Pedro Sánchez y Quim Torra se han encontrado. Han conversado y, con buenas palabras, han llegado a la conclusión de que no hay nada que hacer. El conflicto catalán se ha enquistado. Es, realmente, un conflicto, y, principalmente, de carácter interno. Y Sánchez no podrá satisfacer ninguna de las demandas independentistas. Los dos se resignan a ganar algo de tiempo, a la espera de que se den las condiciones para convocar elecciones.

Las fuentes consultadas de los dos gobiernos llevan a esa interpretación, en un momento en el que, es cierto, se han aproximado posiciones, y, por lo menos, se ha establecido un diálogo que no es menor. La comisión bilateral Estado-Generalitat se convocará, y, de hecho, ya se han iniciado las primeras reuniones, como el de la vicepresidenta Carmen Calvo con el vicepresidente de la Generalitat, Pere Aragonés. Pero con muchas salvedades. Aragonés insiste en que no quiere asistir al Consejo de Política Fiscal y Financiera, con el resto de autonomías, aunque, cuando llegue el momento, pueda cambiar de opinión. Pero todo eso no arregla el problema de fondo.

Movimiento populista

Sánchez lo sabe. El PSC también. Y alguien tan combativo con el independentismo, pero dispuesto a resolver la ecuación, como Josep Borell, también. No hay nada que hacer ni a corto ni a medio plazo. El independentismo sigue fuerte. Está aterrizando, pero le llevará tiempo. Y en ese lapso experimenta enormes presiones, en direcciones contradictorias. Por un lado los dirigentes que forman el Govern de la Generalitat, las cúpulas del PDeCAT y Esquerra Republicana. Pero, por otro lado, la ANC, y los llamados “prepolíticos”, los afines a Carles Puigdemont, que se han organizado como movimiento y que, a partir de este lunes, iniciarán un camino para aglutinar a todo el independentismo, de una forma transversal, populista, y con la pretensión de superar las siglas políticas hasta ahora conocidas.

CRÓNICA GLOBAL ILUSTRACIÓN

El objetivo, único, es un referéndum de autodeterminación, o la proclamación de la república cuando antes. Es lo que Jordi Graupera, uno de los animadores intelectuales de ese espíritu independentista, llama como la etapa superadora del castrador catalanismo, que no ha sido otra cosa, a su juicio, que un acomodo entre cúpulas, entre las catalanas y las españolas.

Los presos lo condicionan todo

Pero lo que lo condiciona todo es la situación de los políticos presos. Podría ser cualquier otro motivo, pero en estos momentos es ese. Y la decisión de la justicia alemana de no conceder la extradición de Carles Puigdemont ni por el delito de rebelión ni por el de sedición, ha animado a las bases independentistas. La presión para que el Gobierno socialista, a través de la Fiscal General del Estado deje en libertad a los políticos presos será constante, como muestran las manifestaciones de estas últimas horas. El juicio inminente, tras cerrar la instrucción, por parte del juez Pablo Llarena, condiciona toda la política catalana. Y Quim Torra lo sabe, y Sánchez también.

“No hay mucho que hacer, los políticos independentistas están en la cárcel, en prisión preventiva, eso ha cohesionado al independentismo, y el gobierno catalán no podrá modificar mucho su actitud, aunque quisiera”, señala un dirigente cercano al gobierno español. Lo que se puede hacer, se añade, es acordar cuestiones del día a día, restar argumentos al independentismo y esperar.

Un catálogo 

Pedro Sánchez es consciente de ello. Y la ministra de Administraciones Públicas, Meritxell Batet, también. Hay proclamas, hay conversaciones sobre inversiones, hay gestos claros, como los nombramientos de Maurici Lucena, al frente de Aena, o de Isaías Táboas en Renfe. Pero el problema político de fondo guarda relación estrecha con la situación judicial. Y el Gobierno no está en condiciones, vigilado estrechamente por Ciudadanos y el PP –pese a que los dos partidos no viven en su mejor situación—para plantear grandes cambios, como pudiera ser que la Fiscal María José Segarra retirara la acusación de rebelión tras la decisión de la justicia alemana. Ya ha realizado un gesto, claro y rápido, como ha sido el de promover el acercamiento de los políticos presos a las cárceles catalanas.

Lo que hace Sánchez, se explica, es ofrecer “un catalógo”, una muestra de todo lo que está dispuesto a realizar, de su oferta política desde el Gobierno. Cuando no pueda implementarlo, o cuando se vea que llega un buen momento, con las encuestas por todo lo alto, entonces convocará elecciones, aunque no se prevé que sean antes de las elecciones municipales y europeas de junio de 2019.

Indicaciones a Torra

En el caso de Quim Torra es diferente. Aunque una parte del independentismo juega con esas municipales, como Junts per Catalunya, y la ANC, promoviendo primarias para elegir a los mejores candidatos con listas unitarias, ha surgido la posibilidad, en los propios círculos de Puigdemont de convocar antes las elecciones al Parlament de Catalunya. Con el juicio en otoño, o a principios de invierno, con Puigdemont libre desde Alemania o de regreso a Bruselas,  “a Torra se le indicará que convoque elecciones”, y en ese estado de euforia se buscará una amplia mayoría absoluta, con la posibilidad de que Puigdemont vuelva a ser candidato. 

Sin embargo, hay dudas. Los dirigentes de Esquerra, entre ellos el propio Pere Aragonés, están empeñados en demostrar que quieren y pueden gobernar. Y necesitan más tiempo.

Pero los partidos no mandan. Mandan las bases independentistas que han alimentado en todos estos años.

Tensión controlada, aproximaciones mínimas, buenas palabras, y a ver quién convoca antes. A eso se han resignado, por ahora, Sánchez y Torra.