Parece la típica historia de maltrato doméstico, pero no por ello deja de ser vergonzosa e ilustrativa de una realidad que perdura en nuestra sociedad y que ni las campañas de sensibilización y el endurecimiento de penas, ni siquiera la proliferación políticas de protección de las víctimas, consiguen erradicar.
Se llama Constantina I. Y llevaba casada con su marido, Emilio I., cerca de 23 años. Él, empleado en una fábrica de productos para la construcción. Ella, ama de casa encargada de criar a los dos hijos del matrimonio.
A lo largo de su vida, los desprecios, los insultos y el amedrentamiento fueron la tónica habitual entre las cuatro paredes el piso que compartían. Constantina y sus hijos se acostumbraron a vivir con ello como si esa música tétrica y alienadora fuera asumible, casi normal e inevitable, en las relaciones personales y cotidianas de aquella familia.
Del trabajo, al bar
La cosa subió de temperatura a las 11 de la noche del día 22 de junio de 2014. Era viernes. Emilio venia de un bar cercano a su domicilio donde solía detenerse a diario con sus amigos cuando finalizaba la jornada laboral.
Llegó a casa cuando el resto de la familia ya había cenado. Ese día no le esperaron, cosa que le incomodó. Se estiró en el sofá y a gritos despectivos pidió a Constantina una copa de coñac. Ella, cargada de valor y harta de él y de aquella vida contaminada por un ambiente bronco y ausente de sentimiento amoroso alguno, le dijo que no, que no aguantaba más y que si quería una copa que se la fuera a buscar.
Agresor descolocado
Emilio, descolocado por la negativa de su hasta entonces sumisa esposa, agarró el mando de la televisión y se lo lanzó a la cabeza. El golpe fue tremendo, provocándole un corte profundo sobre la ceja de varios centímetros que provocó el inmediato traslado al hospital donde fue atendida por los cirujanos.
El informe médico y la declaración de Constantina y de sus hijos llevaron a Emilio de patitas al calabozo de los Mossos d'Esquadra.