Carles Puigdemont ha admitido que ningún estado reconoció la “República catalana”, como se declaró el 27 de octubre de 2017 en el Parlament de Cataluña. Tampoco ha recibido ningún apoyo explícito. Puigdemont y el independentismo catalán se acogen al apoyo que recibe el movimiento, según esa interpretación particular, por parte de las sociedades europeas y en los medios de comunicación. El interés, en todo caso no se traduce en nada concreto. Es el espejo que Cataluña podría tener en Transnistria, un territorio que se considera un estado independiente, que se declaró soberano respecto a Moldavia, la república soviética a la que pertenecía, pero que no tiene ningún reconocimiento internacional.
Antes de que Moldavia se declarara independiente de la Unión Soviética, en 1991, dos de los territorios moldavos, Transnistria y Gagauzia , en el verano de 1990, declararon su soberanía. Gagauzia acabó como una autonomía dentro de Moldavía, y a Transnistria nadie le ha reconocido como estado. Ni Rusia, que lo protege y lo utiliza frente a Moldavia, para que esta república, con lazos con Rumanía, no se acerque demasiado a Occidente y al entorno europeo.
¿Qué se considera pueblo?
Alejandro Dorado Nájera, consultor en comunicación y relaciones internacionales, asegura a Crónica Global que el independentismo catalán se equivoca cuando defiende que Cataluña tiene derecho a la autodeterminación. Porque lo primero que se debería preguntar es qué se entiende por pueblo. La principal respuesta que ofrece el independentismo sobre ‘pueblo’ es que se trata de “cualquier comunidad diferenciada histórica, étnica, lingüística o culturalmente”. Pero, según Dorado, eso también se cumpliría en muchos territorios.
“Si tuvieran razón en su interpretación, Transnistria y otros Estados de facto como Osetia del Sur, Abjasia o Alto Karabaj, serían reconocidos. Incluso la integración de Crimea en la Federación Rusa de 2014 debería serlo y, sin embargo, todos estos territorios siguen perteneciendo a su Estado matriz a los ojos de la comunidad y del derecho internacional. La existencia de Transnistria es la prueba de que los independentistas catalanes interpretan mal el derecho internacional para otorgarse un derecho a la autodeterminación externa del que Cataluña carece”, asegura.
Estado fallido
Dorado Nájera, máster en diplomacia y Relaciones Internacionales por la Escuela Diplomática de España, precisamente, acaba de volver de Transnistria. Ha viajado aprovechando las vacaciones, y supone para él “un retorno al pasado”, porque se ha encontrado un territorio nostálgico de la Unión Soviética, sin reconocimiento internacional. Pero cumple con las mínimas exigencias para ser un estado.
Y explica a este medio qué representa Transnistria, el posible espejo de Cataluña: “Si bien a la larga Gagauzia se integró como unidad territorial autónoma dentro de Moldavia, tras una guerra en 1992 que dejó medio millar de muertos y en la que Transnistria tuvo el apoyo militar de Rusia, esa autoproclamada república se convirtió en un Estado de facto, contando con la mayoría de condiciones de estatalidad mínimas marcadas por el derecho internacional –población permanente, territorio y un gobierno efectivo que lo controle. Sin embargo, no tiene el reconocimiento de ningún Estado del planeta, ni siquiera de Rusia, que se guarda esa carta para poder presionar a Moldavia en su acercamiento a Occidente –como ya hizo con Georgia y sus repúblicas autoproclamadas, Osetia del Sur y Abjasia, tras la guerra de 2008”.
La lengua moldava
Las cosas no le han ido bien a un estado sin reconocimiento. Se considera un régimen “autoritario” según Freedom House, que lo define como “no libre”. La clase política “es la misma oligarquía política y empresarial --entre 1990 y 2010, una media del 40% de los diputados eran empresarios-- que inició el proceso de independencia”. Se ha iniciado “un proceso de exaltación nacional a través de medios de comunicación y el sistema educativo, exagerando los vínculos con Rusia y amplificando las diferencias con el resto de Moldavia.
En ese sentido, el idioma oficial es el moldavo, pero se considera diferente al rumano-moldavo, y se escribe en cirílico y no en latín como en Moldavia. Si antes de la independencia, el territorio representaba hasta el 30% del PIB moldavo, ahora es el 10%, y las empresas públicas transnistrias, privatizadas a partir de 2001, han acabado en manos de la oligarquía local y rusa. Y la propia población ha pasado de 680.000 personas a algo menos de 500.000. Las diferencias se basan en que el territorio es de mayoría eslava, frente a la latina de Moldavia, lo que ha sido aprovechado por Rusia. En 1991 se convocó un referéndum de autodeterminación, sin garantías, que consiguió, sin embargo, una participación del 78%, con el 97,7% a favor de la independencia.
El dominio del lobo
Al no ser reconocido como estado, no puede ser miembro de ninguna organización internacional, ni la OMC, ni en Naciones Unidas, ni puede firmar acuerdos bilaterales, “por lo que está aislada en un mundo en el que el bienestar de los ciudadanos cada día se juega más a nivel internacional”, según apunta Dorado Nájera. Por todo ello, el independentismo catalán debería tomar buena nota, a juicio de este analista internacional.
Ante esa situación, otros analistas, desde campos diversos, como la filosofía del derecho, en el caso de Pau Luque, profesor en México, aseguran que lo único determinante en procesos de independencia es que “efectivamente, alguien te reconozca”. Es lo que Luque define como “los dominios del lobo”. Las fronteras han tenido mucho de arbitrario a lo largo de la historia. Los procesos democráticos han sido la excepción a la constitución de estados en los que la violencia ha sido la moneda común. Cataluña podría ser un estado si, tras movilizaciones, conflictos con el gobierno español, grandes apoyos sociales, alguien lo reconociera como un nuevo actor internacional. Es como lo ve Pau Luque, y como lo analiza Alejandro Dorado. Porque Transnistria sigue igual: nadie lo reconoce.