Carles Puigdemont se ha movido y sus alfiles responden de forma mecánica. La vicepresidenta de Junts per Catalunya (JxCat), Elsa Artadi, que se ha refugiado --por ahora-- en el Ayuntamiento de Barcelona, ya busca el cuerpo a cuerpo con el presidente de la Generalitat, el republicano Pere Aragonès (ERC), para reprocharle que mantenga la mesa de diálogo con el Gobierno de Pedro Sánchez. La posición es clara: “Nos planteamos si realmente son necesarios dos años para ver qué recorrido tiene la supuesta mesa de diálogo, si de entrada llegan con esa actitud, y ya no hará falta esperar estos dos años”, señaló Artadi.
La posición de la que iba a ser vicepresidenta de Aragonès --se retiró en el último momento porque Puigdemont no lo vio claro-- es determinante porque supone una clara división en el seno de JxCat. Su presidente, Jordi Sànchez, busca una vía pragmática y le da ese margen a Aragonès para que en los dos próximos años tenga un mandato tranquilo, con el pacto suscrito en su investidura, junto a la CUP. En ese lapso, Aragonès deberá negociar con el Gobierno central y someterse a una moción de confianza que, en gran medida, es voluntaria. Fue ERC quien sugirió la idea a la CUP para saber si en ese momento podrá o no cambiar de caballo y establecer otro tipo de alianzas parlamentarias.
Una presión inesperada
Sin embargo, la presión llega mucho antes de lo esperado. Puigdemont tiene claro que no le podrá ofrecer más margen a Aragonès. Quiere seguir siendo la máxima referencia de JxCat y establecer un plan alternativo que, de hecho, tampoco se concreta. No lo hizo Elsa Artadi, a pesar de señalar que existe otra estrategia que no pasa por la mesa de diálogo con Pedro Sánchez.
Se trata de un nuevo episodio que evidencia la guerra interna en el independentismo, entre JxCat y ERC pero, principalmente, en el seno de Junts per Catalunya. Puigdemont dispone de sus fieles, como Artadi, Dalmases o Madaula, en el grupo parlamentario. Pero Jordi Sànchez quiere consolidar JxCat como un partido capaz de presentar una gestión eficaz al frente de la Generalitat, y para ello necesita tiempo, por lo menos los dos próximos años de legislatura. También están en esa posición consejeros de JxCat como el vicepresidente Jordi Puigneró. Fuentes empresariales señalan que es una evidencia: “Se les nota que quieren gobernar y alcanzar acuerdos, que quieren presentar algunos logros cuando finalice la legislatura”.
La estabilidad de Aragonès
El pulso, en todo caso, en el seno de JxCat podría afectar en gran medida a la estabilidad de Aragonès. Artadi insistió este lunes en que si Sánchez se niega a negociar la amnistía y el referéndum de autodeterminación, como pide el independentismo, entonces no vale la pena seguir en esa mesa de diálogo.
La presión de Puigdemont y su núcleo de confianza llega a pocos días de la reunión bilateral Estado-Generalitat que Sánchez y Aragonès programaron para el 2 de agosto. En ese foro se pretende hablar de inversiones del Estado en Cataluña, mientras que la cuestión estrictamente política se deja para la mesa de diálogo que se convocará para septiembre.
Dos años, ¿para qué?
Artadi remachó la posición de Puigdemont, que este domingo presentó en su discurso en Perpiñán una auténtica enmienda a la totalidad contra la mesa de diálogo. La portavoz de ERC, Marta Vilalta, recogió el guante al reprochar a todos aquellos que “menosprecian” ese diálogo. Artadi no se dio por aludida. “Nosotros no sentimos menosprecio por nada ni por nadie”, replicó la vicepresidenta de JxCat.
La tensión, por tanto, se mantiene en el Govern y entre los dos partidos, aunque no hay intención de pasar ninguna frontera. Por ahora. Sin embargo, la advertencia se dejó en el aire. Para Artadi, los dos años a los que hace referencia el acuerdo de investidura de Aragonès, con JxCat y la CUP, son “como máximo” y no como mínimo, que es como lo entiende el presidente de la Generalitat.