A Quim Torra se le derramó un vaso de agua. Estaba nervioso. O cuando menos, incómodo. Era público y notorio que el presidente catalán no siente como suya esa mesa de diálogo, que ayer celebró su primera reunión en medio de una expectación inversamente proporcional a los resultados logrados. A regañadientes, ERC ha logrado sentar al máximo dirigente de la Generalitat en ese foro, fruto de las negociaciones sobre la investidura de Pedro Sánchez entre los republicanos y el PSOE.
De hecho, desde que el presidente español propuso celebrar un encuentro este mes de febrero, Carles Puigdemont, el convidado de piedra en la reunión celebrada en Moncloa, ha hecho todo lo posible por reventar ese proceso. De ahí que, siguiendo las instrucciones de Waterloo, Torra advirtiera a los republicanos de la vacuidad de un diálogo en el que no se aborde el derecho a la autodeterminación, la amnistía de los presos y el fin de la represión.
Torra sobre la mesa de diálogo con Sánchez / EUROPA PRESS
Mesa "tumultuosa" y "multitudinaria"
Pero llegó el día de autos, y Torra se sentó frente a Sánchez en una mesa “tumultuosa” para algunos --Pablo Casado, Inés Arrimadas…-- y multitudinaria para todos. El presidente de la nación aceptó que en la parte catalana estuviera representada, no solo el Govern, sino también los partidos independentistas, con el investigado Josep Maria Jové entre ellos --el organizador del referéndum del 1-O exhibió una libreta moleskine similar a la que le incautó la Guardia Civil--, e incluso a dos infiltrados de Puigdemont: su exjefe de gabinete, Josep Rius, y la diputada Elsa Artadi.
Precisamente fue Artadi la que quiso llevar la voz cantante en ese encuentro bilateral hasta el punto de interrumpir en diversas ocasiones a Torra, lo que obviamente no agradó al presidente catalán, desautorizado ante la comitiva republicana, encabezada por el vicepresidente económico Pere Aragonès. En Moncloa se le considera el verdadero interlocutor, conscientes de que Torra es un cadáver político que ya ha anunciado elecciones en Cataluña, que próximamente será inhabilitado en sentencia firme y que un futuro gobierno catalán pasará, previsiblemente, por un presidente republicano.
Junto a la bandera española
No obstante, Torra intentó recuperar posiciones al comparecer en rueda de prensa al término de la reunión, que duró tres horas. Sea por las prisas porque tenía que coger un vuelo a Portugal --para inaugurar una nueva embajada catalana--, sea por la necesidad de expresar contundencia ante un Gobierno que rechaza absolutamente el derecho a la autodeterminación que exigen los independentistas, Torra lanzó un mensaje corto y claro. “Para nosotros, la voluntad popular es la principal institución republicana y vamos con retraso en la solución de un conflicto político”.
Ello no impidió que, desde el independentismo más irredento que rodea a Puigdemont se le acusara de “blanquear al enemigo”, que ni siquiera acepta la figura de un relator. Así se expresaron miembros de ese círculo en su intercambio de mensajes. Que el mandatario catalán atendiera a los medios de comunicación junto a la bandera española, lejos de ser una anécdota, abundó en esa “rendición”, que precede a un gran acto de Puigdemont en Perpiñán (Francia), donde los mensajes serán muy diferentes a ese deseo de “seguir negociando” y no levantarse de una mesa cuyos frutos, muy probablemente, no verá Torra.