El viernes pasado, menos de dos meses después de la muerte del ecologista Douglas Tompkins, su viuda, Kristine McDivitt, cruzó el patio de La Moneda, el palacio presidencial chileno, para encontrarse con la presidenta Michelle Bachelet. Lo hizo rodeada de la prensa para ofrecer formalmente al Estado chileno lo que ella misma describió como "la donación privada más grande de la humanidad".
Se trata de 419.417 hectáreas de terreno, más una cuantiosa inversión en infraestructuras en Valle Chacabuco, un terreno que se extiende en majestuosas vistas desde la caída de los Andes hacia el lago General Carrera, el mismo donde Tompkins --fundador de la conocida empresa de ropa deportiva North Face-- perdió la vida en un accidente de kayak.
Tierras de uso público
La viuda trata de concretar el último de los grandes proyectos que el matrimonio desarrolló en Chile: crear una red de parques en torno al Parque Nacional Patagonia. Y, con ello, cumplir una vez más la promesa que Tompkins hizo reiteradamente al país desde su llegada en 1990: comprar las tierras para su preservación y devolverlas alguna vez para su uso público.
Chile ciertamente ve con buenos ojos la donación planteada. Pero el regalo de los Tompkins --que previamente donaron el Parque Pumalín y el Corcovado-- incluye ciertas condiciones: por cada hectárea que reciba, el Estado debe comprometer el doble para su conservación.
"El Estado no coloca las tierras a disposición de la familia Tompkins. Todo lo contrario: la propuesta es que estas hectáreas, que son propiedad privada de los Tompkins, pasen a ser propiedad de Chile, pero bajo un uso determinado, la de un parque nacional de propiedad pública", señalan fuentes oficiales chilenas.
Propiedades de terceros
Concretar el proyecto requiere analizar deslindes y otros aspectos que en el pasado fueron complejos para los Tompkins, como la existencia de propiedades privadas en la zona. "Debemos vigilar para que la operación no afecte a la propiedad privada de terceros, confirmar la disponibilidad efectiva de los bienes fiscales, la eventual existencia de ocupantes y centros poblados", señalan las mismas fuentes.
Esas son las razones que llevan al Gobierno chileno a acoger con simpatía la oferta, pero también con prudencia. En principio, no parece que haya grandes empresas energéticas interesadas en establecerse en los territorios afectados: los que donan los Tompkins y los que debería añadir el Estado.
"Grande, salvaje y conectada"
La magnitud de la donación ofrecida al estado chileno no es casual. Douglas Tompkins pensaba que la conservación, para ser efectiva, tenía que ser "grande, salvaje, conectada". Y la proyectada red y el Parque Nacional Patagonia cumplen con los tres requisitos.
"Parte del valor de estas tierras está en su extensión. No es un terreno 'machacado', no es un hábitat fragmentado, sino uno que, por su tamaño, hace viable a una gran cantidad de especies, pumas, huemules, anfibios endémicos”, dice Francisco Solís, director del Centro de Derechos de Conservación.
La filantropía ambiental
De concretarse la red de parques que planteó la viuda al Gobierno, Tompkins terminaría además, en forma póstuma, con las suspicacias que rodearon desde un principio sus adquisiciones en Chile y Argentina.
Tompkins se inspiraba en la tradición norteamericana de donaciones privadas de los grandes aficionados a la filantropía ambiental, pero en Chile siempre hubo quien desconfió.
"No se entendía que el suyo no fuera un afán de lucro, no se entendía que pensara dejar todo en un legado público y a un país que además, no era el suyo", recuerda Solís para concluir: "Tompkins amplió el espacio de lo posible en Chile. Su legado no es sólo la tierra, es un legado de conservación".