Desesperado, porque cualquier decisión que pretende tomar acaba siendo paralizada, porque no tiene capacidad de maniobra, pero también porque no puede dimitir. No ahora. Esa es la situación del presidente de la Generalitat, Quim Torra, que ha visto como la consejera de Presidencia, Elsa Artadi, y el vicepresidente, Pere Aragonès, han frenado en al menos dos ocasiones en los últimos meses, después del verano, su voluntad de convocar elecciones.
Torra está solo en el Ejecutivo catalán. Se reconoce como presidente sustituto, y viaja continuamente a Bruselas para entrevistarse con el expresidente Carles Puigdemont. Como director de la Oficina del presidente, Puigdemont le ha colocado a Joan Ramon Casals, hasta ahora alcalde de Molins de Rei y uno de los impulsores de la Crida. Torra no protesta por ello, porque admite su papel subalterno. El problema es que, teniendo el botón nuclear que supone convocar elecciones, no puede utilizarlo sin un acuerdo amplio entre tres instancias: el mundo de Puigdemont, lo que queda del PDeCAT, y Esquerra Republicana.
Torra, un papel representativo
El presidente catalán ha ido oscilando. En la primera semana de agosto dejó claro a sus colaboradores y a los miembros del Govern que dimitiría en el caso de no poder aprobar los presupuestos. Eso complicaba las cosas, porque, en caso de dimitir, sin convocar elecciones, el sustituto sería, de forma directa, a la espera de acordar un nuevo nombre en el Parlament, el vicepresidente Pere Aragonès. Se trata del líder “efectivo” de Esquerra, mientras Oriol Junqueras permanece en prisión. La designación de un nuevo presidente de consenso, en la Cámara catalana, es prácticamente imposible en estos momentos. ¿Solución? Que Torra siga, en las circunstancias que sean, que no gobierne, ni que dimita, ni que convoque elecciones, y que “visite las entidades que quiera, y ejerza ese papel representativo y de reivindicación, poco más”; señala una de las fuentes consultadas.
A principios de septiembre, convenientemente asesorado por Artadi y Aragonès –lo que da cuenta de que en la estrategia de fondo hay consenso entre Artadi y los republicanos—, Torra descartó que fuera a convocar elecciones.
Artadi, Calvet y Torra, en el Palau de la Generalitat
Directrices internas
Pero a mediados de octubre, el mandatario catalán volvió a la carga, y estableció una dicotomía: o se entraba en un enfrentamiento con el Estado, aprovechando la carga emocional que pudiera tener el juicio a los políticos presos y la posterior sentencia, o se convocaban elecciones y él se iba a toda prisa, ante el hartazgo que comenzaba a experimentar.
Más consultas. Más directrices, ante la perplejidad de los miembros de su gabinete, especialmente los de Esquerra Republicana, con una consecuencia: Torra descartaba en la última semana de diciembre convocar elecciones justo después de la sentencia del 1-O.
Sólo tras el juicio
Pero Torra no podrá aguantar mucho más, desde el punto de vista personal. Sufre con su situación. No esperaba la dureza interna, ni la pugna tan descarnada entre republicanos y el mundo de Puigdemont. Y se quiere ir. ¿Solución? En la primera semana de enero comunicaba internamente que convocará elecciones justo después del juicio a los políticos independentistas presos. Será en otoño, después de un verano que promete ser caliente, en función de las posibles condenas que se deriven de la sentencia, tras un juicio que se iniciará el 12 de febrero.
Pere Aragonès y Quim Torra
Torra ha sido frenado una y otra vez. Pero en esa ocasión podrían coincidir todas las partes. El PDeCAT espera los resultados de las elecciones municipales para calibrar hasta qué punto puede mantener o no un pulso con la Crida. Lo mismo sucederá en el caso de los republicanos, que aspiran a competir población a población con el mundo de Puigdemont.
Guiar la mano de Torra
Y Puigdemont buscará, de nuevo, una salida personal, si el independentismo logra una gran mayoría en las urnas.
En ese caso, en realidad, no será Torra el que convocará elecciones, aunque firme él el decreto de disolución del Parlament. Será la coincidencia de intereses de las fuerzas políticas independentistas, con Torra con un papel cada vez más irrelevante.