Otra vez. Papeles y estrategias, llamadas y promesas. Son los hombres de Artur Mas, los que han colaborado con el expresidente catalán en los últimos años, los que, de nuevo, con el ánimo de conservar el poder, manejan la barca nacionalista. Esta vez la mutación se llama Crida Nacional per la República. Y son David Madí, Ferran Mascarell –el autor intelectual del procés soberanista con su idea de que a Cataluña le hace falta un estado propio— y Agustí Colomines, junto a otros veteranos como Joan Oliveras o Antoni Morral. Todos ellos impulsan un movimiento-partido, de tipo peronista, con Carles Puigdemont como referente, con el objetivo de recuperar el espacio de Convergència Democràtica y dejar a un lado a Esquerra Republicana.
Los tres primeros llevan meses ideando, construyendo espacios políticos en el aire, buscando respuestas para mantener vivo el proceso independentista, lo que equivale a mantener el poder o a incrementarlo. En ningún momento el propósito era el de llevar hasta el final un proyecto independentista, sino el de forzar la situación con el Gobierno de España para lograr una negociación bilateral, o, en el último extremo, convocar unas elecciones para obtener una amplia mayoría absoluta.
Elecciones, no referéndum
Pero todo eso no ocurrió. Carles Puigdemont, con el concurso de Esquerra Republicana, que tenía el encargo de organizar el referéndum del 1 de octubre, no frenó a tiempo, y el tren estuvo a punto de descarrillar por completo. Las consecuencias del juego son conocidas: políticos en prisión, bloqueo institucional y la movilización del independentismo social hasta tal punto que será complicado que el genio vuelva a entrar en la lámpara.
Madí ha sido decisivo en todo momento, aunque él señale que no ha tenido nada que ver. Su diseño inicial era que no se debía llegar a un enfrentamiento directo, que, en el último segundo, se debía convocar elecciones y lograr amplias mayorías para seguir con comodidad al frente de la Generalitat. Eso no sucedió, en gran parte por la impericia de Puigdemont, que no supo cómo manejar la situación, ni antes ni después del 1 de octubre.
El poder, siempre el poder
Ahora se trata de recomponer las cosas, de rehacer lo que ha quedado trastocado. Y Madí está ahí, junto con Ferran Mascarell, exsocialista, que fue quien más influyó en Artur Mas, al convencerle de que el catalanismo debía protagonizar un salto hacia el independentismo a partir de la Diada de 2012. En el caso de Agustí Colomines, ha sido un sostén principal, con sus dardos hacia los adversarios políticos y su idea de que el independentismo debe dejar atrás las estructuras de los partidos tradicionales. Es el más entusiasta por la Crida Nacional, pero de lo que se trata es de asegurarse el poder, de seguir gobernando, y mantener el llamado procés bien vivo.
El nuevo movimiento responde a la convicción de que la refundación de Convergència, que dio lugar al PDeCAT, ha resultado “un desastre”, y que es necesario rehacerlo, con la incorporación, aunque sea menor, de algunos independientes, con una retórica de unidad, que lleve a muchos electores de Esquerra y a miembros de entidades soberanistas a tener mala conciencia: cómo no unirse a un proyecto unitario, que pide la independencia y que dice que no quiere saber nada de los partidos, cómo no apoyar un neoperonismo que nos diga lo bien que lo hemos hecho hasta ahora.
Las iniciativas de los viejos del lugar, con Puigdemont como gran estandarte, ha provocado un gran malestar entre las distintas familias del independentismo, que discrepan de que actúen, otra vez, los de siempre.