Hay actitudes, razonamientos, hasta aspectos físicos y maneras de vestir que se pueden encuadrar con la etiqueta ‘convergente’. Es una forma de negociar y de llegar a acuerdos, de defender un centro-derecha apegado a la tradición con dosis de liberalismo y defensa de un pegamento socialdemócrata. Pero el último gen convergente se va perdiendo. La presión del mundo independentista ha forzado al PDeCAT a olvidar su propia cultura política con la reprobación al rey Felipe VI en el congreso.
El grupo parlamentario en el Congreso, dividido, con la mitad de sus diputados en contra de que Carles Puigdemont les utilice para mantener la tensión con el Estado, ha acabado por presentar una proposición no de ley que pide la reprobación del rey, por su discurso tras el referéndum del 1-O, y que apuesta por la abolición de la monarquía, olvidando de un plumazo la buena relación que existió siempre entre la llamada “minoría catalana” y la Casa Real, entre Jordi Pujol y el Rey Juan Carlos. Se trata de repetir lo ocurrido en el Parlament, tras una propuesta de los Comuns, y también en el Ayuntamiento de Barcelona.
El diputado del PDeCAT, Carles Campuzano, de espaldas, con Ana Pastor
Las presiones de Puigdemont
Todo aquello representa el pasado y la transición política. Convergència Democràtica ha dejado de existir. Algunos diputados y dirigentes quieren preservar un cierto estilo, una idea de conexión con la sociedad que huye de cambios drásticos. Se trata de los diputados Jordi Xuclà, Carles Campuzano o Ferran Bel, o de –mucho más jóvenes y ya con otra mentalidad—Marta Pascal o David Bonvehí. Sin embargo, ese gen convergente se va diluyendo en beneficio de un independentismo más simbólico que real que exige gestos de cara a la galería.
La proposición no de ley debe pasar por la Mesa del Congreso, que preside la popular Ana Pastor. Será este martes cuando la analice. Es producto de las presiones del mundo de Puigdemont, y de su pieza en Madrid, Míriam Nogueras, pero el propio Ferran Bel, secretario de organización del partido, la ha bendecido, a pesar de que es uno de los dirigentes que con más determinación se opone al proyecto del expresidente de que el PDeCAT acabe integrado en la Crida Nacional per la República. En todo caso, la proposición la ha firmado sólo Míriam Nogueras, y se podria votar en el Congreso en los próximos meses, pero no de forma inmediata, porque, al no tener grupo propio, el PDeCAT se pone a la cola para que entren sus iniciativas en los plenos de la cámara.
Puigdemont y su pieza en el Congreso, Míriam Nogueras, ante Pedro Sánchez
Estrategia perversa
Todo responde a una estrategia perversa. El presidente Quim Torra, que recibe órdenes de Puigdemont, necesita mantener esa tensión con el Estado con maniobras como esa reprobación al Rey, mientras el grupo del PDeCAT negociará los decretos ley que vaya aprobando el Gobierno de Pedro Sánchez, en sustitución de los presupuestos para el próximo año, que los partidos independentistas catalanes no aprobarán. No hay una ruptura real, pero sí frente al electorado independentista, que sigue pidiendo “firmeza frente al Estado”, según fuentes del partido.
Torra y Puigdemont sostienen que la sociedad catalana está en contra de la monarquía, y que eso se debe trasladar en todas las instancias posibles. Según las encuestas del CEO, hasta un 80% de catalanes rechaza la monarquía.
Competencia 'indepe'
En la proposición no de ley figuran cuatro puntos: en el primero se señala que la cámara parlamentaria “rechaza y condena el posicionamiento del rey Felipe VI y su intervención en el conflicto catalán y su justificación de la violencia por parte de los cuerpos policiales el 1 de octubre”. En otro de los puntos se pide abiertamente “la abolición” de la monarquía por ser “una institución antidemocrática y caduca”.
La decisión no ha estado exenta de tensión y de debate en el seno del grupo parlamentario, pero “es lo que toca”. La competencia es enorme, con Esquerra Republicana, pero también interna, entre los últimos ‘convergentes’, los que mantienen la cultura política del viejo invento de Jordi Pujol, y los activistas de la Crida, los seguidores de Puigdemont, que, precisamente, “nunca interiorizó la genética” convergente, y siempre fue un “verso libre”.