La decisión de Salvador Illa de pedir la ayuda de la UME a las pocas horas de detectarse el macroincendio de Paüls ha descolocado a propios y extraños.
Con partidos independentistas al frente del Govern, la solicitud del Ejército se hubiese retrasado hasta una situación límite, trágica o catastrófica. O, quizás, no se hubiera producido ni siquiera en el peor de los escenarios posibles.
Pero el president, en esta ocasión, simplemente ha aplicado el sentido común. El fuego se empezaba a descontrolar a causa del viento y lo razonable era pedir ayuda a quien pudiera ofrecerla, ya fuera una comunidad autónoma vecina o el Gobierno de la nación. Y más aún después de la que lio Mazón en Valencia.
Como era de esperar, la actuación de Illa ha generado animadversión entre los nacionalistas catalanes. “Fuera las fuerzas de ocupación”, “no tienes dignidad, eres un gran esclavo y servidor”, “¡españolista!” y “botifler” son algunos de los innumerables insultos que ha recibido el presidente autonómico en las redes sociales.
Nada nuevo bajo el sol. Entre los nacionalistas nunca han faltado quienes prefieren ver su terruño arrasado por las llamas antes que aceptar ayuda del resto de España. Y, probablemente, así seguirá siendo.
Sin embargo, lo que resulta significativo del estado de las cosas en Cataluña es que una decisión a priori tan sensata, racional, procedente y previsible como solicitar “colaboración” a las Fuerzas Armadas ante un fuego descontrolado genere admiración entre quienes repudian el nacionalismo catalán.
Que lo razonable merezca un aplauso, demuestra el delirio al que el nacionalismo ha arrastrado a Cataluña.