Queralbs nevado

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El pueblo de Girona más navideño de Cataluña: uno de los mejores balcones más bonitos del Pirineo, según National Geographic

El municipio no presume de un gran enclave arquitectónico, pero te perderás por sus calles empedradas y armoniosas 

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Nos encanta perdernos por los pueblos de la Cataluña profunda, esos rincones tranquilos donde la montaña, la piedra y las tradiciones siguen marcando el ritmo de la vida. Disfrutamos de caminar por calles estrechas, descubrir iglesias románicas, sentir el silencio de los valles y conectar con la autenticidad de lugares donde el tiempo parece ir más despacio. Allí encontramos justamente lo que buscamos: naturaleza, calma y la esencia más genuina del territorio.

El pueblo de Girona

Queralbs es un municipio de la provincia de Girona, situado en la comarca del Ripollés: al norte de Ribes de Freser y en el límite con la Cerdaña y la comarca francesa de Conflent. Tan solo cuenta con 206 habitantes, según datos del INE 2024, y no deslumbra con grandes obras ni presume de un legado monumental.

Su atractivo, más bien, reside en la sinceridad con que se muestra: un pequeño enclave pirenaico que ha sabido conservar su esencia. El viajero que se adentra en sus calles descubre un entramado de pasadizos y rampas de piedra que trepan por la ladera sin pedir permiso a la orografía. Solo un par de calles rompen ese trazado irregular; una de ellas, la calle del Pla, concentra la vida social del pueblo con sus pocos bares y restaurantes, y conduce al Centro de Información del Parc Natural de les Capçaleres del Ter i del Freser, punto de partida para quienes quieren explorar Núria o alguno de los valles cercanos.

Si se continúa por la calle de l'Església, la ruta desemboca ante el edificio más antiguo y valioso de Queralbs: la iglesia de Sant Jaume. Este templo románico, levantado hacia finales del siglo X, conserva un nártex elegante y sorprendente: una especie de atrio formado por seis arcadas apoyadas en capiteles que, según los expertos, se añadieron en pleno siglo XV.

Queralbs

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Entre montañas

Mirarlo con calma es asomarse a más de un milenio de historia, a un tiempo en que el ritmo vital del pueblo apenas variaba mientras los reinos se disputaban estas montañas y los habitantes seguían dedicados al pastoreo y la trashumancia.

A lo largo de ese largo recorrido histórico hubo también episodios determinantes. En 1375, Pedro III otorgó un privilegio para salvaguardar el antiguo castillo -hoy reducido a unos muros dispersos-, y, más adelante, el devastador terremoto del 2 de febrero de 1428 arrasó buena parte de la población. Pese a los golpes, Queralbs logró rehacerse. 

La Plaça de la Vila ofrece un respiro y, al mismo tiempo, un espectáculo natural difícil de olvidar. Su mirador de dos niveles abre una panorámica que abarca el valle del Freser, rodeado por las moles del Puigmal, del Infern y del Noufonts, todas superando los 2.800 metros. En otoño, el paisaje se convierte en un tapiz de ocre, rojo y dorado que justifica la afirmación repetida por los vecinos: desde aquí se contempla uno de los balcones más bonitos del Pirineo.

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Otros caminos

El municipio incluye otros pequeños asentamientos que ayudan a entender la vida en estas montañas. En Fustanyà se alza la sobria iglesia de Sant Sadurní, una joya románica del siglo XII. Rialb conserva la huella de su pasado minero; en Serrat, las casas aún muestran los hornos de pan encajados en sus paredes; y Vilamanya acostumbra a ser una parada recomendada para quienes recorren la zona a pie.

Entre esos caminos, ninguno es tan popular como el Camí Vell, la antigua vía que sube desde Ribes, atraviesa Queralbs y continúa hasta el santuario de Núria. Desde el pueblo, la ascensión requiere entre dos horas y media y tres, un trayecto que acompaña el curso del Freser mientras se suceden cascadas, puentes medievales y bosques que mutan de color según la estación. Con suerte, alguna cabra pirenaica se deja ver, equilibrándose con soltura imposible sobre los riscos. Es un recorrido que resume, perfectamente, lo que ofrece: historia, naturaleza y esa calma que solo aparece en los lugares que se mantienen fieles a sí mismos.