Susana Díaz, la Reina del Sur (hasta el pasado domingo), va a ser destronada. Y, al contrario de lo que ocurrió con las primarias de Ferraz, cuando impulsó un cuartelazo que terminó con la primera secretaría general de Pedro Sánchez --“Francina, lo quiero muerto y lo quiero ahora”--, el factor que provocará su salida del poder no es una asonada orgánica, sino unas elecciones democráticas convocadas por ella misma para permanecer en el Palacio de San Telmo. La jugada, igual que la carrera por el liderazgo del PSOE, ha sido un desastre. Las derechas --PP, Cs y Vox--suman una mayoría holgada y consumarán a finales de diciembre el cambio en la Junta.
Díaz no tiene escapatoria, ni puentes por los que transitar. Sus 33 diputados no pueden articular una mayoría a su favor, por mucho que los informativos de Canal Sur estén dando por plausible desde el día después un pacto con Cs con la hipotética abstención de Adelante Andalucía. Esta carambola parlamentaria no suma 55 escaños, pero eso es lo de menos: los socialistas, tras cuarenta años de patrimonializar a su favor Andalucía, igual que los nacionalistas, no son capaces de aceptar que su ciclo ha pasado. Especialmente Díaz, que en lugar de dimitir --tiene 14 diputados menos y ha perdido 400.000 votos--planea quedarse en la oposición y conservar, si la dejan sus enemigos, la jefatura del PSOE.
Para lograrlo necesita fabricar un motivo que la exculpe del hundimiento. Ayer lo eligió: Cataluña es el señuelo argumental de su descargo. “Siempre he pensado que teníamos que centrarnos en Andalucía, pero a la vista de los resultados tengo que reconocer que Cataluña tenía mucho que ver en estas elecciones”. Emergía así el argumentario que la candidata socialista ha estado negando desde el principio de la campaña. Cataluña, para Díaz, no era --ni debía ser-- el asunto de las elecciones andaluzas. Tras hundirse en las urnas, se ha convertido en la explicación de todo. Es su estrategia de reducción de daños, cosa imposible a estas alturas.
El viraje tiene algo de obsceno. Se evidenció la noche electoral, cuando Díaz, para justificar su atrincheramiento, anunció que llamaría a los “partidos constitucionalistas”, un término cuyo sentido en Cataluña es claro, pero que en Andalucía resulta innecesario porque nadie cuestiona la Constitución. Díaz, que había criticado a Arrimadas por participar en la campaña electoral, adoptaba el lenguaje de sus adversarios para, con el argumento de marcar distancias con Vox, intentar --a la desesperada--alguna fórmula para continuar en San Telmo.
Éste es el discurso que va a mantener hasta el 27D --día de la constitución de la cámara andaluza-- y durante la nueva legislatura. En caso de que siga controlando el PSOE andaluz. ¿Es el conflicto catalán el factor que explica la irrupción de Vox en Andalucía? Indudablemente, es uno de los elementos en juego. Lo avala el hecho de que tanto PP como Cs han hecho mención a esta cuestión durante la campaña, algo lícito porque la cuestión territorial afecta al Sur. Pero ni es el único elemento a tener en cuenta ni parece ser el más importante.
Por mucho que parte del electorado haya podido tener en consideración el prusés a la hora de decidir el voto, el fracaso del PSOE obedece a sus decisiones, no a Cataluña. La irrupción de Vox, que es el elemento que ha modificado el tablero político, no hubiera sido tan intensa --12 diputados, cinco menos que Adelante Andalucía y tres más de los que logró Cs en 2015-- si los socialistas no se hubieran hundido. La baja participación de la izquierda --una abstención transversal, en cambio, hubiera beneficiado al PSOE-- y la rebelión de una parte de su electorado, que ha votado al partido de Santiago Abascal, han sido los nuevos ingredientes del cóctel. Cataluña, a lo sumo, podría considerarse la guinda, pero no es el elemento esencial que explica el hundimiento susánida.
Los dirigentes de Vox Francisco Serrano y Santiago Abascal / EFE
Primero, por una cuestión cultural: en Andalucía se diferencia perfectamente entre los catalanes y los nacionalistas. Los lazos culturales históricos entre ambos territorios permiten distinguir ambas cosas. Después hay un elemento ancestral: los andaluces han emigrado en buena medida a Cataluña. Este factor permite que, salvo en espacios muy concretos, como Almería, los electores no se muevan por los mensajes relacionados con la inmigración y sean tibios ante el españolismo. Además, Susana Díaz se ha posicionado claramente en contra del pulso separatista. Las razones pues son otras. Fundamentalmente endógenas: el agotamiento del peronismo rociero, la variante del socialismo en Andalucía; los recortes sociales, muy intensos en sanidad y educación; la fractura social provocada por la crisis y las carencias asistenciales que Andalucía arrastra desde hace décadas han generado una pulsión de cambio que se ha expresado de muchas formas.
En unos casos, abandonando al PSOE y al PP. En otros, votando a Cs u obviando propuestas como la de Adelante Andalucía, la mixtura entre Podemos, IU y los residuos del andalucismo. Finalmente, en favor de Vox. Los sufragios logrados por la ultraderecha en Andalucía (395.978), igual que ocurría con los socialistas, salen de distintas capas sociales. Proceden de antiguos electores del PP, que hasta ahora acogía en su interior a la extrema derecha. Otros son votos ideológicos periféricos al sistema, procedentes de fuerzas políticas minoritarias que han encontrado un nuevo cauce político. Pero también vienen de muchos electores de izquierdas, básicamente socialistas, que se han rebelado contra Díaz.
Este hecho resulta evidente si se analizan las tendencias generales. Vox, que hace tres años no alcanzaba ni el 2% del voto en los barrios conservadores, ahora se acercan al 20%. En los barrios humildes de muchas ciudades, e incluso en ciertas áreas rurales, feudos tradicionales de los socialistas, en 2015 sus listas sólo interesaron a un 0,1% de los electores. El 2D, sin embargo, alcanzaron registros cercanos al 10%. ¿Han dejado de votar estos electores a Díaz por la cuestión catalana, donde su postura no ha cambiado? No es descartable que haya algún caso, pero no es la sensación general.
Los indicios apuntan en otra dirección. Y las causas forman un combinado: la deficiente gestión de las políticas sociales, la corrupción, el juicio de los ERE, el deterioro de los servicios públicos, la falta de perspectivas familiares, el paro y la desatención autonómica. De los tres años de legislatura, Díaz consumió dos con las primarias del PSOE, que perdió. Tras el batacazo, empezó a vender de nuevo el mismo proyecto que había abandonado --el del PSOE en Andalucía-- sin gestionarlo con acierto. Su propaganda institucional, con la que compra voluntades mediáticas, igual que el nacionalismo en Cataluña, era desmentida todos los días por los hechos cotidianos.
¿El resultado? En uno de los barrios más pobres de España, Los Pajaritos, situado en Sevilla, donde la renta familiar media no supera los 13.000 euros, Vox ha pasado de tener 182 votos a cosechar 2.620. Para explicar este trasvase no hace falta un politólogo. Basta multiplicar esta foto electoral concreta por los cientos de barriadas con graves problemas sociales y se llegará a la conclusión. Quien ha expulsado del poder a Susana Díaz no es Cataluña, es Andalucía.