Una situación de “descomposición interna”. Es lo que se vive en el seno de Junts per Catalunya, como admite uno de sus dirigentes. La bronca que se ha producido entorno a la figura del consejero de Interior, Miquel Buch, ilustra ese estado de ánimo. Mientras un consejero del Govern de Quim Torra, como Damià Calvet, ofrece su apoyo a Buch, el propio presidente no quiere ni verlo. Mientras el PDeCAT, su dirección, cierra filas en su defensa, el número uno al Senado, Roger Español, pide su dimisión, y grupos de militantes exconvergentes aseguran en sus redes sociales que no participarán en la campaña si Buch no dimite. Y todos miran de reojo las encuestas para comprobar que Junts per Catalunya (JxCat) está mutando en una filial de la CUP.
Ese es el drama que se vive en Junts per Cnatalunya: ser una especie de filial de la CUP, con miles de votos que se sitúan en una frontera difusa, cada vez más lejos de Esquerra Republicana (ERC), que ha iniciado un camino para ser la fuerza hegemónica en Cataluña, con permiso del PSC.
Sin ningún relato consistente
Buch ha conseguido, por ahora, mantenerse a flote. En el seno del Govern le apoyan los consejeros de Esquerra, aunque dirigentes del partido y su hombre fuerte en el Congreso, Gabriel Rufián, hayan pedido explicaciones e, incluso la dimisión del consejero. Los consejeros de Junts per Catalunya más concienciados de lo que supone gobernar, como Damià Calvet y también Àngels Chacón, la titular de Empresa, apoyan su continuidad, porque los Mossos d’Esquadra, si sale Buch, quedarían desnudos, sin ningún apoyo de la Generalitat, y ya expuestos a ser dirigidos por el ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska, que no podría permitir, y menos a una semana de las elecciones generales, un vacío de poder en la policía autonómica.
El problema que ha reflejado la figura de Buch es que Junts per Catalunya carece de un relato consistente. El mando lo tiene Carles Puigdemont desde Waterloo. Y recoge sus indicaciones el presidente Quim Torra. Y las decisiones de Puigdemont se han aceptado, pero ya nadie las entiende: la designación de Roger Español, el activista procedente del entorno de la CUP que perdió un ojo por una bala de goma de la Policía Nacional en el referéndum del 1 de octubre, pide sin ningún rubor la dimisión de Buch, tras las cargas policiales de los Mossos en los disturbios en Barcelona producidos en las dos últimas semanas. ¿Puede permitirse ese lujo el partido heredero de Convergència, colocar un topo de la CUP?
Mas vota a Español en el Senado
“Se producirá la siguiente circunstancia”, indica un miembro del PDeCAT. “Artur Mas, que fue expulsado por la CUP, ¿votará en la casilla del Senado por Barcelona, donde vota, a Roger Español?”. Esa es la paradoja que ha sumido ya en la esquizofrenia a Junts per Catalunya. Son los “prepolíticos”, los que incorporó Puigdemont como independientes, los que han tomado las riendas, pero sin saber qué horizonte deben seguir. Uno de los casos más claros es el de Jaime Alonso Cuevillas, el abogado del expresidente, que figura de número cuatro por Barcelona para el 10N. Cuevillas señala que el presidente Torra “está muy solo”, y que debería dar un golpe en la mesa con el cese de Buch.
¿Todo este conglomerado puede tener credibilidad en las urnas? En la encuesta del CIS, que presentó este martes de cara al 10N, Junts per Catalunya obtendría entre cuatro y seis diputados, por los siete que logró el 28 de abril. Pero la CUP conseguiría, por primera vez, representación en el Congreso, con dos escaños.
Renuncia a colaborar en la campaña
Y por esa razón, porque la CUP presiona al mundo independentista de Junts per Catalunya, especialmente en las comarcas interiores y en Girona, militantes del partido de Puigdemont exigen la dimisión de Buch, sin pensar en lo que representan él y los Mossos d’Esquadra, como pilar del autogobierno de la Generalitat. Consejeros nacionales del PDeCAT han reclamado mano dura contra Buch para “no perder más votos que se dirigen hacia la CUP”, y secciones locales, como la de La Llagosta, en el Vallès Oriental, han señalado que inician “la desobediencia del partido, mientras no se tomen medidas contundentes en el departamento de Interior. No colaboraremos en la campaña electoral”, afirman con contundencia.
Mientras, la portavoz y cabeza de lista al Congreso, Laura Borràs, mantiene largas conversaciones en Twitter con simpatizantes de Puigdemont y de Junts per Catalunya haciendo lo imposible para mostrar sus distancias con el PDeCAT, criticando las actuaciones policiales de los Mossos.
Conservar el poder
Ese es el clima que vive el movimiento político que proyectó Puigdemont, y que ya no tiene ninguna cohesión interna, ni sabe a lo que juega.
Sin embargo, y con la determinación de Quim Torra, que es el único que puede firmar un decreto de convocatoria de elecciones, Junts per Catalunya está dispuesto a mantener la legislatura, en gran parte para intentar reordenar ese espacio y mantener, sea como sea, el poder: una lección, esa sí, que está en el ADN de lo que fue Convergència Democràtica, el partido de Jordi Pujol.