Cuando se le abrió la segunda causa por el expolio del Palau, supimos que Fèlix Millet había distraído del embargo judicial un piano de cola y unos colmillos de marfil. Música y caza, este fue el binomio de los catalanes coloniales en el Golfo de Guinea, provincia española y último reducto, junto al Protectorado Español de Marruecos, Ifni y el Sahara. Podríamos decir que el caso Millet fue un ataque de nostalgia y dedos largos. Aprendió el piano de niño y se aficionó, años más tarde, a tocar el saxo en las noches cálidas de Fernando Poo, enfundado en un terno lino-blanco, con zapatos de claqué. En la cubierta de las naves de cabotaje o en los buques turísticos que atraviesan la gran ensenada, la luz cenital de la luna tamiza la música y enardece el deseo.
Eran los años deliciosos; la etapa de su educación sentimental malbaratada en el ingenio guineano de su padre Fèlix Millet i Maristany. El tiempo del algodón y el mango, sin club de Campo de Nairobi –privilegio británico en Kenia–, pero con amplias estancias repletas de trofeos de caza, embellecidos por un taxidermista, producto de los mejores safaris barceloneses de los hermanos Rubió i Tudurí, del cineasta Jacinto Esteva, del escritor José Maria Riera de Leyra o de Modesto Bertrán, el dueño de Unici, la productora radical chic de los sesenta.
El expresidente del Palau ha fallecido en una residencia en la que entró enfermo desde la prisión medicalizada de Terrassa, cuando la Consejería de Justicia de la Generalitat le concedió el tercer grado. Cumplía su primera sentencia ejecutada diez años después del fallo judicial por el saqueo del Palau en el que se esfumaron 23 millones de euros. El hombre que hizo del Palau un centro que alternaba los conciertos con bodas y bautizos de suculento retorno, el que satisfacía a los músicos con billetes de quinientos, penúltimo reducto de la opacidad fiscal, se sentó ante la Justicia por el trasvase de fondos a la Fundación Trias Fargas, vinculada a Convergència. Manchó el nombre del mejor consejero de Economía que ha tenido Pujol y puso sobre la pista de los donantes a la Agencia Tributaria. En el fallo, la Audiencia Nacional ordenó decomisar 6,6 millones de euros a CDC por el cobro de comisiones ilegales de Ferrovial.
Fèlix Millet ha sido un aristócrata por temperamento, pero sin grandeza de España; se acercaba y se alejaba a conveniencia de los advenedizos que le proporcionaban aliento. Un pillo amparado por sagas ilustradas, que se mantenían atentas al cenicero de plata o la tetera de la Anatolia, al final de las veladas; cercano a músicos como el maestro Toldrà, Lluís Sánchez, Antoni Planàs, Josep Recasens y Antoni Ros Marbà o a intelectuales, como Josep Benet, senador independiente del PSUC en las primeras elecciones de la Transición.
La corte de Jordi Pujol
Vivió como un artista en manos de la ideología nacionalista y de los bancos hipotecarios; se movió con estilo de alquimista; fue un curandero del mal de amores engalanando la truhanería que rondaba la corte de Jordi Pujol, y nunca sentó la cabeza; tampoco lo hizo en su etapa de vicepresidente de la Fundación del Futbol Club Barcelona, cobijo del honor perdido.
Construyó su cartografía profesional de mando en plaza sin oficio y a la sombra de su progenitor, el citado Millet y Maristany, un letrado que presidió el Banco Popular de los opusdeístas Valls Taberner y Josep Termes, con sede en Madrid. El de Millet padre fue un caso de entreguismo al directorio militar de posguerra, la etapa en la que el mismo Benet fue secretario del consejo de administración de la entidad financiera, audaz aventajado de la ruta Madrid-Barcelona, como lo había sido en su tiempo Carles Bonaventura Aribau, abogado y representante de intereses industriales catalanes, en la capital. Aribau, el autor de la Oda a la patria, publicada en el diario El Vapor, volcó la Renaixença sobre el genio de Joan Maragall y Verdaguer metidos en una atmósfera similar a la del romanticismo alemán del ochocientos: adanismo, naturaleza y raza, bases del nacionalismo étnico que en el novecientos abrazaron los Millet, Cendrós, Carulla o Riera, fundadores de Ómnium, referentes de la represa cultural y lingüística.
El joven Millet nació y vivió bajo la endogamia: el entramado cultural-económico-político del catalanismo conservador. Una etapa de fronteras, ejecuciones y salvoconductos, que coincidió con la Comisión Abad Oliva de 1946, la ceremonia de entronización de la Virgen morena en la Basílica de Montserrat. Aquella Comisión, considerada como un puntal del catalanismo militante, facilitó, o no pudo evitar, un toma y daca inconfesable de aquellos días, resumido con la entrada de Franco, bajo palio, en la basílica.
Repiques evangélicos
El la ceremonia de la celebración, Fèlix Millet padre leyó la Visita Espiritual a la virgen, un fragmento del obispo Torres y Bages, un vetusto nacional católico y casi cristiano copto por su ferocidad bizantina. La Cataluña en llamas que tantas veces lamentaron en el exilio escritores como Carles Riva o científicos como el Doctor Trueta, se entregaba a la conveniencia de los tiempos: glosaba la savia del Antiguo Testamento uniendo el miedo a la represión con repiques evangélicos preconciliares.
Sus mayores predicaron austeridad, pero él se decantó por la ruleta de la vida; optó por una sinecura en la República del Amor. Ya en sus años maduros, Fèlix Millet puso en marcha su capacidad de desempeñar cargos civiles sin afán de lucro, pero muy rentables: Fue presidente de Agrupació Mútua, vicepresidente de la Societat del Gran Teatre del Liceu, miembro del patronato de la Fundació Conservatori del Palau, vicepresidente de la citada Fundació del Barça o patrón de la Asociación Española de Fundaciones. Y especialmente debe recordarse su implicación en el Institut Catalunya Futur, la rama catalana de la FAES, el think tank de José Maria Aznar, bajo la atenta mirada de Josep Piqué, que en aquellos momentos comandaba el partido conservador en Cataluña.
Pacto del Majestic
Superado el Pacto del Majestic de 1996, las primeras figuras del cantonalismo catalán sin rumbo (incluido Artur Mas) rindieron pleitesía en Madrid, un estilo felixmillista sin amarres. El expresidente del Palau también se encaramó en peldaños de probado rédito mercantil, como Hábitat, un cargo compensatorio por su estrecha relación con la llamada Generación Virtèlia, la escuela de las élites catalanistas en los años del hierro, creada en el distrito de Sant Gervasi, en 1939; el colegio de Roca, Maragall, Figueras, Sunyol o Bofill, entre otros.
Fèlix había nacido con un pie en cada lado, como el Coloso de Rodas en Gibraltar. Nunca dejó escapar un duro ofrecido desde España ni mendigó el guiño de una mujer estupenda más abajo del Ebro. Recibió parabienes y cruces de San Jorge, que después del escándalo le fueron retiradas. No era precisamente un almogávar. Vivió muellemente en su residencia de L’Ametlla del Vallès; conoció la Salzburgo de Mozart y la Bayreuth de Wagner; sintió el calor veneciano de los turiferarios en Carnaval y el escalofrío del que redime su culpa entre rejas.