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No hubo sorpresas. Para la militancia de Junts la experiencia también ha sido traumática. Un 87% de las bases dieron ayer apoyo a los planes de la ejecutiva y la ruptura con el Gobierno, pese a la falta de una hoja de ruta alternativa, ya es una realidad. El PSOE tendrá que maniobrar en minoría, al menos oficialmente, y los posconvergentes están llamados a reinventarse de nuevo tras renunciar a su activo político más relevante, que era su capacidad de influir en el Ejecutivo central.

A pesar de los aspavientos, ambos reconocen que los acuerdos que siguen sin cumplirse –hecho que forzó a los de Carles Puigdemont a darle al botón rojo en Perpiñán– no entran dentro de la ruptura. Si se lleva alguno de ellos al Congreso de los Diputados, hay recorrido. Lo que no habrá, explicó el secretario general Jordi Turull, serán nuevos pactos. Tampoco presupuestos ni más negociaciones secretas en Suiza entre el prófugo y el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero.

Los hombres que Junts colocó en las estructuras del Estado seguirán. Y Pedro Sánchez no tiene plan de convocar elecciones a corto plazo, por lo que, a efectos de la gobernabilidad, los cambios serán difíciles de apreciar. Míriam Nogueras ya gritaba en el hemiciclo antes de la ruptura, y el Gobierno continuará haciendo como que no pasa nada. En clave catalana, no obstante, el matiz es relevante. Junts jugó a ser CiU y no ha tenido la paciencia de antaño. Y sus bases han vetado la política pujolista del peix al cove.

División

En el seno del partido algunos ya lo advirtieron. Las posiciones estaban demasiado alejadas. Laura Borràs, todavía líder de la formación cuando se votó la investidura, fue poco a poco apartada por oponerse. Y Turull, de los pocos que ostentó un cargo relevante en Convergència, seguía defendiendo no precipitarse en Perpiñán. Acordaron la teatralización por unanimidad, o eso dijeron, pero a unos les pareció excesiva y a otros insuficiente con la moción de censura encima de la mesa.

El nuevo rumbo que debe tomar Junts, acechado por Aliança Catalana en las encuestas, también genera división. Los hay que discretamente apuntan que es un buen negocio acercarse al PP, con quien ya hay buena relación en el Congreso. Otros piden centrarse en Cataluña y en una oposición al Govern que está prácticamente pasando desapercibida. Pero la realidad es que todo pasa por la vuelta de Puigdemont, que desde su entorno insisten en que está mucho más cerca de lo que parece.

Liderazgos

Hay quien le ve con fuerzas para, dado el caso, ocupar su escaño y ejercer en el Parlament el papel que hasta ahora asume el cuestionado Albert Batet. Otros aseguran que su regreso definitivo marcará, esta vez sí, el final de su carrera política. Es una decisión que Waterloo todavía no ha tomado. Tampoco emergen liderazgos alternativos y carismáticos, pese a que Puigdemont ha remarcado en alguna ocasión que es lo que necesita Junts. De ahí el papel protagonista de Nogueras, que irá en aumento.

Una de las decisiones que se tomó también en Perpiñán tras la rebelión de los alcaldes, que piden poder hablar de inmigración e inseguridad en los términos en los que lo hace Sílvia Orriols para contener la sangría, es precisamente blindarles de cara a las elecciones municipales de 2027. Haya o no generales antes, en las que Aliança no se presentará, el verdadero examen para Junts será en las ciudades y pueblos. Es una fecha marcada en el calendario y la prioridad es reponerse de cara a la cita. 

Miedo a Orriols

El miedo a Sílvia Orriols, asimismo, sigue dictando los planes del expresident. La alcaldesa ultra ha conseguido marcar su agenda en X, que es el único ecosistema en el que Puigdemont se mueve, y quienes coinciden a menudo con él apuntan que sólo habla de ella, con los nervios y, por tanto, precipitación que esto implica.

Mientras tanto, Junts se desdibuja como un partido sin rumbo ni alternativas, más allá de volverse a aislar, con el aval de la militancia, e insistir en la receta de 2017.