Pablo Simón (Arnedo, La Rioja, 1985), es profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Carlos III de Madrid y editor de Politikon. Doctor por la Universidad Pompeu Fabra, conoce la política catalana en toda su complejidad. Habla rápido, a toda velocidad, y alto, con claridad, y refleja la potencia de toda una nueva generación de científicos sociales que no tienen miedo a exponer sus análisis en los medios de comunicación. Acaba de publicar un manual, un código para entender todos los cambios que ha experimentado la representación política en los últimos años, y lo ha titulado como El Príncipe moderno, (Debate), emulando el siempre vigente libro de Maquiavelo. Asegura, en esta entrevista con Crónica Global, que el gran objetivo ahora de los partidos políticos en España es formar coaliciones de gobierno, "pero sin contar con los catalanes, sin contar con los partidos independentistas catalanes", al entender que son imprevisibles.
--Pregunta: ¿Qué ha ocurrido en los países occidentales, con ese gran descrédito de las democracias liberales? ¿Son factores económicos los que priman o hay algo más?
--Respuesta: La gran recesión en países como España ha hecho mella. Hay muchos factores que vienen de lejos. Desde los años 70, han dejado de tener importancia, porque han perdido influencia, los sindicatos, la iglesia… todas las instituciones que ejercían como mediadores. Con la caída del muro de Berlín también tenemos que cae una alternativa político-económica. Y asistimos a un proceso de globalización, y a una transformación de las sociedades industriales a terciarias y de servicios. Eso provoca una mayor desigualdad. Debemos recordar que, incluso en los momentos de mayor bonanza, como se vivió en España con Zapatero, la desigualdad no se redujo. Y hemos asistido a una confluencia extraña como ha sido el punto de conexión entre obreros y clases medias, que han abrazado partidos populistas. Hay factores económicos y factores culturales. Se ha producido un chovinismo del bienestar, que pasa por elegir cómo se desea aplicar la solidaridad, con los míos únicamente.
--¿Pablo Casado está acertando con su estrategia, al rechazar hablar de colectivos, importando esa crítica que se le hace al Partido Demócrata en Estados Unidos?
--Hay dos elementos en ese caso. Desde el punto de vista ideológico, se trata de una enmienda a la totalidad a Mariano Rajoy, que es el perfecto conservado. Casado recupera la agenda neocon, que ya tenía José María Aznar. Escora el PP a la derecha, porque cree que puede taponar a Vox. Casado ya lo decía en el debate de las primarias del PP, aludía a Vox sin complejos. Pero lo que ocurre es que ignora que existe Ciudadanos, que no estamos ya en una confrontación bipartidista, y trata de recuperar la estrategia de la crispación que se vivió entre 1993 y 1996, y entre 2004 y 2008. Creo que al PP le ha ido mejor cuando defendía su capacidad de gestión en el terreno de la economía. Pero a Casado le pasa lo que le ocurre a toda la elite del bipartidismo, y no es consciente de que el PP y el PSOE ya no son mayoritarios.
--¿Ciudadanos capta mejor esa transformación?
--Ciudadanos tiene un mejor vector que el PP. Es un partido nuevo, no arrastra casos de corrupción. Reclama reformas, que Mariano Rajoy, por ejemplo, podía haber propuesto, y hubiera dejado a Ciudadanos con pocos argumentos. Pero, principalmente, tiene un mejor agarradero que el PP con el tema territorial. No ha querido transigir con los nacionalistas. El PP, al ver esa situación, se sitúa como el partido más duro, el que desea aplicar un 155 más profundo. Y, pese a que perdemos la memoria con facilidad, el elector recuerda que el PP ha gobernado hasta ayer mismo, y no es creíble en ese aspecto.
--¿El Príncipe le aconsejaría a Pedro Sánchez hacer lo que hace ahora con el tema catalán, por ejemplo?
--Consejos vendo que para mí no tengo. Es fácil decir cosas desde fuera. Pero lo que veo es que Sánchez podría haber aprovechado algunas ventajas potenciales y se ha colocado en jardines que serán complicados. Podía haber convocado elecciones. Utilizar la formación del Gobierno como programa electoral. Y, con el paso del tiempo, le surgirán problemas lógicos, del día a día. Si aprueba los presupuestos, podrá seguir hasta el final de la legislatura. Si no los aprueba, lo podría utilizar como argumento para convocar, o decidir una prórroga que le permita seguir. Pero el problema central llegará con las elecciones municipales. El PSOE, y eso es una paradoja, podría perder mucho poder territorial, aunque gane las elecciones. Al contrario de lo que le pasó en las últimas elecciones municipales y autonómicas. Porque lo que ocurre es que se podría desplomar el bloque de izquierdas.
--¿Gana el PSOE, entonces, en detrimento de Podemos?
--Debemos analizar lo que sabemos y lo que no sabemos. Y lo que sabemos es que la volatilidad está cerrada entre bloques. Hay trasvase del PP a Ciudadanos, y de Podemos al PSOE. Pero lo que tenemos claro es que no habrá gobierno sin acuerdo, al menos, de dos partidos. Lo importante para todos será sacar a la gente propia a la calle y desmovilizar al contrario. Por eso no es cierto que la crispación sólo interese a la derecha. Al PSOE también le interesa la crispación de la derecha, de Casado y de Rivera, para polarizar la política española y sacar rédito electoral.
--¿Que le interesa a España, desde el punto de vista del interés general, en función de lo que representa cada partido?
--Uno de los grandes temas, para mí el más importante, es la brecha generacional. Afecta al mercado laboral, al estado de bienestar, a todos los ámbitos. Y lo que realmente interesaría es un acuerdo entre un partido viejo y uno joven, porque representan a electorados diferentes. Lo hemos visto con las negociaciones de los presupuestos. Ciudadanos defiende como algo muy importante los permisos de paternidad, mientras que Podemos cree necesario apoyar el sistema educativo entre los 0 a los tres años. Veremos qué alianzas se establecen, si entre PSOE y Podemos, PP y Ciudadanos, o, por qué no, entre PSOE y Ciudadanos. Lo que veo es que todos los partidos ahora tienen un objetivo, gobernar sin los catalanes, sin los partidos independentistas catalanes, dejando de lado lo que había pasado hasta ahora, cuando sus diputados daban apoyo a un determinado gobierno".
--¿No es eso una demonización excesiva, a pesar del proceso independentista?
--Tal vez, pero la razón no es por las ideas que defienden los partidos independentistas. Se trata de la imprevisibilidad que manifiestan. No son interlocutores fiables en estos momentos. Está todo en plena reconfiguración. ¿Quién manda? En Esquerra parece más claro. Pero, ¿en el PDeCAT? ¿Waterloo, la Generalitat, el grupo en el Congreso? Los partidos independentistas muestran una gran rigidez, miran mucho a las bases y al movimiento independentista en general. Hay un problema y es que los políticos profesionales están dejando el lugar a los activistas. Y parece que en el PDeCAT hay ahora más activistas. Eso lo dificulta todo mucho.
--¿El PSOE juega con una mano atada en la espalda, porque necesita un mejor resultado en Cataluña que el PP?
--El PSOE necesita y puede mejorar sus resultados en Cataluña, pero ya no necesita ganar en Cataluña, como pasaba antes, para buscar acuerdos y gobernar. Ahora su interés es lograr buenos resultados, y quedar, por lo menos segundo, en circunscripciones pequeñas, que aportan unos nueve diputados, como en Asturias o en Castilla-La Mancha. El PSOE sabe, además, que es el único que puede comer en esas zonas, porque Podemos ya llegó a su límite en las anteriores elecciones.
--¿Es Vox un partido populista, de ultra derecha como en otros países, o es la recuperación del viejo nacionalismo español?
--Cumple con los requisitos. Es nativista, xenófobo y nacionalista, y con una estrategia populista. Y lo es porque, de forma explícita, ha querido formar parte de ese grupo de partidos. Santiago Abascal, su líder, estuvo en la reunión de Coblenza, en 2017. Y luego, sí, es reaccionario frente al movimiento independentista, que lo ha alimentado. Y si se ve que el PP ha sido blando con el independentismo, se propone más dureza, y se pretende recoger votos en ese campo.
--¿Pudo actuar el PP de forma diferente ante el problema que presentó el independentismo?
--No lo hizo bien. La estrategia fue equivocada. Debemos recordar que hubo dos referéndums, el 9N y el 1-O. Se pensó que el independentismo caería en sus propias contradicciones. No supo valorar cómo las elites catalanas se subieron a lomos de un tigre que no supieron cabalgar. Podía haber ofrecido una de cal y otra de arena, algo que permitiera ganar tiempo, y segar la hierba que pisaban los independentistas.
--¿Tiene España un problema con su democracia tras el 1-O?
--Creo que sí, fue una enorme irresponsabilidad de las dos partes. Algún día la historia juzgará como se merece a los gobernantes que protagonizaron el 1-O, porque dejó para muchos jóvenes independentistas un símbolo de una gran potencia que recordarán. Se erosionó la imagen de España, y sigo sin entender cómo no se envió al exilio al ministro Zoido. Por un lado, la irresponsabilidad del independentismo fue enorme, porque se quiso provocar una situación que llevara a aplicar lo prometido. Es decir, provoco una opresión para justificar que soy un pueblo oprimido y merezco la independencia. Y, desde el otro lado, se cayó en esa trampa.
--¿Tiene una salida el momento actual?
--La tiene mejor a corto plazo, pero peor a la larga. Una reforma constitucional, por ejemplo, es más difícil. La puerta está más cerrada. El independentismo no vio que podía reformar cosas, que tenía, por primera vez en su historia, a un partido con cinco millones de votos, como Podemos, que estaba a favor de un referéndum pactado. Cometió un error gravísimo con la vía unilateral. Y ahora no puedes recompensar, de buenas a primeras, al niño malo, que se ha comportado mal. Nadie en España lo podría entender. Ha sido un autogol del independentismo.