Dos misiles rusos alcanzaron en la noche de anteayer varios edificios en Lviv, preciosa, aunque deteriorada, ciudad austrohúngara en el oeste de Ucrania, cerca de la frontera con Eslovenia y Polonia, y mataron por lo menos a siete vecinos. Es por ahora la última, triste hazaña del ejército invasor, mientras la lista de muertos en los bombardeos de Poltava, en el centro del país, a 160 kilómetros de la frontera rusa, asciende a 53. Es evidente que la incursión ucraniana hacia Kursk no obtiene el apetecido objetivo de provocar la retirada de las tropas invasoras en el desdichado país.
Conozco la ciudad de Lviv, y me abruma pensar que la gente que allí conocí está expuesta a este horror criminal.
Espero algunas declaraciones tranquilizadoras de Steven Pinker, el autor de Los ángeles que llevamos dentro (ed. Paidós), donde sostiene que la paz y la democracia son ideas que se van abriendo camino en todo el Globo, o de Matt Ridley, que en El optimista racional (ed. Taurus) sostiene que "es difícil encontrar una región cuyas condiciones en 2005 sean peores que las de 1955". Se me ocurren algunas regiones –Palestina, Afganistán…, etc, etc, llene usted mismo la línea de puntos suspensivos- que contradicen, si no desmienten, ese optimismo “racional” de los portavoces de esa corriente de pensamiento actual llamada “Nuevo Optimismo” que suena a la tesis de Leibnitz de que, dada la infinita bondad de Dios nuestro creador, si el mundo no es mejor es porque un mundo mejor sería imposible. De ahí la idea de que vivimos en el mejor de los mundos posibles, ridiculizada por Voltaire en “Cándido”, y la convicción, tan difundida, de que nos quejamos por vicio, ya que el mundo progresa adecuadamente.
En las cifras grandes, es posible que las estadísticas, los datos que maneja Pinker, sean acertadas, y que vivamos en un mundo más sano, más amable, que nunca antes en la Historia. Pero en la experiencia de lo concreto y real, de lo cercano y de lo personal, quién no se siente como el piloto de guerra Yossarian, el protagonista de Catch 22, que se niega a subirse al avión porque allá arriba hay aviones del enemigo que quieren matarle. Sus compañeros tratan de hacerle entrar en razón, le dicen que los enemigos no la tienen tomada personalmente con él, lo que pasa es que son enemigos; pero Yossarian replica que “esos tipos” quieren matarle precisamente a él… así lo siente. Y, desde su individualista punto de vista, así es.
Por lo demás, en la prensa internacional de ayer se destacaba que en el Congo han muerto al menos 129 personas en un intento de fuga de la superpoblada Prisión Central de Makala.
En el oeste de Irak, comandos estadounidenses e iraquíes han asaltado varias guaridas del Estado Islámico, matando al menos a 14 combatientes del decadente pero aún terrorífico Estado Islámico.
En Indonesia, el Papa Francisco trata de suavizar, en una visita de cuatro días, las tensas relaciones entre la mayoría musulmana y la acosada y perseguida minoría cristiana. Poco se habla del martirio de los católicos y de las comunidades cristianas en general en los países islámicos.
En Venezuela, con la democracia y la economía del país en ruinas, con la mitad de la población intentando emigrar, con todo el aparato jurídico y policial del Estado tratando de poner sus ensangrentadas manos sobre Edmundo González (el vencedor no reconocido oficialmente de las últimas elecciones), el presidente Nicolás Maduro ha decretado graciosamente que este año la Navidad comienza en octubre. No es el primer año en el que este personaje cambia la fecha del nacimiento de Jesús.
¿Navidades en octubre? ¿Por qué? Parece que la explicación es que durante las semanas previas a las Navidades el Gobierno chavista suele intensificar el reparto de ayudas y bolsas de comida en los barrios, incluyendo jamones, que en los peores años de la crisis económica se convirtieron en el producto más esperado de las cajas de los llamados Comités Locales de Abastecimiento y Producción.
También los venezolanos, aunque no se lo crean, viven en “el mejor de los mundos posibles”. Quien lo niegue se expone a ser definido como un derrotista trasnochado.