Un suicidio lento, casi placentero, dentro de las siglas de Junts per Catalunya. Es lo que pretende la dirección del PDeCAT, que dirige David Bonvehí. Tampoco tiene otra alternativa, a no ser que Carles Puigdemont decida acelerar el proceso. El PDeCAT, que sigue siendo la base de lo que fue Convergència Democràtica de Catalunya, se acerca a su final, pero con una ventaja: tiene a todos sus cuadros y alcaldes formando parte de una estructura que, como mínimo, aguantará cuatro años, los que aseguran esos mandatos municipales tras las elecciones del pasado mes de mayo.
El consejo nacional del PDeCAT deberá aprobar ese sábado la propuesta de la dirección, que pasa por integrar el partido bajo las siglas de Junts per Catalunya, pero sin disolverse. Como si fuera una corriente interna organizada. La gran paradoja es que JxCat es la marca que registró el propio PDeCAT, y, por tanto, jurídicamente sería un instrumento al servicio de sus dirigentes.
Un solo partido, en todo el territorio
Pero ese es el problema de fondo que Bonvehí no se atreve a resolver. Dirigentes del partido --todos de la exConvergència-- como Damià Calvet, consejero de Territori, aspiran a que Junts per Catalunya sea un partido con todas las de ley: con una organización interna férrea, sólida, con el referente de Carles Puigdemont, pero con cuadros y estructuras territoriales que actúen como una sola organización. Sería como hacer del PDeCAT un JxCAT. Porque, ¿hay diferencias de fondo?
Esa es la cuestión, a la espera de conocer las decisiones de un movimiento de alcaldes y cuadros del PDeCAT que has suscrito un manifiesto, llamado Segon Origen, y que pretenden forzar una asamblea extraordinaria para que el partido se integre, sin más dilación, en JxCAT.
Evitar fugas de militantes
Lo que está en juego es participar o no en el juego político, tanto en Cataluña como en la política española. Bonvehí, que ha resistido todas las presiones de Puigdemont para acelerar un proceso de disolución, quiere recuperar el espíritu de Convergència y retener a los cuadros y dirigentes territoriales que valoran la creación de una nueva fuerza política. Con nombres como Carles Campuzano, Jordi Xuclà o Marta Pascal en otros proyectos, como El País de demà --el movimiento que se originó tras una reunión en el monasterio de Poblet--, el intento de Bonvehí es que la formación sea útil en los próximos años, y pueda establecer acuerdos con otros partidos, más allá de los bloques que se han creado entre independentistas y no independentistas.
La propuesta que deberá votar la militancia se basa en la organización de un partido “definido y organizado” bajo las siglas de JxCat, sin disolverse. Bonvehí habla de “transitar” hacia esa disolución en la práctica, una dulce “desaparición” según otro dirigente del partido. Otro miembro del partido lo explica de otra forma: “Será una muerte a pellizcos, poco a poco”, a no ser que Puigdemont pierda la paciencia.
Los irredentos piden paso
El espacio postconvergente, por tanto, tendrá solo una referencia: JxCat, más allá de la suerte que pueda tener Carles Puigdemont con la justicia española en los próximos años. En la decisión final no sólo ha contado el entorno del expresidente de la Generalitat. Ha sido decisiva la posición de los alcaldes, que valoran la marca.
En el camino han quedado otros intentos, como La Crida per la República, que algunos fieles a Puigdemont registraron como partido con la sospecha de que el PDeCAT se pudiera resistir. Algunos de ellos, como Agustí Colomines, reprochan ahora a JxCAT que quiera llegar a acuerdos con Esquerra Republicana, como si fueran los años ochenta. Y ese será también el secreto de la actual operación: en la medida en que la marca de los exconvergentes ofrezca un proyecto político realista, como ha comenzado a defender Esquerra, los miembros del PDeCAT se sentirán más cómodos, y no habrá ningún intento para formalizar otra fuerza política. La decisión la tendrán este sábado los propios militantes del PDeCAT.