Hace diez años que abrió la persiana de su bar por primera vez y si una cosa tiene clara es que luchará para sobrevivir. Joan Suqué, propietario del bar 23, situado en la calle Robadors del barrio barcelonés del Raval, apuesta por la cultura desde el primer día.
En su local siempre se han representado espectáculos de música, teatro y poesía en vivo. Hasta que los técnicos del Ayuntamiento de Barcelona, según él, empezaron a hacer inspecciones por las que ha tenido que pagar varias multas.
Presión de los técnicos
“El Gobierno no hace presión ante los técnicos”, explica a Crónica Global Suqué. “Barcelona en Comú nos dijo que podríamos seguir con la actividad cultural en vivo pero no se ha movido nada”. El resultado, asegura, es que la Guardia Urbana de Barcelona se presenta a menudo en la puerta de su local para multarle.
“Nosotros estamos desobedeciendo y pagando multas porque no hay quejas vecinales”, dice. Explica que otro de los bares de la misma calle cerró tras una persecución de los técnicos municipales. “Es triste decirlo, pero nosotros estamos aguantando por relaciones políticas”, ya que tiene conocidos en el mundo de la política.
Mantener la cultura
“Están eliminando los bares baratos, tras el cierre de uno de ellos siempre hay un técnico detrás”. El propietario del bar 23 asegura que ha preguntado al Ayuntamiento de Barcelona cómo insonorizar el local, qué tiene que hacer para responder a la normativa actual, pero nunca ha obtenido una respuesta.
“Continuaremos haciendo música, teatro y poesía en vivo hasta que nos cierren”, sostiene. “No pensamos acatar una cosa que no tiene ningún sentido”. La suya es una reivindicación por algo que tiene claro: la supervivencia de la cultura. Reivindica que en el distrito donde se encuentra su local, Ciutat Vella, hay unas 300 personas viviendo de la cultura. “Es muy fácil ir al teatro por 20 euros y casi imposible hacerlo por dos euros”, lamenta.