El nivel de la política en España lo marca el trío formado por Pablo Iglesias, Íñigo Errejón y Juan Carlos Monedero. El éxito de Podemos, que surge de las salas de profesores de la Complutense, demuestra hasta qué punto ha llegado el deterioro del sistema democrático y de la universidad. Junto a Francisco Nicolás Gómez Iglesias, alías "pequeño Nicolás", estos personajes, carne de telebasura política, son las caras de un país destrozado por la desconexión absoluta entre sus representanes en las instituciones y los ciudadanos.
Es la corrupción, pero no sólo la corrupción. La anunciada recuperación económica puede degenerar en una sociedad latinoamericana, con una brecha entre la clase media y los parados adultos de larga duración, las familias desahuciadas, los hombres y mujeres que no han logrado subirse al tren del fin de la crisis, las familias con críos que comen pan con pan o el rancho escolar, gente desesperada para la que nadie, ni los partidos clásicos ni los profesores airados, cuya actividad docente debiera enrojecer a los rectores, tiene siquiera una palabra de consuelo.
En este contexto, la exhibición de los sueldos de ministros, altos cargos y señorías varias, ha pasado de ser un ejercicio relativo de trasparencia a un debate sobre la supuesta necesidad de subir el sueldo a los políticos. De esa manera, no es extraño que Rajoy haya declarado que la crisis es historia o que los diputados socialistas hayan censurado a su cuestionado nuevo líder, Pedro Sánchez, por pedir algo tan razonable como que nadie cobre más que los noventa mil euros al año que se lleva el presidente.
Esa discusión sobre los salarios de los políticos es más madera para la locomotora demagógica de Iglesias, cuya ya descartada propuesta de renta mínima de ciudadanía es tan insostenible como la desesperación en los rostros de quienes escarban en los contenedores de basura de los supermercados o los que esperan en la fila del paro a sellar las papelas de desempleados. Entre tanto, los socialistas se ofrecen a CiU por si a ERC le da por ejercer la oposición de una vez. Y los populares mantienen acuerdos con los convergentes en organismos municipales o en la Diputación de Barcelona, una mezcla de zona cero de la corrupción y santuario para los fontaneros de los partidos. Un vistazo a los consejos de los medios de comunicación públicos de la Generalidad, de la Diputación y del Ayuntamiento de Barcelona revela a la perfección cono la tensión política es un trampantojo para facilitar el reparto de cargos, prebendas y regalías entre socialistas, populares, republicanos y convergentes. Es, lamentablemente, lo que significa la casta que acuñó Podemos, un término que puede proceder perfectamente de lo que son sus represantantes en las universidad, pura casta, indocumentada, inculta, carbonera y con un capacidad académica tercermundista.
Como perro no come perro, para CiU y para el PP es perfectamente compatible defender la independencia o defender la continuidad autonómica mientras pactan el día a día, el cómodo pasar de la política, que consiste en emitir notas de prensa en plan "desde el PPC" o "desde CiU" pensamos, creemos o proponemos. Forma parte del abono de Podemos.
Uno de los paradigmas de este compadreo es la defensa cerrada que los nacionalistas vascos, los socialistas de la misma región y los populares hacen de ese escarnio nacional que es el cupo vasco. Que una de las soluciones propuestas por el PP catalán para resolver el "contencioso" catalán sea mejorar la financiación de Cataluña refleja hasta qué punto los partidos están dispuestos a engordar y prolongar los problemas, que significa exactamente su propio engorde y su permanencia sine die en el sector de la política, negocio que tal vez no resulte muy redondo a sus practicantes honrados, dado lo que se quejan de sus parcas remuneraciones, pero que implica poco trabajo y muchos gastos pagados. ¿O no?