El 2000 fue el año del desguace. La izquierda se atropelló a sí misma y le dio la mayoría absoluta a José María Aznar, que ya no iba a necesitar a los nacionalismos; se notó, y tanto que se notó. Aznar López entró en Barrena hasta alcanzar la desmedida cita de Las Azores, al fin de su mandato. Aquel año del segundo milenio, Joaquín Almunia lideró al PSOE, junto a la Izquierda Unida que lideraba entonces Paco Frutos, en las elecciones generales. ¡Qué gran tastarazo! La imposición de la guardia de corps de Felipe González se fue por el desagüe. Pepe Borrell había ganado las primarias del PSOE, gracias a la federación socialista madrileña, pero no llegó a ser el candidato, porque los mandamases querían a Joaquín Almunia, el ex ministro más joven de la democracia española e hijo del Almunia ingeniero, que fundó Neguri, un baile de máscaras en soberbios casoplones de los señores bilbaínos del hierro y de la banca.
Paco Frutos emprendió el camino de la oposición, mientras Julio Anguita, entonces el alcalde rojo de Córdoba, resolvía sus asuntos y se encumbraba en la nueva Izquierda Unida. Para Frutos, un hombre de cabeza ordenada con algunos muebles Luís XIV en el zaguán de su memoria, la del 2000 no fue su primera derrota. Sus propios camaradas le habían infligido otra en 1980, el año del Quinto Congreso del histórico PSUC, donde fue batido por Rafael Ribó, despedazador del seny, a través de Iniciativa y de su montaraz alianza con los verdes.
Volver en 2017
Sin haber estado ausente nunca, Frutos volvió a la vida pública en 2017, como uno de los grandes protagonistas convocado por Societat Civil Catalana (SCC), la marcha constitucionalista, en la que lanzó un discurso devorador en nombre de la izquierda no nacionalista; la que no les “baila el agua a los soberanistas”. Su crítica recorrió a la vieja guardia roja y a Podemos, los líderes lenguaraces que ponen a la Corona en jaque desde el Gobierno, traicionando el pacto de legislatura con Sánchez. Los que han digerido mal sus lecturas de Niko Poulantzas y que han pensado en Gramsci desde el populismo marxiano de Ernesto Laclau.
Aquel día de SCC, el PC dejó de ser la sombra que había sido al desautorizar a Frutos, desde los palcos de tribuna y desde el twitter de Juan Carlos Monedero. Pero era Frutos, y no se calló: "Soy un 'botifler en el lenguaje del adversario; un traidor a las mentiras que os inventáis cada día. Soy un botifler frente al racismo identitario, contra el dogmatismo sectario que preconizáis. Finalmente añadió: “no soporto las corrupciones que representáis”. Equivocado o no, la de Paco fue la voz de un viejo camarada, de un fajador en tierra infertil.
La influencia de la política italiana
Frutos, fallecido ayer en Madrid a los 80 años, atravesó su momento de mayor implicación en los años ochenta. Podría decirse que él encalló su proyecto --no su empeño-- en la década atravesada por el sorpasso italiano, tal mal entendido en nuestros días. En la etapa de Erico Berlinguer, que iba a ganar en el país transalpino, pero perdió, a causa de la división entre su partido, el PCI, y el mundo socialista de Bettino Craxi, unido a los estertores de una Democracia Cristina, capaz de sacar papeletas, a pesar de sus enjuagues con la mafia siciliana. La política italiana influyó en Barcelona, capital entonces del reformismo izquierdoso, asombrada por la vía del Eurocomunismo y mayoritariamente contraria a la izquierda radical de las Brigadas Rojas, el grupo terrorista que, dos años antes, en 1978, había asesinado al líder democratacristiano, Aldo Moro.
El 80 fue el año del miedo catalán al comunismo, en el que la propia patronal, Fomento de Trabajo, lanzó una campaña antipesuquera muy dura, encabezada por el entonces delfín, Juan Rosell, un dirigente que mucho después --encumbrado en la CEOE-- ha demostrado inteligencia además de audacia. También fue el año en que la izquierda naufragó en Cataluña, otorgando la primera presidencia a Jordi Pujol, forjador de un pacto de legislatura entre Convergència y ERC, liderada entonces por Joan Hortalà, hoy presidente vitalicio de la Bolsa de Barcelona. Aquellos comicios reverberaron en media Europa. Revistieron especial importancia la citada campaña de la patronal, presidida por Alfredo Molinas, y la presencia del Consulado de la URS en la vida civil de la ciudad, por primera y última vez, a nueve años de la Caída del Muro.
Frutos fue un prosoviético; un afgano de guante blanco; un hombre elegante, de frente despejada, que siempre hablaba con claridad, como si administrara la herencia intelectual de López Raimundo, el mítico ex presidente del PSUC, en la larga clandestinidad. Un ciudadano honesto, marcado por la bondad de quien se entrega a una causa justa, por más que muchos vieran en ello la huella glacial de la KGB y del contraespionaje ruso. En su momento perdió la batalla por la secretaria general del PSUC, el partido inolvidable del Pacto por la Libertad, que supo encontrar espacios de dialogo bajo las instituciones del Antiguo Régimen.