La plataforma catalanista El país de demà lleva más de un año trabajando en diversos ámbitos, en la economía, la política y el conocimiento tecnológico, para proyectar Cataluña a medio plazo. El proyecto es académico y centrado en la sociedad civil, pero con aspiraciones políticas claras. Este sábado perfilarán un primer documento en el monasterio de Poblet, con la intención de elaborar un amplio programa de acción para quien lo quiera recoger. Y esa es la incógnita que se comenzará a despejar: se trata de un proyecto catalanista que ha roto con el mundo de Waterloo de Carles Puigdemont y que desea tener representación en el Parlament en el momento en el que se den las circunstancias. ¿Pero con quién?
Su coordinador, el ingeniero y economista Antoni Garrell, dio cuenta este miércoles de las bases de ese proyecto, que tiene tres grandes brazos: el mercado, la administración y la sociedad civil. Lo que se pide lo defienden patronales y grupos empresariales y analistas económicos: dimensionar la empresa catalana, invertir en investigación y desarrollo, apostar por unos determinados sectores económicos en los que Cataluña pueda ser líder, y no perder el tren de la tecnología, de una economía cada vez más basada en la robótica.
Volver a la "autonomía política"
Ese es el principio determinante, el de recuperar la fuerza económica de Cataluña, una apuesta histórica del catalanismo, con la ayuda e “implicación” del Estado, a través de “inversiones que llevan mucho tiempo por debajo de lo necesario”.
¿Pero qué ocurre en el terreno político? Aquí no hay duda. El documento marca algunas referencias: “Volver a centrar las energías en mejorar el funcionamiento y el prestigio de las instituciones catalanas. Sacar el máximo rendimiento a la autonomía política que tenemos; y reforzar y revitalizar el funcionamiento de la política y los partidos, lo que incluye aspectos como premiar la competencia por encima de la obediencia, atraer e incorporar talento en la política, recuperar el debate como forma para llegar a soluciones compartidas de calidad y no como forma de lucha por el poder y establecer una cultura de la responsabilidad y la excelencia entre los cargos electos”.
Inversiones del Estado
La plataforma no rechaza el independentismo como una apuesta “legítima y válida si se canaliza una estrategia posibilista que no perjudique la propia Cataluña”, algo que se considera que ha pasado. Se señala, por tanto, y con contundencia, que “se debe superar la dinámica del ‘procés’ y del conflicto con el Estado, que perjudica los intereses de Cataluña y el propio objetivo de la independencia”.
Lo que se pretende, y ese ha sido siempre el objetivo del catalanismo histórico, es conseguir “un gran consenso en la sociedad catalana sobre cómo enfocar a corto plazo la relación con el Estado”. Eso pasa por “identificar las políticas e inversiones con las que el Estado puede hacer una mejor contribución a la prosperidad de Cataluña (infraestructuras, financiación, o investigación) y abrir una negociación para consensuarlas e implementarlas”.
Los otros 'catalanistas'
Con ese punto de partida, esos profesionales y expertos académicos y del mundo de la investigación, la ciencia y la economía, estarán arropados por políticos. Y ahí surge la duda. ¿Quién? Algunos exdirigentes del PDeCAT y exdiputados, como Marta Pascal, Carles Campuzano, Jordi Xuclà o Lluís Recoder, apoyan la iniciativa. Y la ven con simpatía algunos cuadros del actual PDeCAT, que lucha por mantenerse vivo frente al proyecto rupturista de Puigdemont.
Esa plataforma catalanista no establecerá puentes, por tanto, con otras iniciativas como la Lliga Democràtica, Lliures o Convergents, mientras que Units per Avançar, que dirige Ramon Espadaler, quiere mantener su acuerdo con el PSC. Esa otra parte del catalanismo, que también se declara liberal, y que tiene exponentes como Antoni Fernández Teixidó (Lliures) o Astrid Barrio y Josep Ramon Bosch (Lliga Democràtica) desea marcar una línea clara con el independentismo, aunque hay matices en función de cada interlocutor.
Un nuevo partido
Lo que está en juego es quién, desde el mundo postconvergente, puede enrolarse en un proyecto nuevo, que podría nacer de El país de demà. Y eso se juega en Poblet.
Garrell, con la intención de echar agua al vino, insiste en que se trata de ofrecer un programa social y económico al conjunto de partidos, sin un interés particular. Pero si nadie lo recoge, entonces se esperará a ver “quién da el paso” y se activa con la organización de un partido propio.
Contra la judicialización del problema
¿Para cuándo? Los conocedores de la iniciativa señalan que no podrá ser en breve, que la inminencia de la sentencia del Tribunal Supremo y las elecciones al Congreso dan origen a una situación muy compleja. Lo que se espera es tener alguna candidatura posible para la primavera de 2020, cuando se convoquen elecciones al Parlament. Entonces, con todo ese trabajo previo, a modo de una gran plataforma social, se podría tener éxito en unas elecciones.
El propio lenguaje de Garrell deja constancia de que no se desea romper con un mundo soberanista que ahora ha comenzado a entender el gran error que cometieron los dirigentes independentistas. Según Garrell, los políticos encarcelados “no deberían estar en prisión, es poco justificable”, dejando claro que “tampoco ha sido un acierto la judicialización” del llamado problema político catalán. Eso engarza con un posible votante convergente y con nuevas generaciones que no quieren saber nada del proceso soberanista, tal y como ha evolucionado en los últimos siete años.
La larga mano de Puigdemont
En Poblet, con algunos expolíticos que no querrán asumir ningún protagonismo, ese catalanismo que ha roto con Waterloo comenzará a caminar, admitiendo que “se deberá hacer todo muy bien” para poder sacar la cabeza a partir de un proyecto político que será “modesto”, pero que podría ser decisivo.
Lejos del Waterloo de Puigdemont, pero también de un PDeCAT que no ha sabido desligarse de la larga mano del expresidente instalado en Bélgica.