¿Existe un patrón de comportamiento entre los independentistas? ¿Comparten características los defensores de la secesión? ¿Influyen su nivel de renta, su lengua materna y los medios de comunicación que eligen para informarse? La respuesta es afirmativa en todos los casos, y para ello solo hay que analizar la evolución de las encuestas del Centre d’Estudis d’Opinió (CEO) entre 2006 (preprocés) y 2019 (posprocés). De esto se encarga el estudio Evolución y legados de la aventura secesionista en Cataluña.
El análisis de los profesores Josep Maria Oller, Albert Satorra y Adolf Tobeña recopila los datos de los CEO publicados entre 2006 y 2019. Y, a simple vista, hay algo que llama la atención: la polarización y la ruptura cogen carrerilla en 2010 (cuando los partidarios de la secesión apenas alcanzaban el 20%) y se aceleran abruptamente en los meses previos a las elecciones autonómicas del 25 de noviembre del 2012 (llegando al 45%). ¿Qué ocurrió? ¿Realmente influyó que, en 2010, el Tribunal Constitucional tumbara algunos artículos del Estatut d’Autonomia del 2006? El estudio sugiere que no.
La lengua materna influye
El foco se sitúa en el 2012, periodo en el que quienes decían sentirse solo catalanes subieron un 15%, mientras que los ciudadanos que se identificaban tan catalanes como españoles cayeron también un 15%. Ninguno de los dos segmentos ha recuperado siete años después las cifras anteriores a ese momento crucial. Según el informe, la propaganda política ha influido de modo distinto entre quienes tienen como lengua materna o familiar el castellano (55,6% de los ciudadanos de Cataluña) y entre los que tienen el catalán como idioma habitual (38,5% de la población total).
Entre este segundo grupo, de catalanohablantes, quienes dicen sentirse solo catalanes han pasado de poco más del 30% en 2006 a cerca del 60% en 2019. Del mismo modo, han menguado paulatinamente aquellos que se sentían más catalanes que españoles y los que se identificaban con la opción tan españoles como catalanes. En cambio, entre los castellanoparlantes son mayoría los que se sienten tan españoles como catalanes, aunque han retrocedido de cerca del 60% de las respuestas a poco más del 50%. Del mismo modo, han pasado del 10% al 20% los castellanohablantes que se sienten más catalanes que españoles, mientras aquellos que se creen más españoles que catalanes se han mantenido a lo largo del periodo analizado al entorno del 10%.
Por dónde se informan los ciudadanos
Otra cuestión que trata de dilucidar el estudio es por dónde se informan los ciudadanos de Cataluña y si eso influye en su adhesión o confrontación a la causa separatista. Tras las respuestas recogidas por los CEO, el informe concluye que, en un hipotético referéndum de autodeterminación, el 16,6% de castellanohablantes que consumen medios generalistas nacionales apoyaría la secesión, frente al 86,3% de catalanoparlantes que sí leen, ven y escuchan TV3, Catalunya Ràdio y otras plataformas de información catalanas.
También influyen los factores socioeconómicos en las preferencias o no de las secesión. En este sentido, los ciudadanos con rentas más altas y los que responden que viven “cómodamente” son más favorables a la ruptura. En cambio, quienes tienen sueldos más bajos y asumen “muchas dificultades económicas” están en contra de la independencia. Del mismo modo, la escisión tiene más apoyos entre los nacidos en Cataluña y entre quienes tienen, al menos, un progenitor nacido en la comunidad autónoma (qué decir de los individuos con larga ascendencia nativa) que entre los extranjeros o llegados de otras regiones del país.
La capacidad económica
En esta línea, también se tienen en cuenta los llamados límites de resistencia económica. Es decir, cuánto tiempo podría una familia mantener su nivel de vida en caso de crisis económica severa. Una vez más, “el apoyo a la secesión se acompaña de unos límites de resistencia superiores: los ciudadanos con recursos financieros más elevados eran más partidarios de ella”. Lo mismo ocurre con la percepción de la situación familiar durante el último año; cuanto más buena, más a favor de la independencia. Y lo mismo, a la inversa.
Finalmente, el estudio arroja más datos interesantes. Por ejemplo, que el primer punto de ruptura llegó antes de que el Constitucional tumbara algunos artículos del Estatut. Sin embargo, este hecho lo utilizó el nacionalismo para dinamizar el activismo secesionista y movilizar a las masas ante las elecciones catalanas del 25 de noviembre del 2012, que fue cuando se amplió la grieta y la Convergència de Artur Mas perdió la mayoría en el Parlament. Ello provocó que el poder regional quedase en manos de distintas fuerzas separatistas que han conducido Cataluña hasta el momento actual.
El 'procés', nada pacífico
También desmonta el análisis que el movimiento independentista sea cívico y pacífico, dado que ha generado tensiones y enfrentamientos de baja intensidad (los resultados son anteriores a la sentencia del 1-O y a los disturbios derivados). Además, aprecia que “la política lingüística implementada por el poder regional” es “inconsistente con las preferencias de la ciudadanía”, que de forma mayoritaria habla castellano en casa. En este escenario, identifica mecanismos que bloquean la presencia de esta ciudadanía en las instituciones: la subrepresentación de los ciudadanos de habla castellana en las instancias del poder regional y la asimilación parcial, por parte de algunos políticos electos de habla castellana, al asumir los valores y el discurso del liderazgo catalanohablante.
Así, a modo de conclusión explica que “las bases sociales de apoyo al nacionalismo catalán son esencialmente étnicas” y que “el movimiento separatista es un proyecto de arriba abajo, dirigido por las élites catalanas”. Los medios de comunicación de la Generalitat, por su parte, han “dominado” y “encapsulado” a las audiencias secesionistas, por no hablar del poder de las redes sociales. Sin embargo, los autores consideran que todo se reduce a una lucha de poder entre partidos independentistas por hacerse con el control de la Administración.