Esa imagen será recordada. Durante el debate de investidura de Pedro Sánchez. Adolfo Suárez Illana, hijo de Adolfo Suárez –que hizo posible una transición desde el franquismo a una democracia homologada en Europa-- se gira de espaldas durante la intervención de la portavoz de Bildu, Mertxe Aizpurua. Pablo Casado, el líder del PP, y Santiago Abascal, el dirigente de Vox, acusan a Pedro Sánchez de haber pactado con “filoetarras”, y toda la democracia española sufre un golpe, porque se pone en juego, con diferentes argumentos, la posibilidad de acuerdos entre todos los partidos del arco parlamentario. ¿Es Bildu un problema real? ¿Es una cuestión moral o política?
Se trata de una pregunta que interpela a todos los dirigentes políticos y a profesores de derecho constitucional y filósofos políticos. Crónica Global lo ha trasladado a una selección de expertos en esos campos, con la idea de que España, después de haber superado el reto que supuso ETA, ha comenzado a cuestionarse su historia reciente, desde la transición hasta el estado de las autonomías.
Reflexión abertzale
Y Bildu aparece como una pieza crucial, o bien de avance democrático, o de lastre para la propia calidad de la democracia, según la perspectiva que se tome. Sin embargo, Bildu es el resultado, previo, de una reflexión del mundo abertzale, y la mayoría de sus diputados en el Congreso provienen de formaciones que condenaban la violencia. En los estatutos de Bildu se condena la violencia y, desde el ordenamiento jurídico, el partido cumple legalidad.
Alberto López Basaguren , catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad del País Vasco, sigue con atención todos esos pasos de Bildu. Ha participado en los trabajos de reforma del Estatuto vasco, y apuesta por una reforma de la Constitución. Su reflexión es clara, al entender que se ha dejado atrás la violencia.
El PP ha pactado con Bildu
Para Basaguren, "la actitud que mantener por parte de las fuerzas políticas ante EH Bildu, por el papel mayoritario de Sortu --el partido surgido de la reconversión de la antigua (Herri) Batasuna-- y su respaldo al terrorismo de ETA, es un asunto delicado, que no se puede zanjar de forma grosera. Hay que tener en cuenta la desvinculación formal de Sortu con el respaldo a la práctica del terrorismo, lo que permitió su legalización --correctamente, en mi opinión--, así como la desaparición posterior de ETA”.
Basaguren añade que Bildu es una realidad en las instituciones: “Se trata de una fuerza que tiene representación en las instituciones, en las que, por tanto, sus votos, guste o no, entran en el juego político y condicionan --o pueden condicionar-- la adopción de acuerdos. Todos los partidos, también los que más se rasgan las vestiduras, se han prestado, en un momento u otro, a jugar con los votos de Bildu. Tanto en el gobierno de la institución de que se trate en cada caso como en la oposición dentro de la misma. Lo ha hecho el PP de forma reiterada. Es algo inevitable. ¿Algún partido va a renunciar a sacar adelante un acuerdo --desde el gobierno o desde la oposición-- por la concurrencia –necesaria-- de los votos de Bildu? Nadie lo ha hecho hasta ahora ni lo hará salvo, en su caso, de forma simbólica y excepcional”.
Aceptar los votos
Siguiendo esa línea se encuentra también Daniel Innerarity, uno de los filósofos políticos en España que mejor conoce el nacionalismo vasco. Su mensaje también es diáfano: “Hay que tener perspectiva histórica, y recordar que Bildu y sus versiones anteriores, despreciaban de una forma total las instituciones españolas, con presencia intermitente en el Congreso de los Diputados y en Navarra. Por tanto, ¿nos parece más positivo lo que hacen ahora, tras la condena de la violencia, aunque alardeen de que ponen y quitan presidentes del Gobierno o lo que hacían antes? Otra cosa es que se trata de una formación que no ha completado un recorrido que es moralmente exigible. Pero, desde el punto de vista político, los que lo rechazan ahora, como el PP, han colaborado en las instituciones, en el Ayuntamiento de Vitoria y en Navarra. Y el hecho es que esa posición del PP hace daño porque dificulta más cerrar una herida que sigue abierta, en un proceso que durará tiempo”.
Esa es la cuestión, el posicionamiento moral, que Basaguren explicita: “A mi juicio, el reto es el de la exigencia moral a la parte de Bildu que está manchada por su pasado de respaldo al terrorismo de ETA. Se trata de la necesidad de exigirle que afronte su deplorable pasado no solo desde la conveniencia política --que es lo que ha hecho-- sino, también, desde la responsabilidad moral”.
Exigencia ineludible
Según Basaguren, “mientras no lo haga, Bildu no puede ser --no debe ser-- un interlocutor y un posible partner político normalizado, sin limitaciones. La relación con los integrantes de Bildu en las instituciones debe ser normalizada en los asuntos regulares de competencia de cada institución; pero de forma singular en cada asunto. No puede mantenerse una relación estable y de conjunto, de forma normalizada; no puede ser un socio estable de ningún otro partido; y no se puede dejar de mantener frente a ellos una actitud continuada de la exigencia ineludible de que afronten las responsabilidades por su pasado. Mientras no lo hagan deben ser mantenidos en esa especial situación de cuarentena”.
En esa posición se encuentra Francisco Longo, profesor en Esade y asesor de distintos gobiernos autonómicos, que es partidario de premios y castigos: “A estos partidos que se forman en periodos de transición, que vienen de la violencia, y que están integrándose, creo que hay que abrirles las puertas a la integración, premiando los buenos comportamientos y castigando los malos, llegando a acuerdos sobre políticas concretas, pero recriminando sus acciones, como esas en las que se dedican a homenajear a terroristas, provocando el encono de la situación. En buena medida, la política son palabras, y cuando son radicales, con sus numeritos en el parlamento, extremando el show, provocan una lógica distancia. Pero la buena política debe distinguir entre la retórica y los hechos”.
Con Bildu, ¿por qué?
La cuestión es que la democracia española, que consiguió derrotar al terrorismo, se encuentra en un debate moral. El profesor de Ciencia Política, Manuel Arias Maldonado, autor de La democracia sentimental, ahonda en el problema, más allá de los acuerdos en “políticas” que se puedan establecer en el Congreso. “El problema no es Bildu sí o Bildu no, sino Bildu cómo y Bildu por qué. ¿Se trata de abrir un genuino diálogo con ellos para reforzar la democracia pluralista, o de obtener apoyos para hacer un gobierno contra la derecha?"
Es una cuestión espinosa, que Arias Maldonado desarrolla: “Justificar espuriamente el trato con Bildu no es apropiado; ni es algo que pueda sustraerse a un mínimo y cuidadoso consenso con otras fuerzas políticas. Eso atañe también a la cuestión del cómo. ¿Condena Bildu la violencia de ETA y acepta el marco democrático-pluralista como vehículo para la acción política, o sigue recusando ese marco y legitimando, aunque sea eufemísticamente, la violencia de ETA? Lo que no puede o no debe hacerse es integrar a Bildu a costa del relato democrático, dejándoles acusar a los demás de fascistas y presentándose ellos como antifascistas. De hacerse así, normalizar a Bildu es equivalente a desnormalizar la democracia española y con ello se pierde más de lo que se gana”.
Una cuestión sobre el nacionalismo
El terreno ya es otro. La complejidad es grande, y forma parte de toda democracia avanzada. El profesor de Derecho Constitucional Josu de Miguel Bárcena, también experto conocedor de la realidad vasca, se refiere al relato y a la necesidad de respetar la memoria colectiva sobre todo lo que sucedió durante décadas: “Creo que no hace falta gran cosa: aceptar dentro de la legalidad su participación y combatir el legado de ETA (que en la sociedad vasca y española es enorme). Bildu es un partido ultranacionalista. Lo que pasa es que los partidos nacionalistas periféricos, al tamizar su proyecto con ideologías de izquierda, logran despistarnos de sus objetivos finales”.
El meollo es el relato nacionalista. De Miguel sigue avanzando: “No veo, sin embargo, cómo puede acordarse nada con partidos ultranacionalistas. Incluso, a su lado, los de Vox son unos aprendices. El combate por el legado pasa por no aceptar la memoria asimétrica que han logrado colar con la aquiescencia del PNV y PSE: que ETA tiene que ser diluida en las violencias y que si de algo hay que hacer memoria es del franquismo y la guerra. Ellos, precisamente, cuyos cuadros y simpatizantes en Navarra pasaron del carlismo a Herri Batasuna”.
¿Progres?
¿Qué pasa entonces? “Bildu es un partido que se presenta como progre, pero formula una enmienda al Estatuto Vasco para diferenciar entre ciudadanos y nacionales vascos. Y con ellos se negocia una investidura”, critica De Miguel.
Esa cuestión, la del bloque de izquierda y de derecha, es lo que señala el ensayista Juan Claudio de Ramón, que recoge lo que para él es la “hipocresía” de la izquierda. “En Bildu concurren dos atributos que lo convierten en un socio polémico: el primero es su connivencia con la violencia política. Es cierto que hay un rechazo formal de la violencia, pero todos los días nos dan motivos para pensar que ese rechazo es insincero, como la organización de homenajes a etarras o el mero hecho de que su líder sea alguien como Arnaldo Otegi, un exterrorista”.
Dos bloques en el Congreso
De Ramón añade la otra cuestión. “El segundo atributo es su carácter de partido secesionista, declaradamente partidario de la desmembración del Estado español. En un país cuerdo, ya solo ese segundo atributo haría que partidos de ámbito nacional lo descartasen, fuera del ámbito municipal, como socio de gobierno. No estamos hablando de cordones sanitarios ni de excluir a nadie de la conversación: pero sí de asumir una incompatibilidad de proyectos. Por tanto, el problema no es contar con Bildu, sino la extrañísima sensación de que la izquierda pueda preferir a Bildu como socio a PP o Cs, partidos que sí respetan y quieren proteger el ámbito de la ciudadanía común española”, razona.
¿Entonces? “Desde luego, una cosa está clara, si vamos a declarar que todos los escaños son legales y legítimos, entonces eso ha de valer para todos. Si el PSOE está dispuesto a pactar con todos sus extremos, entonces PP y Cs deben poder hacer lo mismo con su extremo (Vox) sin que se me monte una escandalera. Yo preferiría compactar la vida en el centro del tablero y que eludiéramos todos los extremos, pero no puede valer que unos sí pueden pactar con todos, y otros no".
El debate no está cerrado, y cobrará intensidad en una legislatura en la que los cinco votos de Bildu han sido decisivos, al abstenerse, para la investidura del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, al margen de la abstención de los 13 diputados de ERC.