Hay lugares que, en cuanto llega diciembre, parecen apagarse por fuera para encenderse por dentro. Pueblos diminutos donde el frío se cuela entre las piedras antiguas, las chimeneas despiertan temprano y el silencio pesa más que la nieve. Rincones que no necesitan mercados navideños ni luces espectaculares para respirar invierno: les basta su ritmo lento, su olor a leña y la sensación de estar aislados del calendario.
En uno de esos pueblos, escondido entre montañas y custodiado por un río helado, la vida transcurre suspendida. Las casas de piedra oscura, los puentes que crujen a primera hora y la humedad que empapa las fachadas crean una atmósfera que no parece de este siglo. Allí, la Navidad no se celebra: simplemente sucede, envuelta en nieblas bajas, pasos lentos y una calma que convierte el paisaje en una postal involuntaria.
Postal de invierno
Es el caso de Beget. Situado en la comarca de la Garrotxa, en la provincia de Girona, toma vida al final del año. Allí viven apenas 20 habitantes, situado a 541 metros de altura sobre el nivel del mar. Es pequeño, aislado y silencioso. No hay nada de saturación, ni decoración excesiva. Naturaleza pura y dura, sin artificios.
Beget
Su origen medieval respalda la empedrada arquitectura que forma el núcleo urbano. No obstante, a pesar de su larga tradición, sigue vivo. Sobre todo, en Navidad. Se trata de una idílica postal de invierno. El clima nuboso, incluso nevado, junto con la magia que ofrece el paisaje de montaña, son el ambiente perfecto para acompañar al aspecto del municipio.
Qué ver
Es un pueblo que parece estar detenido en el tiempo. Ir allí significa encontrar sosiego y tranquilidad. Su magia no está en la decoración, tampoco en los eventos que se celebran. Está en poder disfrutar de su ambiente. Pasear por sus calles empedradas, que carecen de tráfico, es un placer. Tiene dos o tres calles principales, pero el trazado es muy bonito.
Beget
Al caminar por su núcleo urbano, se puede encontrar el puente medieval. Se trata de uno de los rincones más fotografiados de Beget. Por debajo de él circula el río, que tiene el nombre el municipio. Su agua, fría y cristalina, puede llegar a congelarse en las rocas. Junto con la niebla matinal, se mezcla un escenario digno de ser inmortalizado.
Por otra parte, se encuentra la Iglesia de Sant Cristòfol. Es un templo románico del siglo XII, de estilo románico. Su campanario alto y estrecho destaca especialmente cuando la luz es baja. Así pues, en diciembre, hay muchas horas doradas que hacen relucir todo su encanto. En invierno, la piedra húmeda oscurece y el contraste con la madera y el musgo magnifica su encanto.
Iglesia de Sant Cristòfol de Beget | WIKIPEDIA
Cómo llegar
Llegar hasta este rincón no requiere prisa, pero sí disposición a dejar atrás la comodidad de las carreteras anchas. El acceso serpentea entre montañas y bosques densos, con curvas que invitan a bajar la velocidad y mirar el paisaje. A medida que uno avanza, la señal del móvil desaparece y el silencio gana terreno: es la primera pista de que el destino está cerca.
El último tramo, estrecho y solitario, actúa como transición natural. No es un camino complicado, pero sí uno que obliga a conducir con calma, especialmente en invierno, cuando la humedad o la escarcha pueden aparecer en cualquier curva. Al final, tras varios kilómetros de montaña, el pueblo emerge de golpe, compacto y sereno, como si hubiera permanecido oculto a propósito. Llegar no es solo desplazarse: es entrar en otro ritmo.
Noticias relacionadas
- Las desconocidas cascadas termales ocultas en los Pirineos: saltos de agua caliente de 35 metros a dos horas y media de Barcelona
- La masía catalana del siglo XVI reconvertida en hotel: un refugio escondido entre los viñedos del Penedès
- El pueblo de Tarragona con el nombre más raro: tiene menos de 500 habitantes y es sede habitual de Lluís Llach
