Utopía, dolor y abnegación cristiana. A excepción de Carme Forcadell --que hace tiempo que va por libre-- y Dolors Bassa, el resto de líderes del procés independentista juzgados ante el Tribunal Supremo han renunciado a defenderse, y algunos parecía que pedían incluso clemencia a los magistrados, como “padres de familia”, hombres de fe o “demócratas” que quieren contribuir al progreso de España: “Ustedes que pueden, hagan lo posible para que España avance en la mejora de la democracia”, ha sido la frase invocada por el exlíder de la ANC Jordi Sànchez. Una apelación que, con matices, también han formulado Junqueras, Romeva, Forn y Turull.
Lejos de asumir las consecuencias de sus actos, han apelado a los sentimientos que sienten, desnudos ya de su condición de políticos o líderes civiles. Y más derrotados que firmes. Ha sido el propio Sánchez que ha hablado del “dolor” de estar en la cárcel.
Victimismo
Ahora todo son emociones y lágrimas. Y en nombre de “un pueblo”. Si el ensayista contemporáneo Daniele Giglioli hubiera estado este miércoles en la sala segunda del Supremo habría presenciado un vivo ejemplo de su teoría política: el victimismo como motor de las nuevas causas políticas.
Solo Jordi Cuixart, con su habitual mezcla de condescendencia y superioridad moral, ha dicho asumir unas consecuencias que, no obstante, considera que no son dignas de “reproche penal”. “El problema que tenemos hoy en día no es de desobediencia civil, sino de obediencia civil”, y ha puesto como ejemplo las siete plagas que no afectan a Egipto, sino al mundo, como los "refugiados" y los "mares de plástico". Y, en especial, a esa España intolerante a la que el Tribunal de Estrasburgo ha vuelto a dar, por tercera vez, la razón respecto a asuntos del procés.
De Petrarca a Sócrates
Pero el primero en hablar ha sido Oriol Junqueras, y ni siquiera ha utilizado el cuarto de hora del que disponía para defenderse. El líder de ERC, conocido italianófilo, ha inaugurado su último alegato con una mención al poeta Petrarca: "A ustedes que escuchan en rimas dispersas el ritmo de mis palabras. Hablar y escuchar es la frase de cualquier entendimiento”.
Como se ha visto en las más de 50 sesiones que ha durado el proceso judicial, la literatura, en la sala segunda del Supremo, no la han puesto únicamente las acusaciones. Junqueras ha vuelto a invocar sus “convicciones pacíficas, republicanas y cristianas”. Y dirigiéndose a los siete magistrados ha asumido tácitamente el fin de la vía unilateral cuando les ha pedido “devolver la cuestión a la política”.
Y de la literatura se ha pasado a la filosofía. Sánchez se ha equiparado con Sócrates, cuya condena consistió en la muerte por cicuta. Pero su comparación con los tribunales griegos del año 339 a.C., ha retrotraído, involuntariamente, a otro paralelismo: y es el de que Sánchez, a diferencia de Carles Puigdemont y como el filósofo ateniense, ha afrontado su procesamiento penal.
El perdón
“Cualquier político comete errores”, ha dicho Junqueras, buscando la clemencia de los magistrados. Y como si, en épocas pretéritas, los tribunales españoles se basaran en el arrepentimiento y no en la fijación de la verdad y la evaluación de las conductas.
En el banquillo de los acusados había más mártires que políticos. Solo Junqueras, que espera el perdón para poder alcanzar la presidencia de la Generalitat, y Santi Vila, que se resiste a abandonar la política. Este último traidor a la causa ha sido el más realista, ha apelado al “espíritu y letra de la Constitución” y ha dicho combatir la “leyenda negra”, que difunde el mito de que España no es una democracia equiparable a las de su entorno.
Sus testimonios han sido la última parte de la fase oral del juicio y la primera de las movilizaciones en Cataluña. El horizonte, sin embargo, no será ya utópico hacia una futura república, sino de unas elecciones autonómicas.