Vida

Muerte de un maestro, víctimas y verdugos

Entrevista en El Periódico al profesor y psicólogo que desarmó al chaval de 13 años. El exjuez Garzón cazaba en tiempos de Cartago. El efecto Rato y la palabra chorizo.

21 abril, 2015 10:13

El profesor Abel Martínez Oliva fue asesinado. Ayer se acababa su contrato de sustitución en ese instituto de La Sagrera y se lo llevó por delante un crío de trece años armado con una ballesta y un machete. Hay más opinión que noticias en todo este asunto, en la que el autor del crimen es tratado como una víctima y debe ser tratado como un niño. Eso es lo que dice el profesor de Gimnasia que lo redujo. Maika Navarro lo entrevista en exclusiva para El Periódico. Información de primera mano, materia prima (bien escaso) de la realidad.

El texto arranca así: "David Jurado Fernández necesitaba ayer tarde pasar un rato con los ojos cerrados debajo del agua de la ducha e intentar dormir. ¿Cómo se encuentra? "Estoy bien. Mucho mejor que mis alumnos. Todos los que tuvieron la mala fortuna de cruzarse con el chaval y le vieron hacer daño de esa manera, tardarán tiempo en olvidar. Estar junto a mis alumnos y ayudarles es lo que más me preocupa en estos momentos". David es el profesor de Educación Física que ayer logró -con palabras- desarmar y reducir al niño que mató a un profesor y que podría haber causado una masacre. No lo quiere citar por su nombre porque es un menor. Y porque hasta ayer también era uno más de sus alumnos. "Un excelente alumno, con muchas inquietudes y grandes ocurrencias. Es una tragedia lo que ha ocurrido".

La conversación con el profesor continúa: "Los alumnos lloraban. Se abrazaban. 'Lleva un cuchillo -gritaban-. Está loco. Nos quiere matar a todos". "Entonces lo vi pasar con un cuchillo en la mano". Le reconoció con la chaqueta militar que usaba casi a diario. No se lo pensó. "Regresé escaleras abajo hasta el gimnasio y agarré un palo. Cuando estaba de nuevo en el primer piso, los alumnos me dijeron que había subido al segundo piso. Corrí hacía allí". A David le cuesta olvidar el silencio sepulcral del segundo piso. Se detuvo al final de las escaleras. "Era como una película de miedo. La gente había huido perdiendo cosas por el suelo. Era evidente la estampida. Entonces descubrí que en mitad del pasillo había un cuerpo tendido boca abajo. Por el aspecto pensé que era un alumno mío". David quiso acercarse hasta el cuerpo. No se movía. Pero entonces descubrió a su alumno justo en el aula que estaba enfrente. Y entró. El chaval estaba de pie junto a la mesa del profesor con un cuchillo, un pequeño pico y una ballesta, una mochila y manipulando una botella vacía de cerveza con la que estaba preparando un cóctel molotov".

Y sigue la excepcional pieza: "Con mucha calma entró. A una distancia prudente, David se dirigió al joven por su nombre. El niño todavía deliraba y repetía en voz alta sus objetivos. "Lo que dijo en ese momento lo he declarado a los Mossos d'Esquadra. Se trata de un menor, un niño. Y no lo voy a repetir", advierte.

En este momento, el profesor ya había soltado el palo. "Le hice ver con mucha tranquilidad que estaba haciendo muchísimo daño a más gente de la que él sospechaba". Entonces le volvió a pedir que se alejara de las armas, que se las entregara. Primero se deshizo del pico, del cuchillo, de la botella, de la ballesta. Le acercó la mochila. "Le pedí que me enseñara lo que llevaba en los bolsillos. Y así lo hizo". Se acercó poco a poco hasta él. "Entonces se derrumbó, lo abracé y empezó a llorar como el niño que es y como el niño al que yo daba clases". Se sentaron en dos sillas, uno frente al otro, y David escuchó el relato del joven balbuceante. Hasta que llegó la primera patrulla de los Mossos".

Es lo que hay. El chaval oía voces, bromeaba con cargarse a todos los profesores y pudo sufrir un agudo brote psicótico. La opinión de Ignacio Camacho en el Abc abarca las aristas del hecho: "El autor del crimen, trece años, es inimputable. No sólo eso: con la estricta ley de menores en la mano ni siquiera se le puede dar una bofetada. Alboroto social, ruido de ira. Debate furioso de doctrinas pedagógicas y penales: permisividad, control, integración, disciplina, seguridad, castigo. La evidencia de un trastorno mental para el que no existen métodos de detección ni protocolos de prevención en nuestro sistema de enseñanza. Estupor por el arsenal casero –ballesta, machete, cócteles molotov– que el alumno portaba en su mochila. Perfiles psicológicos sensacionalistas y superficiales. Y algunas, sólo algunas, reflexiones sobre el papel educativo y moral de la familia, de la misma sociedad de la violencia banalizada y fácil. Demasiadas interrogantes, pocas certezas salvo el escalofrío de una tragedia sin respuestas".

Concluye Camacho: "El debate más simple y más obvio de este drama es el penal: el del concepto buenista de la irresponsabilidad de unos menores familiarizados con una retórica de la violencia plenamente normalizada en su vida diaria. Pero hay muchos otros y más complejos detrás de esta clase de descalabros. Y todos convergen sobre esa figura cenital del profesor a la que a menudo abrumamos depositándole una parte sustantiva de nuestros fracasos. La víctima se llamaba Abel Martínez Oliva. Soldado eventual del más noble de los ejércitos. Él sí que era inimputable".

La política, como siempre, está en otras historias y a otra cosa. En El Mundo, Raúl del Pozo revela la sugerente (e inútil) propuesta de reivindicar el buen nombre del chorizo, grato si bien basto manjar que era el sustento mañanero de los niños que no odiaban a los maestros o lo hacían en disciplinado silencio, en fila de a uno y sin alborotos. Pamplinas. Lo de Del Pozo es esto: "Es sabido que la corrupción en las costumbres se contagia al idioma, que se empobrece y se hace grosero y burdo. Ese insulto no sólo es utilizado por los preferentistas y desahuciados, sino por los propios partidos, donde más pecado había. El cabeza de lista del PSOE por Cantabria, Pedro Crespo, acaba de llamar chorizo a Rodrigo Rato. Vuelve la España de Solana, el lenguaje del desolladero. Antes la longaniza, para horror de moros y judíos, se colgaba en los portales de La Celestina. Entonces los embutidos eran negros hasta llegar a los tiempo de Quevedo que se vuelven rojos, porque ya ha llegado el pimentón de las Américas. Chorizo, el pedazo de tripa lleno de carne picada, también significa ratero, choro, descuidero, y los fabricantes de ese producto se sienten incómodos con la confusión y mezcla de significados. El otro día Esther Pedraza montó un mitin en la cava del gran Café Gijón en la que un grupo de cómicos y sociólogos -Pedro Ruiz, Miguel Ángel Almodóvar- se reunieron para reivindicar la nobleza del chorizo y apartarlo de la mala compañía. "Los políticos -dijeron- no son chorizos, son ladrones". Van a pedir a la RAE que omita en la definición del embutido la carga de delincuencia".

Pues les llamaremos mortadelos o tocinos, cutos, gorrinos y morcillos. Será por palabras... Visto lo de Rato, la teoría subyacente es la del flagelo purificador. El Gobierno tira de la manta y utiliza Hacienda como ariete y policía de la moral, sin cuartel, no se hacen prisioneros y hasta la última bala.

En el Abc, Javier Chicote da cuenta de las aficiones cinegéticas de Baltasar Garzón, que anduvo en tiempos de los romanos de cacería con los cartagineses: "El exjuez Baltasar Garzón acudió a una cacería en la finca Los Collados de San Benito (Ciudad Real) organizada por el grupo Dico, una de las principales constructoras implicada en la trama Púnica. La cacería se celebró durante un fin de semana de la temporada 2003 con todos los lujos posibles. El coste completo por cazador rondaba los 5.000 euros e incluía todos los animales que se quisieran matar, secretario personal, armas, comidas, alojamiento y transporte. Fuentes próximas a Garzón reconocen a ABC que asistió a la cacería, pero precisan que no lo invitó el grupo Dico, «a los que no conoce de nada», sino el propietario de la finca, Carlos Porras".

Fenomenal. Hay un despiece del texto que es definitivo: "Esas monterías, que tenían un coste de entre 5.000 y 9.000 euros por cazador, las pagaban constructores con intereses inmobiliarios en la Comunidad de Madrid. En concreto, las cinegéticas celebradas entre 2003 y 2006 corrieron a cargo del grupo Dico, que fue una de las promotoras con mayor presencia en la región. Si el cazador de turno así lo deseaba, por la noche se le ofrecían prostitutas, de las que podía disfrutar en la finca o en los hoteles cercanos en los que se alojaban algunos de ellos". Vaya planazo.

Siguen llegando cadáveres a las costas de Europa. En Rodas naufragan quienes huyen de la guerra en Siria. Vivos o muertos, llegan a un país que está con un pie fuera del euro. Vienen del infierno. Peor es imposible.

Hoy no hay escudella.

21 de abril. Santoral de La Vanguardia: "Anselmo, Félix, Silvio, Alejandro, Anastasio, Conrado de Parzham, Simeón, Fortunato".

Santoral del Abc: "Santos Anselmo de Canterbury, Fingar o Guignero, Gualterio de Pontoise, José Oriol".