La mayoría de los 800 galardonados por las 83 universidades españolas con el título de doctor honoris causa --por causa de honor, en latín-- nada tienen que ver con las dos funciones básicas de la universidad: la enseñanza y la investigación. Empezaron bien cuando la Complutense de Madrid, entonces Universidad Central, concedió la distinción en 1920 al médico español y gran figura en Argentina Avelino Gutiérrez. Y en 1923 a Albert Einstein, a quién también se le adjudicó una cátedra que estuvo esperándole en Madrid hasta su muerte.
Pero la cosa se fue torciendo cuando Salamanca le otorgó este honor 1926 a Miguel Primo de Rivera, y a Alfonso XIII en 1927. Tras el paréntesis del 1935 a 1944, el franquismo hizo lo propio, incluyendo al Caudillo en 1954, con el voto en contra del genetista Fernando Galán, que fue fulminantemente desterrado. Y a los dictadores colegas portugueses Oliveira Salazar y Marcelo Caetano. Estos últimos, en la Complutense, que cuenta y bate el récord con 240 honoris. También en esto es la de mayor tamaño de España.
Chorizus causa
Entre tanto premio extraordinario no es de extrañar que se hayan colado también, ya en democracia, el Rey emérito Juan Carlos, el presidente Adolfo Suárez, el empresario Abel Matutes y el banquero Mario Conde.
Precisamente con el ex presidente de Banesto llegó una polémica que no se ha cerrado hasta estos días con la retirada del galardón, a pesar de su condena y paso por presidio en los noventa. Conde abrió una hornada de lo que un alto cargo del Ministerio de Educación denominaba los doctores chorizus causa. En este saco se incluirían los Rodrigo Rato (ocho doctorados) y sus amigos Gerardo Díaz Ferrán y Miguel Blesa, los tres unidos en el saqueo de Caja Madrid-Bankia.
En los aledaños de estos llamados también deshonoris causa, que avergüenzan a la comunidad universitaria, figuran el banquero Alfonso Escámez y el empresario Juan Miguel Villar Mir, el ex presidente del Gobierno José María Aznar y la ex presidenta de la Comunidad de Madrid Esperanza Aguirre. Y con capítulo propio, Jordi Pujol, quizá por el mérito de haber mantenido oculta al fisco durante 34 años una gran fortuna familiar. El ex president acumula 11 doctorados por universidades de todo el mundo, entre ellas la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), en 2006, y la Ramon Llul, en 2004. Sólo el escritor Mario Vargas Llosa le supera en este tipo de birretes.
Meapilas y famoseo
El meapilismo de algunos claustros universitarios ha dado el honor a los cardenales Herrera Oria y Rouco Varela, al Papa Benedicto XVI (Universidad de Navarra), a Jose María Escrivá de Balaguer (Zaragoza) y, con efecto retroactivo, en los años setenta a la mismísima Teresa de Jesús (Salamanca). Famosos son también los honores de la Universidad de Barcelona a los sindicalistas Camacho y Redondo, los de la Universidad de Valladolid a Sofía de Grecia, Margarita de Borbón y su esposo Carlos Zurita, o los de la Universidad de Valencia al polémico arquitecto Santiago Calatrava.
Las magnas instituciones han echado por tierra aquello de que nadie es profeta en su tierra. Sobre todo si hay famosos de por medio. Así, la Universidad Miguel Hernández de Elche ha doctorado al entrenador Rafa Benítez; la de Salamanca, a su colega Vicente del Bosque; la de Jaén, a Antonio Muñoz Molina; la de Cartagena, a Arturo Pérez Reverte; la de Zaragoza, a Fernando Lázaro Carreter y José Antonio Labordeta, y la Universidad Europa de Madrid, al astronauta Pedro Duque y al tenista Rafael Nadal.
Reconocimiento en entredicho
La Asociación para la Transparencia Universitaria (ATU), que ha recogido 75.000 firmas para quitar el título a Mario Conde, considera que este reconocimiento se ha desvirtuado. A su juicio, figuras como Einstein, Fleming, Severo Ochoa, Kapuscinski, Nelson Mandela o Vargas Llosa no pueden compartir honores con condenados por fraude o investigados por presuntos y probados delitos de blanqueo. O con famosos que no han pisado un campus en su vida.
La ATU denuncia que el proceso de selección es muy opaco, y en algunos casos un cruce de favores para que miembros de los consejos de gobierno de las universidades o simples mecenas puedan hacer carrera política.
Una asociación científica también considera que el máximo reconocimiento académico de la excelencia en todos los ámbitos de la ciencia (que no incluye, de momento, la ingeniería financiera) está hoy más en entredicho que nunca. Denuncian que se ha convertido en habitual algo excepcional, y que el objetivo no es otro que situar el foco mediático en la universidad de turno, llegando a pervertir un galardón con 96 años de tradición.