El presidente Quim Torra vive sus horas más difíciles al frente de la Generalitat. El magistrado instructor de la Sala Civil y Penal el TSJC ha dictado la apertura de juicio oral contra él por el delito de desobediencia, por la negativa a retirar los lazos amarillos de la sede del Govern. Pero la irritación de Torra, descolocado, sin apoyos, y casi como un figurante en el Palau de la Generalitat, tiene otros motivos: enojado, fuera de sí, tras el acuerdo del PSC con Junts per Catalunya en la Diputación de Barcelona quiso convocar elecciones de inmediato y dimitir a continuación en la mañana de este pasado jueves, tras comprobar la elección de la socialista Nuria Marín al frente del organismo supramunicipal. Su entorno, sin mucho esfuerzo, le convenció para que no tomara ninguna decisión, minimizando los deseos y los argumentos de Torra.
Las decisiones de Torra y las no decisiones apenas tienen ya efecto en el Govern de la Generalitat. Sin conocer al detalle esas negociaciones sobre la Diputación de Barcelona, Torra confiaba en un empujón final de los partidos independentistas para que la presidencia del ente supramunicipal no acabara en manos de los socialistas, en la figura de Nuria Marín. Y, aunque el expresidente Carles Puigdemont no veía con buenos ojos la operación, sí consideraba que no le quedaba otro remedio que avalarla, tras comprobar la voluntad de los alcaldes de Junts per Catalunya, que querían recuperar terreno frente a Esquerra Republicana, y qué mejor fórmula que disponer del gobierno de la Diputación de Barcelona, que ofrecerá recursos y puestos que pueden ser de gran utilidad en los próximos años.
A expensas de Puigdemont
La correlación de fuerzas, como apuntan las fuentes consultadas, ha dejado a Torra en un papel casi marginal. Sus deseos de dejarlo todo se repiten, como ocurrió este jueves. Sólo los consejos y la presión de algunos consejeros, entre ellos Miquel Buch y Damià Calvet, logran que Torra tome una cierta distancia y prefiera aguantar, a expensas de la decisión final de Puigdemont, que sigue negociando qué hacer y cómo afrontar la sentencia del Tribunal Supremo sobre el 1-O con Artur Mas.
La voluntad de Puigdemont y de algunos miembros de su círculo más estrecho es aguantar todo lo que se pueda. No es el mejor momento para convocar elecciones, con Esquerra Republicana en ascenso. Ni el espacio electoral está preparado, con una ebullición interna en Junts per Catalunya, y con la necesidad de elaborar las listas al Parlament, y con la incógnita de si es mejor recomponer filas, y ganar tiempo hasta la primavera –como mínimo— de 2020.
Torra, en la inopia
Torra está hecho un manojo de nervios. No entiende nada. No puede asumir que las direcciones de Junts per Catalunya y de Esquerra hayan decidido luchar por sus propios intereses, con una pugna total en toda la geografía catalana, y con pactos cruzados para desplazar al adversario, como ha ocurrido en la Diputación de Barcelona, pero también en localidades como Sant Cugat o Figueres.
Las negociaciones del PSC con Junts per Catalunya tenían otro objetivo que, finalmente, no se cumplió, en beneficio de las tesis de Torra. Junto a la Diputación de Barcelona se negociaba la Diputación de Tarragona. Pero, aunque el acuerdo prácticamente estaba firmado, el líder del PDeCAT, David Bonvehí, no lo pudo defender. Y se llegó a un acuerdo con Esquerra, dejando en la estacada a los socialistas.
El camino de Junts per Catalunya
El problema para Torra, aunque podría ser también una ventana de oportunidad, ha llegado este viernes, con la decisión del TSJC. La apertura del juicio oral implica que podría quedar inhabilitado en poco tiempo. Su negativa a retirar los lazos amarillos del edificio de la Generalitat, en periodo electoral, a sabiendas de lo que implicaba, podría comportar su salida inmediata de la carrera política.
La respuesta de Torra, basada en la supuesta “represión” del Estado, no esconde su situación de debilidad extrema. Ni le escuchan, ni nadie le hace caso, pero tampoco es capaz de cumplir sus amenazas. Atrapado en un cargo que aceptó, desde la sumisión a las decisiones de Puigdemont, Torra navega en la Generalitat sin saber qué hacer, y sin recibir apenas señales, mientras Junts per Catalunya va preparando un terreno que le permita aterrizar en la realidad política de los pactos y acuerdos.