Uno va al zoo por primera vez, de excursión con el colegio o con sus progenitores, y se da cuenta de que allí, privados de libertad y aburridos, los animales no acaban de estar del todo cómodos. Los leones no rugen, los monos no se cuelgan de los árboles, los pájaros no hacen ni el intento de volar y otros muchos descubrimientos desilusionantes sobre la vida salvaje en plena ciudad producen sentimientos enfrentados.
El visitante, en ocasiones, crece con mal sabor de boca tras abrir los ojos ante la cruda realidad animal. Entonces, idea la instalación de un zoo en el jardín. Con canguros, cebras, camellos, llamas, cabras, ciervos, pavos reales, jirafas, burros, leones y demás. Es,al menos, lo que ha llevado a cabo el propietario de una finca privada en Montornès del Vallès (Barcelona), en un espacio de ocho hectáreas, junto al campo de golf.
“No se puede pasar, es de un particular y no te dejará entrar porque no es público”, explica a Crónica Global la propietaria de una granja-escuela situada a unos metros de este recinto al que algunos llaman zooilógico.
Adoración animal
Poco se ha hablado del zoo privado de Montornès, pese a que lleva años en pie. “Sé que lleva años ahí porque vivo cerca, pero no hay mucha información al respecto”, dice a este medio un portavoz del ayuntamiento de la localidad. “No sé si se puede entrar, no tengo ni idea”, dice un joven en bicicleta que rodea la zona. “No conozco al propietario, pero sé que vive en una casa que hay en el recinto”, asegura una vecina.
Nadie acaba de saber qué ha llevado al dueño de ese zoo a ponerlo en marcha. Solo aseguran que no es el negocio, ya que no permite a nadie entrar. La misma vecina explica que en alguna ocasión ha hablado con varios trabajadores de la propiedad. Ellos tampoco aclaran nada: “Solo que es privado, de un hombre al que le gustan mucho los animales y que los trata muy bien”.