"Con lo que me acabas de explicar has roto más de 30 años de amistad". Esas fueron las palabras que pronunció el malogrado Leopoldo Rodés cuando escuchó de boca del presidente en funciones del Palau de la Música, Joan Llinares, el fenomenal destrozo que Fèlix Millet y su lugarteniente, Jordi Montull, habían causado en la contabilidad de la institución. Rodés fue el primer miembro destacado de la burguesía catalana que se desmarcó de Millet y que actuó para llegar hasta el fondo del escándalo.
Corrían los primeros días del mes de agosto de 2009. Pocas semanas antes, los Mossos d'Esquadra habían irrumpido en el Palau ante la sospecha de que sus mandatarios habían desviado con destino a sus bolsillos y a las arcas de CDC una parte sustancial de las finanzas de la institución.
Ayuntamiento, Generalitat y administración del Estado se pusieron de acuerdo en nombrar a Llinares como máximo responsable de la institución y le conminaron a que, desde dentro, desentrañase toda la información posible de las tretas y corruptelas de Millet y los suyos.
La sombra de Millet
Llinares no lo tuvo fácil. La sombra de Millet era alargada, y sus adláteres, hombres y mujeres fieles y convenientemente untados con parte del botín sustraído poco a poco de la institución, permanecían dentro del Palau, del Orfeò y del Patronato. En puestos claves. Dominando los archivos y la contabilidad.
Así, cuando Llinares tomó las riendas y se dispuso de una forma casi quijotesca a bucear en las alcantarillas de la institución se encontró con innumerables trabas: archivos que no aparecían, notas ilegibles, facturas desaparecidas, proyectos ilocalizables, etcétera. Sin embargo el nuevo presidente del Palau tuvo un golpe de suerte. Detectó una de las primeras maniobras corruptas de Milllet y Montull: la operación de compra y venta de un local situado frente al propio Palau. Los dos principales inculpados lo compraron personalmente por 500.000 euros y poco después lo pretendían revender al Orfeón por tres millones. Una operación redonda: se lo vendían a sí mismos pero pagaba el Palau.
Los patronos toman el mando
Con esa información y con las escasas pero reveladoras facturas que Llinares logró encontrar tras largas noches encerrado en el majestuoso Palacio de la Música, se fue a ver a algunos de los más renombrados patronos.
El empresario Leopoldo Rodés, el notario Carles Cuatrecasas, Marina Carulla o la notaria Maria Àngels Vallvé le recibieron y escucharon con atención el diagnóstico casi apocalíptico, según lo averiguado por Llinares.
Vetan al topo
Los cuatro, miembros relevantes e influyentes del Patronato del Palau de la Música, el Orfeò Català y el Consorcio, quedaron estupefactos ante las evidencias que el bueno de Llinares les expuso con sencillez pero con rotundidad.
Millet lo tenía todo previsto, incluso los efectos de las tormentas que pudieran caer sobre su cabeza. De tal forma que, desde su ostracismo y con la prensa, la fiscalía y los Mossos encima de él, activó el plan B, que no era otro que el de colocar a su hombre de confianza, Arcadi Calzada, al frente de la institución. Con Calzada, barruntó Millet, todo estará bajo control. Pero los patronos, otrora amigos inseparables del prohombre Millet, dieron un paso al frente. El día 3 de septiembre y a toque de arrebato, Rodés convocó reunión urgente del patronato. Todos, menos Calzada --que se quedó solo y en evidencia--, vetaron el nombramiento de un nuevo presidente y avalaron la actuación ya iniciada por Llinares que recibió aquella reunión como el que recibe agua fresca en el desierto.
Filántropos, pero no del todo
Rodés y los demás actuaron con determinación dolidos por el engaño, dolidos por el desprestigio, heridos por saberse utilizados por un psicópata de la finanzas llamado Fèlix Millet. Esos patronos, correligionarios de Millet y de lo que el Palau representaba en la sociedad civil catalana, actuaron por decencia, sí, pero también por necesidad e interés. Por ejemplo, Rodés había entregado al ínclito Millet, bajo engaños, 600.000 euros de su propio bolsillo para financiar al Orfeò. Millet se gastó ese dinero y mucho más en viajes con su familia a la Polinesia.
¿Qué habría pasado si esos líderes de la burguesía catalana no hubieran dado ese paso al frente? ¿Habría llegado Llinares y, en consecuencia, la fiscalía anticorrupción, a desentrañar el alcance de la podredumbre que rezumaba en la institución? Seguramente no.