La retransmisión en abierto del juicio a los líderes del procés en el Tribunal Supremo, además de un ejercicio de transparencia, ofreció una oportunidad para ver las estrategias de la defensa en un juicio que se esperaba muy politizado. La sensación general de la vista oral fue que algunos de los letrados tuvieron actuaciones más propias del activismo político, dirigiendo sus discursos a las cámaras, en lugar de tratar de convencer el tribunal de la inocencia de sus clientes.
De todo ello se dio cuenta el presidente de la sala segunda, Manuel Marchena, que con su habitual ironía llegó a decir a alguno de los letrados que sus preguntas “debían interesar al Tribunal”. Las contundentes respuestas de Marchena a bando y bando de la sala le han erigido como la principal figura de un juicio muy mediático. A pocos días de que se conozca la sentencia, la obra del periodista Pablo Ordaz, El juicio sin final. 52 días de pulso al Estado, repasa las sesiones del juicio y el presidente del tribunal es uno de sus protagonistas.
La queja de Vox sobre los lazos amarillos
Además de irónico y ocurrente, Marchena demostró también tener las respuestas preparadas ante las más que probables preguntas. Cuando en la segunda jornada del juicio el abogado de Vox, Pedro Fernández, que ejercía la acusación popular, le pide al tribunal que prohíba los lazos amarillos de los acusados, el juez le responde que la justicia europea condenó a Bélgica y también a Bosnia por impedir que unos acusados portaran símbolos religiosos, y que los lazos amarillos tienen la misma consideración por cuanto pueden considerarse símbolos ideológicos.
La respuesta de Marchena, además de dejar sin palabras al letrado de Vox, dejó a Bélgica por debajo de España en lo que se refiere a la libertad de símbolos en sede judicial. Y es precisamente el país donde Carles Puigdemont y otros dirigentes del Govern cesado decidieron fugarse para eludir a la justicia española.
Mandobles a Jordi Pina
Los mandobles de Marchena a Jordi Pina se produjeron desde la primera semana de juicio, pero es en la jornada 20 de juicio cuando el juez tiene que decirle al letrado de Josep Rull, Jordi Turull y Jordi Sánchez, que “no riña al testigo”. Pina llevaba rato con una actitud despreciativa contra un de los policías que declaraba como testigo y que explicaba cómo a su hijo le habían obligado a manifestarse tras una pancarta contra la actuación policial del 1-O.
Debido a la insistencia de Pina en desacreditarlo con preguntas cómicas que hacen reír al público independentista más que dilucidar la verdad judicial, Marchena vuelve a interrumpirle: “Señor letrado usted sabe que no, usted le está preguntando algo que no está en el debate jurídico, y lo sabe perfectamente. Lo sabe. Yo le sugiero que las preguntas que haga al agente intenten convencer al tribunal, no a la galería, porque eso le perjudica enormemente”.
"Guardaespaldas o personas"
El siguiente día, en la sala segunda del Tribunal Supremo, declara un capitán de la Guardia Civil que presenció los hechos del 20 y 21 de septiembre ante el Departamento de Economía. Marina Roig, abogada de Jordi Cuixart, logra hacer un interrogatorio serio y comedido durante una hora, sin que el juez la interrumpa ni una sola ves. Posteriormente es Pina quien toma la palabra, y no pasan ni 10 minutos hasta que Marchena debe frenarle en seco: “Señor Letrado, esa pregunta no tiene ningún sentido ni ningún interés”.
En el libro, Ordaz define a Pina con el cuento del “alacrán y la rana”, donde su naturaleza le acaba traicionando. Y es que Pina empieza con buen pie el interrogatorio, pero a la tercer pregunta ya desvaría y le pregunta al testigo de la Guardia Civil si “sabe que desde la puerta [de Economía] a la esquina hay 29 metros”. Marchena le corta en seco con "cómo va a saber eso el testigo". La sesión termina con el interrogatorio de Andreu Van den Eynde, letrado de Oriol Junqueras y Raül Romeva, que le acaba preguntado al agente si los acompañantes de Junqueras esa noche en Economía “eran guardaespaldas o personas”. Marchena acaba soltando una carcajada y levanta la sesión.
En la jornada 25 llega el turno de interrogar al comisario Juan Manuel Quintela, jefe de la Brigada de Información de Barcelona de la Policía Nacional. En una reciente entrevista en El Periódico, Xavier Melero, abogado de Joaquim Forn, ha revelado que fue el “testigo más difícil” y lo definía como “un tío extremadamente listo”. Desde primera hora de la mañana se observa la dificultad que sufren los abogados por interrogarle. Àlex Solà, abogado del equipo de la defensa de Jordi Cuixart, no para de hacer preguntas “improcedentes”, según el tribunal. Tras varias interrupciones, dice: “Le voy a hacer una pregunta que sí interesa a la defensa”. “Lo importante --le aconseja Marchena-- es que interese también al tribunal”.
El clasismo de Pina
Pina, que se declara independentista convencido y amigo personal de su cliente, Jordi Sánchez, destaca en el juicio por unos interrogatorios más cercanos al activismo que a la abogacía. Pero todo trasciende lo anecdótico cuando intenta hacer trampa sobre el parte médico de uno de los guardia civiles que declara como testigo. Es la jornada 26 por la tarde y Marchena, visiblemente molesto, le amonesta: “Si leemos un documento, lo leemos íntegro”, en referencia al parte médico que Pina estaba manipulando para no leer entero.
En la jornada siguiente el abogado de Turull, Rull y Sánchez sigue en sus trece. Ante otro testigo de la Guardia Civil le amenaza de que está declarando bajo juramento. “Formule una pregunta, que las generales de la Ley ya se las ha formulado el presidente”, le espeta Marchena. Horas más tarde, Pina trata de burlarse de otro policía con dificultades expresivas preguntándole por la “etiología de los insultos”. Marchena se da cuenta y le interrumpe diciéndole que “deberá explicar a qué se refiere con la etiología de los insultos porque el tribunal tampoco lo entiende”.
El mosso ‘indepe’ se cuadra ante Marchena
Albert Donaire, el mosso independentista que en Twitter afirmaba que “había que abrir las cárceles para sacar a los líderes independentistas” entra como testigo en la sala con arrogancia. A la pregunta de Vox, opta por contestar en catalán. Marchena, que intuye que viene con ganas de espectáculo, le recuerda que es un agente de la policía, que él es la autoridad y que “no se confunda de escenario”. Estas palabras fueron “mano de santo”. Donaire, con un tono incendiario en las redes sociales, “declara más suave que un guante y se va”, recuerda el autor del libro El juicio sin final. 52 días de pulso al Estado.
La filósofa que alucina
La defensa ha basado una gran parte del juicio en resaltar la “moralidad” de sus clientes y en querer incriminar a la policía por su actuación policial. Pero, como recuerda Marchena varias veces, no es lo que se juzga en la sala segunda del Tribunal Supremo. En más de una ocasión tiene que recordar que “los sentimientos piadosos o no piadosos” del policía no tiene trascendencia jurídica.
Este hincapié por los aspectos subjetivos brilla en su máximo esplendor en el testimonio de la filósofa Marina Garcés. “Yo el 1 de octubre aluciné. Aluciné porque…”. Marchena la interrumpe y le advierte: “Mire, usted si es jurista, si es profesora de filosofía, tiene que saberlo perfectamente. Usted no viene aquí para explicar al tribunal su grado de alucinación, su estado febril… Viene aquí exclusivamente a explicar qué es lo que pasó”.