Facturación de Sanfermines en los bares de la Rambla de Cataluña. La cervecería de la esquina con Gran Vía estaba a reventar. Ambiente de fiesta grande, parejas abrazadas y estrelladas a la espalda. A muchos independentistas les gusta portar la bandera como si fuera la capa de Batman. Gesto futbolero en una concentración que no era para celebrar una copa del Barça, pero que a las diez de la noche tenía esa pinta.
Otra cosa: en la primavera árabe catalana se pernocta en casa, se toman cañas para celebrar el triunfo del pueblo y aprovechando el gentío los borrokas se mean dentro de los vehículos de la Benemérita. Enorme mérito toda vez que dice Puigdemont que han quedado suspendidas libertades esenciales como la de expresión y manifestación. Y añadió de facto para dar empaque latino-dramático al mensaje a la población en la hora grave del 20 de septiembre.
Contra lo que es costumbre en el resto del planeta, los manifestantes salen a la calle a instancias de una autoridad competente que reclama diálogo y política a otra autoridad que considera incompetente, pero presiona con una multitud en pie de guerra "cívica, pacífica y festiva". El orden público está en manos de los voluntarios de la ANC, los del chaleco reflectante.
La represión de la Guardia Civil no es la del cuadro de Ramon Casas, sino la Guardia Civil atrapada en la consejería de Economía. ¿Y qué hacen los Mossos? Lo que les mandan.
Aquello de tirar la piedra y esconder la mano. Oriol Junqueras tenía los ojos rojos a media tarde, cuando arengaba a la masa concentrada delante de la consejería de Economía. El bizarro y gallardo vicepresidente (viva imagen de Goliath, el colega forzudo del capitán Trueno) prometía la victoria mientras la interventora se reportaba con el ministro de Hacienda y le pasaba hasta los justificantes del taxi. ¿Recuerdan cuando posaba sus manos en los hombros de Soraya Sáenz de Santamaría y ella aceptaba complacida la insólita confianza? Fue en el congreso de los móviles, durante el clímax de la operación diálogo.
El director de Crónica Global retrata la situación y al personaje. Escribe Xavier Salvador: "No es agradable ver a la policía registrar las instituciones, cuando lo propio es que se ocupe de la seguridad de las mismas. Es una imagen amortizable. Lo que sucede es que aún resulta más desagradable ver cómo unos políticos sectarios, partidistas e inconscientes se saltan a la torera las normas de todos en vez de trabajar por corregir lo que consideren mejorable".
Sigue: "O los llorones profesionales, como el líder de ERC, que se pasan el tiempo explicando ante los medios de comunicación amigos una retahíla de mentiras sobre su arrojo y valentía, pero que luego llora en privado y pide, en círculos íntimos, que a sus hijos no les pase nada. ¡Qué cara dura tiene Oriol Junqueras, quien dice que no pasará los datos económicos de la Generalitat a Montoro y luego sabemos que quien los envía es la interventora general de la Generalitat!".
La jeta de cemento es tendencia. Santi Vila es otro caso que destaca en la pieza de Ignacio Vidal-Folch en este mismo diario: "El diálogo es imprescindible, pero es de elemental justicia que de él queden excluidos --salvo que se quiera burlar más aún a los ciudadanos-- todos los protagonistas del pronunciamiento: Puigdemont, Forcadell, Rull, Turull y los demás miembros del Govern sedicioso. Incluido el autodenominado "moderado" Santi Vila. ¿Qué se habría tomado Santi Vila anteayer cuando, poniendo la venda antes que la herida, reclamaba que los consellers como él no fuesen inhabilitados, para no romper los puentes del diálogo?".
La pompa es el tono en los medios nacionalistas, que dan por activada la desconexión. El 20 de septiembre de 2017 pasará a la historia. Primer día de la preindependencia. 303 años y nueve días después, la historia ha cambiado. En fin, que José Antich escribe en su columna de El Nacional un texto que bien podría haber sido leído por Puigdemont y hubiera quedado hasta mejor. Así arranca: "Catalunya viu en aquestes hores difícils un cop de l'Estat contra les seves institucions i la democràcia. Un cop tou que té diferents fronts i que pretén per la via dels fets liquidar l'autonomia catalana, assetjar el president i el conjunt del Govern, instaurar un estat de terror i de por en la ciutadania i, finalment, impedir el referèndum del pròxim 1 d'octubre. La repressió és de tal magnitud que en aquests moments l'Estat de dret a Catalunya i les llibertats civils -de manifestació, d'opinió, de premsa, d'empresa- estan seriosament en risc, amenaçades. I, així, amb aquestes dures paraules, i per què no dir-ho, amb tristesa i preocupació profunda, s'ha de dir".
Màrius Carol, el sucesor en La Vanguardia de Antich s'ha de dir, apuesta en su carta por agotar todas las vías: "¿No existe pues ninguna posibilidad de acuerdo? Pocas, pero habría que apurarlas. La historia nos enseña que a menudo las cosas no mejoran hasta que empiezan a empeorar. Si la máxima fuera cierta, lo tendríamos todo a favor para buscar un acuerdo. La semana pasada un alto cargo de la Generalitat y un dirigente del PP cenaron en Madrid y exploraron discretamente líneas de trabajo. Nada que vaya a cambiar la historia, pero es un brote en mitad del campo de batalla. Ciertamente preocupa pensar que las autoridades catalanas se fíen más de la calle que de su capacidad de gestionar la crisis, pero resultaría imprescindible encontrar interlocutores para negociar una solución digna. Gaziel escribió tras el Sis d’Octubre que “las cosas disparatadas suelen acabar mal”. Sería inteligente no repetir la historia y buscar un marco en el que la política encauzara una situación que desborda a sus actores".
El editorial del diario condal se titula Llamamiento a la serenidad y acaba de esta manera: "Queremos manifestar nuestro pleno respeto a las instituciones catalanas, amparadas por la Constitución y el Estatut, y nuestra adhesión al autogobierno. Y desde esta posición pedir serenidad a todos y la apertura inmediata de un marco de diálogo".
Igual de adheridos se muestran en El Periódico, cuyo editorial afirma que el iderario del diario es el catalanismo: "La dinámica de acción-reacción desatada por el 1-O y respondida con firmeza por el Gobierno puede, en efecto, poner en jaque el derecho a la autonomía de todos los catalanes. Desde su ideario catalanista, ajeno a vaivenes, El Periódico mantiene inquebrantable su compromiso con el autogobierno de Catalunya. Y, como altavoz de una gran mayoría de los catalanes, apela a los gobiernos enfrentados a cesar esta escalada de tensión y negociar ya una solución política que preserve la fraternidad y la convivencia".
Buenas intenciones, de las que alicatan el sendero del infierno. Cataluña lleva mucho tiempo rota, ensimismada y sin Estado. La prueba es que sus servidores se alojan en barcos atracados en el Puerto de Barcelona.
21 de septiembre, santoral. Mateo y Jonás.