Cualquier barcelonés que haya paseado por La Rambla lo ha visto alguna vez, pistola en mano, desafiando --amigablemente-- a un duelo a quien se para a mirarlo. "Yo soy el vaquero de La Rambla", dice Luis a Crónica Global con una sonrisa mientras asiente con la cabeza, orgulloso.
Trabaja como estatua humana desde 1985 y ha visto todas las caras de Barcelona desde entonces. Excepto durante unos años, que tuvo que huir al estar amenazado por lo que él llama “la micromafia” que está presente entre los artistas callejeros.
Mendicidad encubierta
Esta red especula con la licencia de estatua humana para llevar a cabo lo que Luis llama “mendicidad encubierta”. La consiguen haciendo trampas, con trajes comprados --cuando la normativa exige que sea de fabricación propia-- e inventando la formación artística que supuestamente les avala.
Algunos ni siquiera utilizan el permiso --hay una de las estatuas que lleva cuatro años sin aparecer--, otros solo el fin de semana y, otros, lo tienen como plan B por si su trabajo no les sale bien. No habría problema si no fuera porque cada licencia lleva nombre y apellido y se refiere a un espacio concreto. Si el titular no lo utiliza, queda desierto.
Denuncias entre estatuas
Esta “micromafia” es la que se enfrentó a Luis cuando él decidió recriminarles su actitud. Lo denunciaban a la Guardia Urbana de Barcelona porque llevaba pistola y la normativa anterior lo prohibía; porque estaba situado unos pasos delante del metro cuadrado que le corresponde, o porque llevaba un pito en la boca con el que llamar la atención de los turistas.
“No quieren formar parte de la Asociación de Estatuas Humanas, pero se benefician de ella”, explica Luis. “Como cuando conseguimos lo de la sombra”. Algunos de sus compañeros sufrieron insolaciones y golpes de calor. Consiguieron entonces que el Ayuntamiento les permita trasladarse a la sombra cuando no hay feria artesanal.
Futuro incierto
‘El vaquero de Las Ramblas’ confiesa que está en horas bajas. Desde que fueron trasladados a la zona de Santa Mónica apenas gana dinero. “Ya se me acabaron mis ahorros y ahora vivo al día”. Actividades como el Tast a la Rambla, que le impiden trabajar durante 15 días, no le ayudan.
En el reparto de metros cuadrados, además, le tocó el peor sitio. Frente a los carruajes de caballos, justo después de un paso de cebra por el que cruzan todos los viandantes de la zona, sin llegar a alcanzar su sitio. “Es como un cementerio donde nadie va a echar flores”, lamenta. Y se ríe de su propia comparación.