Ahora que el Mundial 2018 en la Rusia de Putin llega a su final, es un buen momento para valorar el impacto del fútbol en la economía, la sociedad y la política.
En lo económico, este deporte espectáculo se consolida como una actividad muy relevante porque tiene lo esencial para todo negocio exitoso, una elevada demanda, representada por millones de consumidores ávidos de buen fútbol cada semana.
Y el negocio crece, porque la fiebre del fútbol se expande por el mundo, nadie se escapa de su hechizo, es el deporte rey. Cuenta con más de 1.600 millones de aficionados. Una comunidad de 240 millones de personas, 1,5 millones de clubs, y genera un PIB de medio billón de dólares.
A nivel político, desde la aparición del arte deportivo para competir en las ciudades griegas, la competencia no siempre ha sido solo entre atletas, sino por otros objetivos a menudo ocultos. Es conocido el uso como poder blando de este deporte en el campo de la política bajo regímenes totalitarios y militares, o para aprovechar los contactos, establecer relaciones, aumentar la popularidad o mejorar la imagen de un país. Tampoco se han librado algunos países democráticos. En Italia, Silvio Berlusconi aprovechó el trampolín que le proporcionó el Milán para acceder luego a encabezar el Gobierno de su país.
A nivel social, la pelota ha logrado más que la política tanto en la integración como en destacar la riqueza y las posibilidades de la diversidad en las sociedades europeas.
El fútbol ha ayudado a la integración cultural y étnica y es una encarnación de la diversidad. Las selecciones de Alemania, Francia y Bélgica, entre otras, incluyen jugadores nacidos en África, Sudamérica y el Caribe, o nacidos de padres que emigraron de Argelia, Marruecos, Camerún, Malí, Togo, Mozambique... Es el caso de la selección francesa o la belga que han disputado el liderazgo del Mundial de Rusia o de la selección alemana, que ganó el Mundial de Brasil de 2014 con jugadores de ascendencia turca, africana y magrebí.
La magia del fútbol reúne a equipos nacionales compuestos por jugadores de diferentes orígenes étnicos, todos defendiendo la misma camiseta y colores con pasión. Son la mejor respuesta a las estrechas tendencias ultranacionalistas que los partidos europeos de extrema derecha pretenden explotar. Una paradoja ante las olas racistas de los conservadores europeos defensores de las banderas e identidades únicas.
Lamentablemente, estos avances en la integración en el fútbol no reflejan la difícil realidad experimentada por muchas comunidades, y la de los inmigrantes y refugiados en Europa.
Entre los valores positivos, tenemos el ejemplo de entrenadores de fútbol como Pep Guardiola, Jürgen Klopp o Robert Martínez, que para obtener lo mejor de sus equipos diversos, han desarrollado maneras de motivar al personal con una acción firme y coherente y construyendo y fortaleciendo la cultura de equipo. Algunos directivos de empresa y algunos políticos podrían tomar nota para mejorar su manera de gestionar y conciliar realidades diversas.
También es cierto que hay quien ve el fútbol como un modelo basado en el culto a sus figuras y la glorificación del esfuerzo físico en lugar del esfuerzo intelectual. Hay una ausencia de una conciencia crítica entre el público, ya que cada partido proporciona una felicidad ilusoria e instantánea, y, en muchas ocasiones, se retratan como ideales, sentimientos machistas o racistas.
No tenemos que olvidar importancia de la participación femenina en este deporte, como signo de igualdad y diversidad, y hay que apoyar que, a pesar del enorme esfuerzo, el fútbol femenino sigue sin disponer de suficiente repercusión mediática ni la adecuada inversión económica.
Pero, con el enfoque adecuado, el fútbol en particular puede contribuir al desarrollo atrayendo un cambio social, facilitando el respeto mutuo y un mejor entendimiento. La competición deportiva puede unificar, puesto que todos podemos ser parte de él, sin tener en cuenta ideologías políticas, sexo, raza o religión. El deporte puede ser uno de los instrumentos para abordar la violencia e inseguridad en las regiones en conflicto y para ofrecer mejores oportunidades a los jóvenes. Más allá de choques de civilizaciones o de la confusión provocada por el fanatismo o la ignorancia.
El deporte puede impulsar la capacidad para adquirir y producir conocimiento, que es un factor fundamental de competitividad. El carácter polivalente del fútbol le permite abarcar funciones educativas, sociales, de salud, además de económicas. Valores positivos como los que transmite, y la pasión con la que lo viven los jóvenes y que fastidia mucho a los grupos que expanden el terror, a los extremistas políticos y a los que aprovechan la división para crecer.
El fútbol, a pesar de muchas contradicciones, tiene una vertiente positiva: puede ayudar a la integración, promocionar la diversidad, crear marcos de encuentros en un momento en que se multiplican los desencuentros y los muros. Millones de fans y seguidores quieren vibrar de emoción con sus futbolistas y sus equipos preferidos más allá de colores, naciones, religiones... Es seguramente el mensaje que se podría lanzar en estos momentos de creciente tensión entre los extremistas de todos los ámbitos y lados.