Que las constituciones no son eternas lo demuestra el arranque de la Constitución de 1812: "En el nombre de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo autor y supremo legislador de la sociedad". Sin embargo, la vieja Pepa, en el primer capítulo del primer título, "De la nación española y de los españoles", contiene cuatro artículos que pese a un hemisferio de más podrían ser el comienzo de una nueva Constitución española:
Art. 1. La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios.
Art. 2. La Nación española es libre e independiente, y no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona.
Art. 3. La soberanía reside esencialmente en la Nación, y por lo mismo pertenece a ésta exclusivamente el derecho de establecer sus leyes fundamentales.
Art. 4. La Nación está obligada a conservar y proteger por leyes sabias y justas la libertad civil, la propiedad y los demás derechos legítimos de todos los individuos que la componen.
En aquel año de 1812, bisiesto por más señas y como escribiría (o no) Arturo Pérez Reverte, los bandoleros le daban estopa al francés mientras la patria chorreaba sangre en el hemisferio colonial. A aquellas alturas de la historia ya habían pasado cuatro años de los Fusilamientos del 2 de Mayo y le quedaban dos de martirio a la Grande Armée de Napoleón Bonaparte. Fue la Guerra de la Independencia española o lo que en Cataluña se camufla como Guerra del francés y en otras partes de España se llama la "francesada".
Y el sobrenombre de la Pepa le viene a esa Constitución porque se aprobó un 19 de marzo y porque tras su derogación, dos años después, al retorno de Fernando VII, era la forma de referirse a aquel texto tan efímero como mítico y que por primera vez le birlaba la soberanía a la Corona y la depositaba en la Nación, la reunión de todos los españoles.
Hoy es el día de la actual Constitución española, que cumple 36 años. Del momento terminal da prueba el hecho de que se constituye en portada de los cuatro diarios catalanes. Por activa en La Vanguardia y El Periódico, que plantean la necesidad de su reforma: tres de cada cuatro catalanes en el primer caso y una veintena de expertos en el segundo. Por pasiva en el Ara, que dice que está "más sola que nunca". Y por omisión en El Punt-Avui, que no hace fiesta.
La Constitución española de 1978 fue la letra pequeña de la historia de un país que a veces merecía la pena. No va a quedar de ella casi nada en pie. A lo peor se salva el preámbulo, que se atribuye a Tierno Galván, y los artículos más decorativos. Tanto da porque la Carta Magna que ha presidido el periodo democrático más largo de la historia de España casi siempre fue letra muerta y papel mojado y cuanto más útiles y preclaros resultaban algunos de sus mandamientos, menos caso, por no decir ninguno, se les hizo. El artículo 155, por ejemplo, es el más mencionado de la historia y el menos leído. No se aplicó jamás, como muchos otros.
Letra pequeña, pero con la diferencia de que no ha resultado jurídicamente relevante a diferencia de la ídem de las hipotecas. El 155 podría ser el epitafio de la Constitución. He aquí lo que dice:
1. Si una Comunidad Autónoma no cumpliere las obligaciones que la Constitución u otras leyes le impongan, o actuare de forma que atente gravemente al interés general de España, el Gobierno, previo requerimiento al Presidente de la Comunidad Autónoma y, en el caso de no ser atendido, con la aprobación por mayoría absoluta del Senado, podrá adoptar las medidas necesarias para obligar a aquélla al cumplimiento forzoso de dichas obligaciones o para la protección del mencionado interés general.
2. Para la ejecución de las medidas previstas en el apartado anterior, el Gobierno podrá dar instrucciones a todas las autoridades de las Comunidades Autónomas.
Esos dos puntos eran los únicos tanques que podían haber entrado por la Diagonal; otra "lectura" del encaje de Cataluña en España. Como el texto tiene las horas contadas, se conmemora con elogios fúnebres. Hay que cambiarla, pero no para que nada cambie sino para satisfacer al nacionalismo catalán. A lo largo y ancho de tres décadas y media, la Constitución podría y hasta debería haber sido objeto de reformas no sólo cosméticas, pero que el retoque se imponga para atajar las hemorragias provocadas por el "proceso" no es una operación a corazón abierto. Es una autopsia.
Nada es para siempre y los tiempos cambian. Al 6 de diciembre le quedan dos telediarios como día no laborable. Éste puede haber sido el último puente y además, modesto. Hubo años en que no se trabajaba durante una semana entera y los hoteles colgaban el cartel de completo. Y todo turismo nacional, nada de guiris. Ya desde el primero momento hasta los constitucionalistas le llamaban a esas vacaciones el Puente de la Purísima, que cae en 8 y es festivo que tiene más que que ver con la Constitución de 1812 y el Espíritu Santo que con la de 1978 y el espíritu de la Transición.
En casi todos los periódicos es portada la fotografía del Cambio: El Rey, Felipe VI, en un Seat León "de última generación" con el presidente de la Generalidad, Artur Mas. De la secuencia podría inferirse que el segundo le dice al primero: "A mí que me imputen, jajaja". Es el "pacto del utilitario", que tuvo como testigos al ministro de Industria, José Manuel Soria, y al presidente de Seat, Jürgen Stackman, que tampoco se enteraba de nada.
En términos generales, la idea es que el monarca ha transmitido que "hacen falta gestos positivos". Lo positivo sería que la visita a la Seat fuera el primer episodio de la presencia del Estado en Cataluña, pero hay mar de fondo. Los mismos empresarios que arropan a Mas y le aplauden las conferencias acompañaron a Mas en Martorell. Son también los que reman a favor de la reforma de la Constitución y no precisamente en la línea de preservar la soberanía nacional. Más bien todo lo contrario.
Al menos condujo el Rey.