Muchos asistentes. El vigor se mantiene. El independentismo cumple con la Diada desde 2012. Pero el nervio ya no es el mismo. La movilización de 600.000 personas, según la Guardia Urbana, es importante, pero es la menor desde hace siete años, justo a las puertas de la sentencia del Tribunal Supremo sobre los dirigentes independentistas presos, y justo cuando se pide la máxima unidad estratégica. Esa es la gran diferencia: se trata de la primera derrota interna seria del independentismo, porque lo que intentaba este año la ANC, organizadora de la manifestación, era situar a Esquerra Republicana en una situación delicada. Y no lo ha conseguido.
No será así. La estrategia de los republicanos de abandonar la vía unilateral, con el objetivo de centrarse en la gobernabilidad de la Generalitat, no queda herida tras la Diada de 2019. Las peticiones de los manifestantes eran claras: unidad, búsqueda de un camino firme hacia la independencia, para intentar, tras la sentencia del Supremo, un nuevo “momentum” que pueda forzar al Estado. “¿Se dirá realmente lo que ha pasado esta Diada, lo que pide el pueblo, lo que queremos los independentistas?”, señalaba uno de los manifestantes, en la Gran Vía y cerca ya de la Plaza de España a este cronista.
El ruego de la ANC
La conexión con la ANC era importante. Su presidenta, Elisenda Paluzie, lo tuvo claro, posteriormente, en su alocución: “No cualquier unidad, la unidad por el objetivo común de la independencia”, señalaba, para añadir que no se puede dejar de lado la vía unilateral, como pretende ERC. “Se deslegitima cada día más la unilateralidad, la única vía con la que hemos avanzado”, sentenció, con otra pulla a los republicanos, al criticar “la perspectiva de un diálogo, que es un engaño”, en alusión a una posible relación a medio plazo con el Gobierno español.
La retórica es la de la unidad. Una unidad plasmada en una Diada que se había dejado cientos de miles de manifestantes por el camino, en relación a los últimos años. ¿Por qué? Porque esa unidad no existe. La ANC quiere desbordar a los partidos, pero defiende, aunque no sea directamente, los intereses del expresidente Carles Puigdemont y del presidente Quim Torra, y de los dirigentes de Junts per Catalunya: no debe haber elecciones, hay que aprovechar todas las situaciones y provocar algún movimiento resistencial y reivindicativo en las próximas semanas, tras la sentencia del Supremo, señalan.
Òmnium, con el referéndum
Se trata de recuperar, a la mínima oportunidad que se perciba, el espíritu del 1 de octubre. Y eso Esquerra quiere olvidarlo. Esquerra y también Òmnium Cultural, que protagonizó otro acto horas antes de la concentración de la tarde, y junto a los Comuns. Su vicepresidente, Marcel Mauri, que también compareció junto con Paluzie, tras la manifestación que culminó en la Plaza España de Barcelona, se centraba en la reivindicación de un referéndum de autodeterminación, que, a su juicio, “defiende el 80% de los catalanes”.
Las posiciones son distintas, porque la evolución del independentismo ha sido plural, y con opciones políticas que ya no defienden lo mismo. El descenso de la participación es significativo. En la plaza España, y a lo largo de la Gran Vía no se sentía la misma compactación humana de otros años. Había lagunas, pero, principalmente, no se sentía el mismo fervor: el latiguillo de la unidad podía hacer mella en los partidos, y sigue suponiendo un reto para fuerzas como Esquerra, pero no hasta el extremo de ponerlo todo en juego. Los intereses de cada partido son ahora opuestos. Y el independentismo de base, el que agrupa la ANC, tiene menos fuerza de la esperada inicialmente.
Los tímidos aplausos a Cotarelo
Esa base independentista arremetió, precisamente, contra los partidos y sus dirigentes. El politólogo Ramón Cotarelo, muy activo en las redes sociales, animaba a esas bases, reclamando una vía directa a la independencia: “Si no se quiere la unidad, no se quiere la independencia”, clamó Cotarelo, con aplausos dispersos, en una clara crítica a Esquerra, a la que se le acusa de no desear esa unidad, porque ya piensa en cómo gobernar la Generalitat, cómo hacer frente a la sentencia del Supremo, sin ponerlo todo en juego, y cómo reordenar el proyecto independentista a medio y largo plazo. Porque esa es la cuestión central: cómo el independentismo recoloca sus victorias y sus derrotas en una gran maleta y decide volver a empezar.
La de este año fue una primera derrota interna del independentismo, a la espera de si, después de la sentencia, se puede normalizar la política catalana, con nuevas elecciones o con una nueva oferta al gobierno español, el que salga ya de las urnas del 10 de noviembre, con la constatación de que el PSOE y Podemos ya no llegarán a ningún acuerdo con la fecha límite del 23 de septiembre, día en el que se convocarán de forma automática las nuevas elecciones generales.
La posición de Aragonès
Las palabras del vicepresidente del Govern y consejero de Economía, Pere Aragonès, probable candidato de ERC a la Generalitat, fueron elocuentes. Reclamó que se “despenalice” el independentismo, pero su preocupación se centró en la falta de un Gobierno en España. Sabe que debe negociar unos nuevos presupuestos para 2020, recibe cada día la presión de colectivos educativos y sanitarios y es consciente de que no podrá gestionar nada si no se negocia y acuerda un nuevo sistema de financiación autonómica con el Ejecutivo español: “Tiene que haber alguien al otro lado de la mesa, un interlocutor para avanzar en la resolución del conflicto y llegar a acuerdos en la línea de la defensa de la democracia”.
Todo eso para Paluzie, para la ANC y el independentismo que representan los CDR más radicales, que rodearon en las últimas horas de la tarde el Parlament, no tiene importancia. Pero el hecho es que el independentismo se va dejando centenares de miles de asistentes en cada Diada.