La crítica no está pagada. Todo el mundo se deshace en elogios al documental Astral, de Jordi Évole. Se glorifica al periodista como si fuera Orson Welles y se destaca de manera unánime que tuvo la gentileza de no copar la pantalla y dar paso a los verdaderos protagonistas, los inmigrantes que se arrojan al Mediterráneo para llegar a Europa y quienes tratan de ayudarles a no morir ahogados. El tema no es el más propicio, pero alguien tiene que hablar mal de la película, del director y, si hace falta, hasta de los activistas, la ONG Open Arms, del barco, el antedicho Astral, y del benefactor, el fabricante de colchones de látex Livio Lo Monaco, dueño del yate de recreo convertido en buque de salvamento marítimo.
Inmigración, gentes desesperadas y lobos de mar solidarios. ¿A ver quién tiene narices de criticar el producto? Es la quintaesencia de lo políticamente correcto y los buenos sentimientos. Quien se oponga es un miserable y un carcamal. Paso al frente y disculpas de antemano.
La primera parte de la cinta está registrada en tierra. Son los preparativos del barco y las discusiones entre Óscar Camps, de Open Arms, y el mecenas italiano sobre las especificidades de las reformas necesarias en la embarcación. Y ahí es donde Orson Welles se convierte en Alberto Chicote, el chef de Pesadilla en la cocina (un formato anglosajón adaptado a más de 20 países) y el barco en un restaurante caótico y guarrimangui. La fórmula es infalible e hipnótica. Por un lado, Lo Monaco: el barco está como nuevo. Por otro, Camps: Más de 300.000 euros nos ha costado reparar y remodelar el jodido paquebote que hace aguas por todos los lados.
La tensión narrativa consiste en el antes y el después del yate, que ahora parece la gabarra del Athletic de Bilbao y en el pasado fue un estilizado bajel de lujo fino, sin horteradas más allá de la imprescindible cama redonda. Madera de teca, diseño alemán y primera propiedad de un armador israelí.
Al final, como en lo de Chicote, las cosas acaban bien, el barco zarpa y comienza la segunda parte, el rescate de personas a dieciocho millas de las costas de Libia, en aguas internacionales. Por fin algo de acción y desasosiego. Salvados sí, como el nombre del programa, pero desaparecidos en los centros de internamiento de Italia. O tiene una segunda entrega o el reportaje se queda a medias, con exceso de planos de recurso, puestas de sol y socorridos y beatíficos comentarios sobre la condición humana.
Y sí, Évole estuvo bien con solo tres o cuatro cameos de sí mismo, el intrépido periodista del pueblo. El tema, la inmigración, una cosa bastante digerible en el país de las pateras y las vallas. Tiene su mérito congregar a 2,7 millones de espectadores, un 14% del share, con el drama de los inmigrantes, que no es precisamente nuevo u original. No pudo con OT: El reencuentro, de la checoslovaca TVE, con 4,7 millones de televidentes y un 24,8% de la audiencia, pero el Astral cumplió en el estreno de la duodécima, o por ahí, temporada del programa de Évole. En el fondo no somos un país de cafres y tenemos sentimientos. Hoy estaría prohibido el tema Todos los negritos tienen hambre y frío de Glutamato Yeyé.