El sexo masculino gana por goleada, con un 88,7%, el dudoso honor de haber tenido la muerte más ridícula en las dos últimas décadas. Un estudio de médicos británicos señala que los hombres son más propensos a acabar en la sala de urgencias de un hospital, tras sufrir algún accidente absurdo fruto de su temeridad. El trabajo se acaba de publicar en el número especial de navidad de la revista 'British Medical Journal', que rescata las investigaciones menos útiles y más divertidas del año.
Lo dice la ciencia: los hombres son más idiotas. Para ser honestos, lo dice una ciencia algo sui generis que publica en su especial de navidad la revista 'British Medical Journal'. Una selección de artículos que, pese a cumplir rigurosamente con los estándares de calidad de la revista, no están ahí por su utilidad para la ciencia, sino por su capacidad para hacernos reír. En este caso, a algunos más que a otros.
La conclusión se extrae de un trabajo estadístico realizado por varios médicos del Reino Unido sobre los datos proporcionados por los premios Darwin. Estos sarcásticos galardones premian las muertes más ridículas, lo cual, dicen en su web, contribuye a mejorar la humanidad. Por ejemplo, si un ilustre ganador por aguantar la respiración bajo el agua hasta fallecer, no llega a transmitir sus genes a generaciones futuras, la especie humana mejora.
El estudio intenta confirmar la teoría de la idiotez masculina, que afirma que los varones tienen mayor predisposición a comportamientos de riesgo innecesario. Para los autores, esto se debe a "la búsqueda de estima social masculina, o a la necesidad de 'fanfarronear".
Las muertes más ridículas
Entre los ganadores destaca un individuo que quiso sacar fotos a paracaidistas acompañándoles en su caída, pero olvidó ponerse uno él también. Otro que quiso iniciarse en el mundo de la delincuencia en una tienda de armas en hora punta con un coche de policía decorando la entrada. Sin olvidar al terrorista que mandó una carta bomba, pero no puso sellos suficientes. Al recibir devuelta la carta, no dudó en abrirla y murió por la explosión.
Evidentemente los premios se entregan a título póstumo, aunque aquellos que hayan salido milagrosamente vivos de la hazaña pero se hayan quedado estériles por el camino, se merecen una gratificación honorífica. Los investigadores han contado los ganadores desde 1995 hasta 2014 y los hombres se llevan la palma en esto de morir a lo tonto: 282 galardones, frente a 36 ganadoras femeninas.
Por lo tanto, los hombres constituyen el 88,7% de los ganadores de estos premios, y esta diferencia de sexo es estadísticamente muy significativa, dicen los autores.
Sin embargo, el estudio tiene sus limitaciones. Los investigadore sostienen que las mujeres pueden ser más proclives a inscribir o votar a los candidatos masculinos, o que muchas veces los resultados dependen de la ingesta de alcohol, en la que también existen diferencias por sexo. Los autores esperan a Navidad para recoger información que complemente su estudio puesto que consideran que estas fechas, con todo lo que conllevan, son un momento propicio para cometer tonterías.
Tal vez no lo parezca, pero los Premios Darwin tienen unos requisitos muy estrictos: el candidato debe causarse la muerte o la esterilidad a sí mismo. La muerte debe ser producto de una asombrosa falta de sensatez, aunque la persona debe estar en su sano juicio. Y por último, el acontecimiento no puede ser falso. Aunque esta parte es la más difícil de verificar.
Suicidios mal calculados
Algunas medallas que se hacen de rogar. En 1989, el francés Jacques LeFrevier le puso mucho esfuerzo a su receta para suicidarse. Los ingredientes: acantilado, soga, veneno, pistola y llamas. Bebió veneno. Se ató la soga alrededor del cuello y la ató a una roca. Se incendió la ropa. Saltó al acantilado y mientras caía, se disparó a la cabeza. Calculó mal. Rompió la soga del balazo. Cayó al mar, que apagó las llamas. Vomitó el veneno. Lo rescataron y llevaron al hospital. Murió de hipotermia.
Hay muchos otros estudios publicados en este número especial navideño de 'British Medical Journal'. En uno de ellos Bruce Arroll, de la Universidad de Auckland (Nueva Zelanda) responde a la pregunta ¿Por qué en las salas de espera siempre hay revistas viejas? Según este estudio, las nuevas duran poco tiempo antes de que las roben. Otro de los trabajos lo han realizado unos médicos de la Universidad de Manchester que se han dedicado a estudiar la representación de los médicos en la música pop a través de la historia.