefe.



Para acabarlo de adobar, Donald Trump ha ganado las elecciones de Estados Unidos. Es el triunfo del modelo Rústicos en dinerolandia, según la progresía internacional. En El Español, José Gallego Espina, traza la genealogía del nuevo César. Todo comenzó en un burdel y un abuelo proxeneta alemán y espabilado. Impagables testimonios gráficos. ¿Basura blanca? Todos y cada uno de los Trump tienen aspecto de vender rayadores de mandioca en la teletienda. En cambio Ivanka, fruto del primer matrimonio de Donald con la esquiadora checoslovaca Ivana, pinta genial. Es quien dirige los negocios de papá y será la presidenta y primera dama en la sombra. Nada que ver con Paris Hilton. Quédense con su nombre. Ivanka, la esperanza Trump.