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El 25 de julio pasado, la portada del The New York Times llevaba una foto estremecedora de una madre gazatí sosteniendo en brazos a un niño desnutrido –que recordaba poderosamente a los judíos fotografiados cuando se liberaron los campos de concentración nazis–. 

El niño tiene 18 meses, se llama Mohammed Zakaria al-Mutawaq, y la impactante imagen venía acompañada del titular Jóvenes, ancianos y enfermos mueren de hambre en Gaza: "No hay nada".

La imagen fue rápidamente republicada por los grandes medios internacionales, incluidos los españoles. Sin embargo, en cuestión de días, empezó a esclarecerse la verdadera historia detrás de la foto. Se descubrió que Mohammed sufre una enfermedad genética congénita, probable causa de su condición esquelética. La narrativa del hambre se contradijo además con el hecho de que su hermano mayor no mostraba signos de desnutrición; él aparecía junto a Mohammed, pero fue recortado de la foto publicada.

La polémica fotografía de Gaza publicada en 'The New York Times'

The New York Times ha publicado una especie de disculpa, en forma de nota del director, el 29 de julio, pero manteniendo el discurso sobre el hambre de los niños palestinos. La cual es real, y una vergüenza para la Humanidad, pero este tipo de informaciones engañosas –o directamente falseadas– contribuyen a generar dudas en los lectores. Sirven, eso sí, para que unos cuantos columnistas expongan sus sentimientos, la gran compasión que sienten, lo buenas personas que son. 

Buenas personas como el imprevisible modisto mallorquín Miguel Adrover, que por esas fechas inesperadamente explicó al mundo, a través de su cuenta en Instagram, que la cantante barcelonesa Rosalía, que tanto éxito tiene en Estados Unidos, le había pedido que le hiciera un vestido; pero que él se negaba a hacerlo porque la cantante de El mal querer y de Motomami no se ha manifestado con contundencia, aprovechando que tiene muchos seguidores, contra lo que él –y yo, y muchos– llama “genocidio” en Gaza

Rosalía ha respondido –creo que se contaba el otro día en Crónica Global– como ha podido, para salir del paso, y señalando que esta clase de mensajes deben dirigirse a los responsables políticos, no a una cantante como ella, que solo quiere lo mejor para todos. No ha contentado a nadie: los sionistas se sienten ofendidos, y los sensibles al sufrimiento de Gaza piensan que su respuesta ha sido floja, muy cuidada, para no ofender a la comunidad judío-norteamericana, muy influyente en el campo del espectáculo.

Aunque la verdad es que ya son muchas también las voces de ciudadanos particulares y las asociaciones judías de todo tipo que tanto en Israel como en Estados Unidos denuncian como insoportable lo que está haciendo el Tzáhal en Gaza. 

A partir del asunto de Adrover-Rosalía, algunos columnistas han publicado sus disquisiciones sobre la función del artista y la de su responsabilidad en un mundo convulso, si debe hacer públicas sus opiniones o limitarse a lo suyo, lo que les hace especiales y populares, y dejar en manos de los políticos y de las entidades sociales lo demás. 

Consciente de este precedente, el pasado domingo la cantante Bad Gyal (también catalana, de Vilassar de Mar concretamente) interrumpió su concierto en el Arenal Sound, en Burriana, provincia de Castellón, para manifestar que no podemos mirar hacia otro lado cuando pasan cosas demasiado horribles, y manifestar su apoyo el pueblo palestino. Luego siguió con sus canciones: ya se sabe, the show must go on.

Bad Gyal, durante un concierto Kike Rincón Europa Press

Me entra la tentación de hacer bromas sarcásticas y sugerir que quizá Bad Gyal quiere pedirle a Adrover que le diseñe un top y una microfalda con las que le gusta lucir el palmito, y hablando en favor de los palestinos se asegura la benevolencia del modisto. Pero quizá la chica se sienta de verdad afectada, y en cualquier caso el asunto es demasiado amargo para hacer bromitas.

Para que lo veamos así no hacen falta fotos trucadas ni discursos bienintencionados de las cantantes de trap y reguetón. Tengo la sensación de que no sirven para nada, salvo quizá para hacerlas sentirse “mejores personas”. Pero puedo estar equivocado, claro.