El discurso nacionalista ha hecho mella a lo largo de los últimos casi cuarenta años. Concentrados en la causa catalana, tener influencia en las estructuras internas del Estado no ha interesado. Es una cuestión individual de cada ciudadano, pero el hecho es que pocos catalanes han querido acceder al alto funcionariado del Estado, y el resultado es que el control ha quedado, en una gran parte, en manos de altos cargos procedentes de unas pocas comunidades, entre ellas Madrid. Producto, tal vez, del sueño de Jordi Pujol desde 1980.
El profesor de Ciencia Política y de la Administración en la UCM, Jorge Crespo González, lo ha analizado, a partir de otros estudios que se han realizado, en concreto una investigación de Ruano de la Fuente. Tanto la de Crespo como la de De la Fuente han contado con el apoyo del Instituto Nacional de Administración Pública, y el objeto es saber la procedencia de esos altos cargos, en concreto de los miembros del Cuerpo Superior de Administraciones Civiles del Estado (ACE) y de la Carrera Diplomática, a partir de los embajadores en ejercicio en 2015. El artículo de Crespo lo ha publicado en Agenda Pública, y muestra la preocupación por el achicamiento del Estado, por la despreocupación de diferentes comunidades, la que más Cataluña.
Madrid, tres veces con mayor peso
Esos cuerpos de la Administración General del Estado (AGE) se han nutrido de las comunidades del centro, las que se ven a sí mismas como el Estado central. Madrid, por ejemplo, tiene un peso “tres veces superior al que le correspondería por el peso demográfico”.
Si la investigación se centra en esos ACE, los antiguos Técnicos de Administración Civil, y se compara con los datos que ya se tenían en 1980, el proceso se ha ido intensificando. Madrid sigue por delante, a gran distancia, con otras comunidades, como Castilla y León, y mejoran otras como Galicia, Asturias y Aragón. Pero Cataluña ha empeorado. La base de partida era mala, ya que en los años 60 y 70, aún bajo el franquismo, sólo un 22% de las plazas que le podía tocar en función al peso demográfico, se cubrían por ciudadanos nacidos en Cataluña. Ahora esas cifras no han mejorado. En ese lado, con poco interés por esos altos cargos, también se sitúa Extremadura y Navarra.
Pocos diplomáticos
En el ámbito diplomático no es mejor, a pesar de la tradición de que en Cataluña se han estudiado más idiomas o ha habido más interés por la diplomacia. Con los datos e investigaciones realizadas, Crespo da cuenta de que es Madrid, otra vez, la gran beneficiada. Triplica el número de embajadores que le correspondería por peso demográfico. Baleares y Asturias han mejorado y también tienen sobrerrepresentación. El País Vasco se encuentra en una posición intermedia, y mantiene su peso en las últimas décadas. Y, de nuevo, Cataluña, junto a la Comunidad Valenciana, Extremadura, y también Galicia y Canarias aparecen con un peso mucho menor al que deberían tener en función a su peso demográfico.
Si eso ocurre en esos dos cuerpos de altos funcionarios, Crespo entiende que el fenómeno se produce en todos los altos cargos del Estado. El independentismo catalán reprocha al PP, y a los “círculos de poder de Madrid” de atrincherarse en las estructuras del Estado, y se ha criticado, por ejemplo, a Soraya Sáenz de Santamaría por su condición de abogada del Estado, lo que le restaría, supuestamente, cintura política. Es cierto que hay numerosos abogados del Estado y altos cargos de la administración en las filas del PP, pero son plazas que se generan para todos los ciudadanos de España, y Cataluña, por diversas razones, ha decidido apartarse en los últimos decenios. Es una forma de independizarse de España, pero en sentido contrario: se ha querido dejar de influir de forma voluntaria.
Diseñar políticas
Esos altos cargos dirigen y diseñan políticas, y las gestionan y evalúan. Influyen en las esferas políticas y una determinada visión, la que se crea, acaba siendo determinante para el conjunto de todo el país. Crespo señala que todo eso “afecta a la democracia”, porque ofrece una determinada idea de qué quiere ser y cómo quiere ser ese país. En el caso de Cataluña no se podrían buscar elementos socio-económicos, que explicaran ese alejamiento, porque es una de las comunidades más ricas de España, la primera todavía por peso del PIB en el conjunto de España. Tiene centros de formación de elite y jóvenes preparados, y, según se vanagloria el propio nacionalismo, con conocimiento de idiomas.
El problema, por tanto, es político. La sociedad catalana no se interesa por los altos cargos de un Estado que es importante en el concierto internacional, con embajadas en todo el mundo, con poder económico y representación en los organismos internacionales. ¿Este era el sueño del nacionalismo a partir de 1980, alejarse de las estructuras de España?