Han trascurrido 25 años desde aquel 6 de octubre de 1991. Y muchas cosas han cambiado. Entonces llamábamos travestis a los transexuales. Entonces los grupos nazis o de ultraderecha campaban por la ciudad con una halo de impunidad imposible de entender en nuestros días. Entonces no existía una fiscalía especial para delitos de odio, racismo o xenofobia. Hoy sí, y pionera en España. Entonces, reconocer la condición de homosexual y comparecer en un cuartel o comisaría, no era fácil.
“Tocar el tambor”
En 1991, el parque de la Ciudadela de Barcelona era refugio clandestino de indigentes y de personas sin techo como lo eran Sonia Rescalvo Zafra, de 45 años, y su amiga Dori.
Han trascurrido 25 años desde que un grupo de seis jóvenes cabezas rapadas, de profunda ideología nazi, decidiera salir a “tocar el tambor”, que en su macabra jerga significaba salir de cacería por las calles de la ciudad para golpear en la cabeza a cuantos negros, indigentes o transexuales se cruzasen en su camino. La banda, armada con puños americanos y con la puntera metálica de sus botas militares Dr. Martens recién embetunadas, se abasteció de drogas y abundante alcohol en los bares del casco antiguo que solían frecuentar. Bien servidos de esa gasolina para el odio, con desmedida saña y crueldad, los muchachos irrumpieron en la glorieta central del parque de la Ciudadela donde Sonia y Dori, abrazadas y arropadas bajo dos mantas mugrientas, se cobijaban de la fría noche.
Brutal agresión
Sin más, las apalearon entre risas, gritos e insultos que proferían como si se tratase de una banda sonora macabra. Lo hicieron durante varios minutos, ajenos a las súplicas desesperadas de sus víctimas, amparados por la negrura de una noche. Tras dejar a Sonia muerta y gravemente herida a Dori, los jóvenes neonazis (tenían entonces entre 16 y 18 años) se dispusieron a abandonar el parque con la satisfacción de la misión cumplida, entre carcajadas y abrazos cómplices. Casi en la puerta de la Ciudadela, los asesinos se cruzaron con Antonio, un indigente, un sin techo que, como tantos otros, recaía en el céntrico parque en busca de la protección de los frondosos árboles contra la lluvia otoñal. Y Antonio, que era y es un hombre digno, les salió al paso, les plantó cara, les recriminó lo que acababa de suceder. Los nazis supieron entonces que la fiesta no había acabado y le pegaron. Le destrozaron la cara. Le dejaron ciego.
Un cambio de mentalidad
El caso de Sonia puso en un brete la capacidad de respuesta institucional y gubernativa que entonces tenía Barcelona ante estas agresiones homófobas y de cariz fascista. Y la ciudad plantó cara.
El juez José Joaquín Pérez Beneyto dio el primer paso al ordenar, por primera vez, que los Mossos d'Esquadra se encargasen de una investigación criminal. Todo un reto. Todas la miradas puestas en la joven policía que, en 1991, apenas tenía unos centenares de agentes desplegados en el Pirineo y en la comarca de Osona (Barcelona). Al frente de aquel equipo de investigación se situó el actual comisario jefe de la ciudad de Barcelona, Joan Carles Molinero.
Todos a una
La prensa se hizo eco de la barbarie de la Ciudadela y no cesó en su cometido de informar y denunciar los atropellos que sufrían un determinado sector “proscrito” de la sociedad. El debate social creado amilanó a aquellos joven nazis que replegaron velas, al menos durante unas semanas. Pero los Mossos, que habían echado toda la carne en el asador, no tardaron en apuntar, certeros, al grupo de sospechosos. Detectaron que pertenecían a los Boixos Nois y que, en pequeño comité, se jactaban de lo acontecido en el parque.
Les pincharon los teléfonos y aquellos muchachos “se derrotaron” propiciando la actuación policial. El día 11 de marzo de 1992, es decir, cinco meses después del crimen, los Mossos detuvieron al grupo de neonazis y registraron sus domicilios y locales. En ellos, se incautaron de abundantes armas blancas, parafernalia y propaganda nazi y franquista y de las botas Dr. Martens utilizadas. La policía científica todavía encontró restos orgánicos de Sonia en aquel calzado.
Severa condena
La Audiencia de Barcelona condenó a seis de los detenidos a penas que oscilaron entre los 23 y los 50 años de cárcel en una sentencia dictada el 13 de julio de 1994. Por primera vez, se consideraba que las botas eran el arma de un crimen. Por primera vez, el colectivo gay-lesbiana de Barcelona, que ejerció la acusación particular, pudo hacer oír su voz en un tribunal de justicia.
Han pasado 25 años y ninguno de los detenidos está ya en prisión.
No olvidar el pasado
Aquella glorieta del parque de la Ciudadela, escenario del espantoso crimen, alberga una pequeña placa en la que se puede leer “Glorieta Transexual Sonia”.
A quien fuera fiscal superior de Cataluña, José María Mena, se le oyó decir hace ya unos años, en una reunión informal con periodistas, que “la flor del mal del nazismo y la intolerancia no se ve, pero esta ahí, escondida”, decía, “esperando su momento”. A uno de los jóvenes condenados por la muerte de Sonia le detuvieron el pasado mes de agosto por propinar una patada en el vientre a una mujer árabe embarazada que paseaba junto a su marido por el Born.